Con solo caminar un rato, podés darte cuenta que las fronteras no existen. No de la misma manera que en el papel, en los mapas. No en la misma forma que en nuestra cabeza, en nuestra adoctrinada percepción social.
Cuando pasás de un país a otro, nunca hay líneas en el piso, el mundo es redondo, no tiene límites, podríamos recorrerlo hasta el final si no hubiera líneas divisorias de fantasía.
Bah...igualmente, en la práctica, las fronteras no son iguales para todos: se vuelven tenues, transparentes para el dinero, para el poder, y se multiplican para los pobres, los desvalidos e indefensos.
Para ellos hay fronteras nuevas dentro de la ciudad, y en cada barrio, y como siempre, las fuerzas de seguridad o la total inseguridad, están ahí para cobrar peaje.
Más allá de eso, hay miles de fronteras invisibles, límites económicos y sociales que es difícil franquear, estratos laborales, sexuales o de género, privilegios o discriminaciones. Hay países dentro de países que se definen por el color de piel, en la frontera de la violencia y el hambre estructural que detiene a generaciones enteras detrás de una esperanza que nunca llega a ser realidad.
Pero hoy en día, los peligros mortales provienen del gobierno y los estados, de las corporaciones, de las instituciones y las ideologías: el olor de la manada se ha transformado en una tendencia digital, una imagen viral, una reacción automática estandarizada, un esquema de pertenencia o de polarizacion del tipo amigo-enemigo que asegura nuestra entrega incondicional.
Y así, aún en contra de nuestros propios intereses, desplegamos nuestra sumisión gratuita de cachorritos a pesar de cualquier resultado desastroso sobre nuestra propia vida...
Es que, sigue siendo tan cómodo dejar de pensar, atravesando cada día hasta mañana sin cuestionarnos nada, vivir sin responsabilidades sobre nuestra propia vida o la de los demás, navegar en el viento de decisiones ajenas...que no nos damos cuenta cuando ya no se puede saltar del barco. Un día cualquiera los límites se endurecen y chocamos hasta aplastarnos la nariz, pero no, no podemos pasar, estamos de este lado, donde todo se angosta y cede!
Si hay algo asombroso de las líneas trazadas por los seres humanos es que se mueven, se borran y se pintan de nuevo, con solo tener el imperio de la fuerza.
Obviamente, como creaciones artificiales, no responden a la realidad sino que la atraviesan, arbitraria e intempestivamente, dejando a cada lado pedazos y partes rotas que a veces, nunca dejan de intentar encontrarse.
Un día abrimos los ojos y hemos devenido esclavos, o extranjeros, o enemigos...es el papel que nos toca a casi todos tarde o temprano, cuando dejamos que tan pocas personas se adueñen de casi todo el mundo.
Pretendemos vivir así cien años mas? No! Ya no hay tiempo! Nos queda el uno por ciento del planeta para amontonarnos buscando nuestro lugar a dentelladas.
Finalmente, todas las fronteras se cierran, los límites se unen develando la forma del país que nos depara nuestro futuro colectivo: hemos quedado encerrados dentro de un círculo que se asemeja a un inmenso y despiadado Coliseo.
Podremos recibir aplausos, la compasión que nos permite seguir vivos como un regalo, o juntar pétalos de flores de la arena sangrienta y reseca, pero no pensar en salir, en escapar si no nos abren la puerta que se esconde entre nuestras rancias, altas paredes que, maravillados, vimos levantar por la posmodernidad.
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