Porque todo es mío hasta que alguien
demuestre lo contrario
Estamos en un mundo mal repartido, mal
diagramado, mal encauzado… o no.
O todo es como debe ser, todo
está bien, en realidad, porque las cosas por las que luchamos o las que nos
faltan tienen el mismo sentido que todo lo demás, cada rueda que se fabrica,
cada servilleta de papel costo sangre destrucción y muerte.
Como un habitante más del mundo, considero a la propiedad como un insulto, alguien lastimo mi planeta, para decir que los frutos de esa ruina pueden venderse y comprarse, sistematizarse, adueñarse. Me da asco, el que dijo eso merece lo peor, solo es un pedazo de mi tierra, ¿cómo no me preguntaron?
Si todo se hace de lo mismo, entonces
no es tan rebuscado querer todo, y más de todo, como casi todo el mundo,
aunque no podamos… pero si lo que quiero está lejos de mi alcance, y puedo
lograr acercarlo con la señora nueve milímetros, por dar un ejemplo burdo,
entonces lo hago y listo.
¿Y por qué no? O acaso no está hecho ese auto y ese televisor con la calidad del aire que respiro, con las cenizas de mis abuelos, con los restos de culturas remotas que son parte de mí mismo, hasta cuándo vamos a dejar en manos de los peores, la libertad y la decisión de tomar por las armas y la conquista lo que de ultima, podría ser reclamado por cualquiera. Y defendido por cualquiera también, claro.
No es que este
pidiendo clemencia, solo digo que debería terminarse este estado de esclavitud moderna,
en el que nos sometemos a la más cruel deshumanización, con el solo objeto de
poseer un poco más de bienes declaradamente inútiles y nocivos a la conciencia
y posibilidades de desarrollo como personas. Como seres vivos.
¿Qué iluso, no? Como si a mucha gente le importara más sentirse vivo que sentirse dueño de un televisor, desde el cual desligarse de hacer su apreciación del mundo; desde el cual desligarse hasta de su propio sentido del uso del tiempo hasta quedar aburridamente colgado de una pantalla a regañadientes porque “es lo único que dan” (en realidad todos elegimos el vacío de contenido que festeje, borre y a la vez disculpe el vacío de la interacción social).
Pero acumulamos porque así
nos enseñan, según nuestras posibilidades, y el costo social y ambiental de tal
sinrazón lo pagan quienes no pueden quejarse. Y no hay escarnio o
tropelía que no sea inmediatamente contradocumentado, falsamente
historiografiado, hasta que la muerte de millones o la expulsión de sus tierras
y medios de vida de personas o comunidades de miles de personas se pueda ver
como una aventura quijotesca elegida voluntariamente por los cadáveres y los
desplazados.
saquear, asesinar, mutilar, destruir familias y ecosistemas o condenar a niños de cinco años a comer basura pareciera ser parte de ”el lado oscuro” de la humanidad al que lógicamente no pertenecemos, a mí que me revisen, dijo un ladrón ofendido. Pero la verdad es que nadie sale de la superficialidad que impone el ritmo alocado de estos días para seguir uno solo de sus actos hasta sus consecuencias finales, y comprobarlo.
A lo sumo nos incorporamos como justicieros o acusadores de
lo malo que todos conocen. Sera por eso que tienen tanta relevancia
Greenpeace y tantas otras instituciones de caridad, por servir a una coartada
mental que limpie nuestra imagen, que disfrace nuestra forma de desvincularnos
de todo, subrayando una conciencia casi siempre falsa e inexistente.
Es decir, no somos mejores que el
ladrón que tuvo mala suerte y atraparon, que el asesino artesanal que espero a
su víctima en un callejón, que el empresario que sumo algunos caños más a su
desaguadero ilegal hasta desembocar espumosamente en el arroyo hasta ayer
transparente de vida. Todo el sistema ético y moral sobre el que
descansamos es falso, decadente y meramente declarativo, pero nos sirve, vaya
si nos sirve…
¿No se entiende? Perfecto, no es mi intención, sino todo lo contrario, solo de la duda y la confusión podrá nacer un sistema propio de reinterpretación de estos decadentes, actuales, objetivos. ¿Es lo que tendríamos que hacer hoy, no?
Aunque sin esperanza, es difícil sustraerse a uno mismo a lo que aprendimos cada día hasta este momento. Pero deberíamos, renacer a un mundo nuevo donde realmente tomemos decisiones, donde realmente apostemos por nuestro desarrollo, evolución o como quieran llamarle.
¿Y cómo lo hacemos? Seguro no será salvando esas gordas ballenas o pandas
gigantes.
A nuestro alrededor hay suficiente esclavitud y miseria como para ocuparnos de tan simpáticos animalitos, y tampoco hay tiempo para esa miseria, en realidad, porque nos falta para encargarnos de nosotros mismos…
¿Pero que somos? Si no partimos de un punto cualquiera seguiremos siendo objetos, si objetos. Es largo el camino que hemos recorrido, desde la desnudez vigilada con la que nacemos hasta la formalidad adecuada a nuestro entorno, con la que vivimos. Solo perdimos, perdimos injustamente. Ya no hay tiempo para analizar, para modificar.
Solo
romper se puede, solo quemar y caminar con el humo de las ciudades a nuestra
espalda. Caminemos, desnudémonos, ¿cuál fue el primer ser humano que prefirió
una hamburguesa a la sangre caliente del animal recién matado? Todo se perdió
en el libro gordo de la falsa historia, como si mil imperios valieran más que
un solo lagarto al sol…
Destruir, matar y robar, masacrar, ya
es una necesidad cotidiana en las ciudades, votar, consumir y trabajar, son
mascaras para ocultarlo: fuego, no dejen de dar fuego, desnudos y sin
provisiones todavía tendrán un segundo de libertad. Antes, eso se
valoraba más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Que te parece?