Ser artista, o ser humano
Creo que algún escritor lucido como pocos, invitaba a recuperar el valor practico, funcional , de su obra, es decir, proponía que el papel escrito con sus cuentos o poemas se usara si fuese necesario, como papel higiénico, para prender el fuego, para anotaciones varias, como relleno de almohadones o para envolver el pescado etc. etc.
Entonces me di cuenta que ese tipo merecía respeto, porque el único peligro del artista es volverse elitista, soberbio, indiferente, altivo.
Como si no tuvieran el resto del mundo una visión autorizada
sobre la vida, como si no pudieran ser incomprendidos o pasar penurias los
demás, como si un punto de vista entre siete mil millones fuera más valido que
otro, una locura, insana. Ser consciente de eso es un logro supremo, en
ciertos ámbitos.
Pero estaba mirando a estos tipos y sus esculturas, algunos más apasionados que otros, algunos más académicos que otros, y nunca termino de entender cómo es que empiezan a aislarse, de qué manera un día transforman su visión del mundo en algo tan enrevesado y oscuro, tan “visceral” que pierde todo contacto con el mundo.
Ha nacido un artista.
Al margen de lo que haga, su carnet es el absoluto hermetismo de su obra: la incomprensión autorreferente, la falta de un mensaje que pueda ser decodificado por alguna otra persona.
O será ese su mérito, el de tener tan pocos puntos de contacto con la gente común que la fuerzan a poner en juego sus propios recursos y experiencia en busca de un sentido
¡Ese sería un buen ejercicio! Ahora, los entendidos, los admiradores del arte, los que pretenden interpretar al artista en vez de a sí mismos, cofundadores de parámetros estéticos, intelectualizantes, cuasi críticos… solo son el viento que hincha las velas del artista en rumbo a la desconexión social de su obra.
Algunos incluso la rematan fundando un estilo, todo parecido, todo comparándose
a sí mismo, como si se hubiera empantanado su inspiración al ir cruzando por la
mitad de su alma.
Y sin ponernos a discutir que se gasten setenta mil pesos en algo que no durara sano ni hasta el otro año, comprendo al ciudadano “común” que no puede exponer en un salón su forma de vida, pero en vez de ver esculturas tiene que imaginarse los servicios básicos, porque no existen, y ver como la solución que podría darse a todo un barrio, se vuelca en un mensaje declaradamente inútil, orgullosamente inaccesible…
Es natural que se rompa la obra, que en el frio invierno se parta a hachazos y se queme sin lastima esa hermética talla en madera.
¿O qué? Morir por el arte, morir de frio por el
arte, bueno, no lo hacen los artistas, porque alguien más entonces…
Sin irnos tanto del tema, caminemos como la garrapata macho hasta donde está el asunto, ¿pero cuál es? ¿Hay algo realmente importante en todo esto, o es solo la proyección de un delirio egomaníaco que se encarna en una necesidad de reconocimiento?
¿Se trata de una minoría hipersensible que ha logrado encarnar lo más profundo de las aspiraciones humanas?
Diferenciemos: el arte de las elites, y la lucha de las
minorías. Parecido pero diferente, pues mientras las minorías luchan por
sus derechos, básicamente, por su derecho a existir, luchan, ampliando un
milímetro la perspectiva, por todos nosotros, por el derecho común a
existir, a ser humanos, pero…
El artista lucha por sí mismo como cualquier banquero que una vez encerrado el dinero en la caja fuerte, puede desvincularse de su rendimiento, el artista lucha por generar un significado ajeno, diferente al ser humano, porque está conectado con dios, y esto le parece evidente y apropiado, ni siquiera persigue un sentido mundano, pues sería codearse con la plebe, lo evita, lo desprecia.
Tal vez solo está luchando por acentuar su aislamiento de la especie… o no, estoy confundido, también se atreven, hasta en los momentos del naufragio social o institucional, a producir significado cuando todo esta callado oscuro y quieto, a traducir lo oculto y censurado a los que quieren saber, en un lenguaje que se inventa mientras mira y es mirado.
Porque una obra de arte mira a su
interlocutor, lo requiere, lo atrapa hasta minar su conciencia con el reflejo
de cosas terribles o hermosas. Es la obra viva tan posible como la obra muerta,
la superficialidad como el compromiso, la arrogancia como la humildad.
Porque el artista no deja de ser
un ser humano, como todos, tan infinito como un niño descalzo pidiendo pan o
una señora baldeando la vereda a las tres de la mañana, como ellos, resignifica
una parte del mundo, lo transforma, aunque evitando lo efímero de la
cotidianidad, en busca de un valor atemporal de bajo compromiso, o
incomprensible, que le permita alimentarse de la misma esencia que denigra.
Entonces ¿Es posible hacer una crítica del arte, siquiera una historia del arte?
No, son falacias. Solo se puede ver, ignorar, romper o admirar, pero el hecho de lucrar con seudo significados sangrando a la obra y al artista (como si les sobrara sangre) embutiéndolos en clasificaciones y etapas históricas, ha arrasado, por no poderlos sistematizar, con miles y miles de artistas con sus telas y piedras y maderas al hombro.
Detengámonos a tiempo, es válido ayudar a cruzar la calle a un ciego, aunque después le hagamos una zancadilla, pero dedicarse a multiplicar técnicas de la edad media que ya entonces estaban contaminadas...
O clasificar contenidos
probables en esquemas arbitrarios, o regodearse en la extinción del contexto
para decir que estamos ante un “clásico”, que casi siempre se refugió a la
sombra del dedo que señalaba las cabezas que debían caer…
Ajá, sigamos otro día, me estoy
poniendo demasiado violento! Me voy a poner a estudiar matemática, así
resignifico mí tiempo en algo útil.
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