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Mostrando entradas de noviembre, 2013

¿Puteríos?

        ¿Qué es lo que empuja al ser humano a la hipocresía?     ¿Cuál es la necesidad celular, física, de mentir, exagerar, atribuir?    Imposible responder sin meterse en un pantano filosófico, en absurdas teorías morales… además… ¿Qué es mentira o verdad?    Finalmente, todo pasa por ser un punto de vista, nada puede asegurarse o confirmarse con certeza, salvo que estamos vivos para experimentarlo.    Pero igualmente, si nos centramos solo en el círculo de las relaciones sociales, humanas, y sin dejar de ver que la única mentira realmente dañina es la que se hace a uno mismo    ¿Cómo es que se pone tanta energía en algo así? Cotidianamente, podemos ver, en los demás, ya que no en nosotros, como se fuerzan las relaciones sin causa ni beneficio, como nos detenemos (yo… y ellos, no vos jajaja) en presentaciones que preferiríamos obviar, en saludos y fórmulas de cortesía, en un interesarse por el buen o mal curso de los negocios y la vida ajena, en desplegar simpatía hasta el últi

Acostado

        Dando vueltas por la casa, iba de los yuyos altos de atrás al pantano de adelante, miraba las maderas podridas de los palos que sostenían la cumbrera, los agujeros de las chapas, los colgantes papeles de ruberoid cubriendo a medias las paredes.     El pasto y los escombros delatando un intento fallido de iniciar un contrapiso.  Las botellas rotas, la ropa podrida, los restos de cables, todo parecía tan extravagante, tan coherente a la vez, que no atinaba a cambiar nada.     ¿Para poner que en su lugar, iba a sacar esa botella con el pico roto, que alguna vez había estado llena?  Que recordaba una larga noche mirando hamacarse al sauce sobre el cielo estrellado, buscando palabras para marcar al silencio, recolectando monedas hasta que la botella finalmente quedo inútil sobre la mesa y alguien la tiro de un manotazo, para apagar su reclamo, y ahí fue que la última silla sana se rompió pedazo a pedazo, metro a metro sobre el tipo que gateaba desesperado hacia la puerta pidiend

Todo por nada

     Si andan paseando y van al puerto de Concordia, y bajan hacia la explanada, metiéndose a la izquierda por el nivel de abajo, llegan a la punta que mira la boca del arroyo Manzores, donde unas escaleras que se hunden en el agua, sirven, estando a nivel el rio, para embarcar en las lanchas que lo cruzan hacia Uruguay.     Paralelo a este frente, aún más abajo, corre un largo y antiguo cable de acero trenzado oculto por las aguas, tal vez un rezago de épocas antiguas, cuando el arroyo Manzores era transparente de vertientes y la tarde concordiense se miraba pasar tostándose sobre un pontón atado al puerto.     ¿De ahí el cable?  Grueso como el brazo de un niño, se balancea a veces como un cementerio volador, donde se han cortado infinidad de líneas.  Sus anzuelos y plomadas cuelgan al sol cuando el nivel de las aguas deja todo al descubierto, tal vez una vez al año, en una bajante excepcional.   Si alguien puede robar, sin más trámites, o conseguir unas brazadas de este cable o a

Frases bonitas (hoy compre acciones de Greenpeace)

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     ¡Salvar el mundo, que hermosa promesa! Salvar la humanidad, la civilización, el ser, hombre o mujer, salvar el individuo de su desconexión con el universo, de su ignorancia de las verdades ancestrales y eternas.     Salvar al ciudadano de su indefensión, de su eterno despojo en aras de una sociedad mejor, salvarlo de su propia libertad que no le será dada, nunca.  No.  No dejan de darme risa los cantos de los inmortales, que apuntan a lo más alto antes de caer en el sillón a ver una película de acción, que miente, escena tras escena, hechos históricos destinados al fin contrario al que lo han reducido las propagandas.     Próceres desconocidos inmortalizados en bronce adulterado por las necesidades presupuestarias, no pensaban en vida más que en el día a día. Hubieran depuesto las armas en masa de saber adónde llevarían sus epopeyas.   Lacayos del sistema quejándose amargamente de lo costoso que les resulta asumir el precio de sus insignificantes privilegios.  Gente durmiénd