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Mostrando entradas de enero, 2017

Tetitas…tetitas…

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     Si hay algo que nos iguala, como raza, más allá de tendencias preferencias y colores, de gustos y disgustos, lugares de nacimiento, sistemas de pensamiento, de interpretación, económicos o políticos, riqueza o pobreza, cultura, etcétera etcétera... es el cuerpo humano.      Porque no hay diferencias entre dos cuerpos, no son distintos el cuerpo del torturador y el torturado, el del patrón y el esclavo, el del comediante y su público…    Claro, si, concedo: somos hombres y mujeres, puede ser, pero incluso entre esta divisoria de aguas, que marca diferencias básicas, biológicas, que atraviesan todo lo demás, nadie podría decir que no nació desnudo, que a través del útero materno dio su primer llanto tapándose avergonzado sus “partes íntimas” como nos dicen que debemos llamarlas, pues así funciona el adoctrinamiento permanente del sistema en nuestras conciencias: 24 horas al día, con la pluma, la espada y la palabra.    Todo a la vez, todo el tiempo.   Entonces nos dicen que el c

Lideranzas

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      ¡Ya no es posible vivir en un frasco! Aunque volvamos a intentarlo cotidianamente, hoy también, encerrando nuestro razonamiento y capacidad de percepción en el despliegue oficial de realidad precocinada que tan cómodamente se nos ofrece: segmentada, focalizada de acuerdo a nuestra ideología, a nuestros intereses, para que podamos verificarnos, entonces como seres humanos.      Aunque a veces no nos llegue a parecer que el mundo que viene al encuentro de nuestra incapacidad de discernir -desde la pantalla-   funcione como una pegajosa e hipnótica trampa cazabobos donde vegetamos para ser absorbidos de nuestro fluido vital, por regla general, claro, nos creemos la araña que atrapa las moscas…   Y relajadamente nos disponemos a ser guiados diseñados y encausados, cotizados y refacturados, consumidos, captados, etiquetados, desintegrados a través de miles de mecanismos de desinterpretación para mantenernos esclavos en la búsqueda incesante de la imposible independencia económica,

Final

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      En la Unidad Penal sospechaban, algo grande estaba creciendo entre las sombras… No era algo que se pudiera comprobar, porque tras dos meses de requisas semanales, no habían encontrado nada fuera de lo normal, y eso, era una comprobación en sí misma.      Porque en la mesa llena de facas y teléfonos, barajas y botellas de alcohol, cocaína, marihuana, pastillas, lanzas, cigarrillos, espejos, aerosoles tarjetas y billetes, no había nada que pudiera decirse nuevo, es más, faltaban algunos ítems importantes, que serían buscados en 48 horas más, las suficientes como para dar tiempo al tiempo y que las palomas volaran a través de los muros del patio, que las manos descascaradas aferraran las encomiendas de pabellón a pabellón a través de los barrotes reforzados de las pequeñas ventanas.   Los punzantes ojos del Director iban de la mesa al tablero en la pared, donde colgaban innumerables llaves, cada cual con un número o una inscripción desprolija que identificaba su correspondiente

Mapaches o mapuches

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    ¡Qué bueno que existan los mapuches! Qué bueno que mueran tan lejos, que bueno que sus nombres sean tan raros, tan difíciles de retener en la cabeza que no quedará ni un rastro rebotando incómodamente en nuestro cerebro, en un par de meses más, como siempre, como todo…   ¿¿De qué manera podría tanta gente saciar su sed de justicia, como podría desplegar un amor humano tan universal, un compromiso tan firme con la verdad, la igualdad… bajo qué circunstancias, resignando qué cosas encontrarían el tiempo para luchar contra las corporaciones y los envidiables multimillonarios si no fuera así…??   ¡Pero es así! Y por suerte tenemos nuestra pantalla en la mano, todo el día, como una fijación neurótica esquizoide que nos permite ignorar la realidad atados a su anzuelo…   Porque no necesitamos internarnos en ninguna red social, no necesitamos ni siquiera caminar: la injusticia, el despojo, la violencia, la humillación y el dolor de los más débiles, pequeños y olvidados, la invisibilida

Callejón

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    El Maco mira oblicuamente, hace una seña y agarra el vaso, antes de tirar su carta.  Se dedica lentamente a observarlo con ambiciosa malicia: un hilo opaco de baba resbala sobre su media barba sucia hasta caer en su pecho, después tira, ceremoniosamente, un siete de copas, ante la activa y revoltosa impaciencia de Juan, que solo tiene como actividad vernos jugar a las cartas.     Dudo… ¿es una seña? No, es solo un piojo que recorre las pestañas de mi compañero haciéndome confundir por sus sacudidas guiñando el ojo para sacárselo de encima, sin dejar de agarrar las cartas con las dos manos, pero los otros dos lo ven y también se confunden, y enseguida me llama con una risotada: ¡Vengaaa!      Pero afilo la jugada y tiro un cuatro de espadas ¡No puedo, no puedo! Estoy cargaadooo! Y amenazo a los demás mostrándoles los dientes partidos a palazos por la policía el último fin de semana…lo que produce una gran risotada…      El cuatro es el ancho de espadas, porque faltan la mitad de las