En el centro de una civilización que se desintegra a pedazos, como un iceberg en la corriente del trópico, acotando los espacios y sin lugar donde saltar… en algún lugar frio, inerte y seco, sin más vida que la estrictamente autorizada, sin más testigos que los cautivos que están fijos a su destino, duerme la bomba. Más allá de las hojas secas, del humus, de las raíces de los árboles, de capas y estratos de tierra, rocas, hormigón, acero y silencio absoluto, espera.
Mas allá, otra, y antes de alcanzar el mar vamos a cruzar algunos cerros más por aquí y por allá donde todo está dispuesto, un nicho suave como una cuna, perfecto y silencioso como un pimpollo, listo a abrirse para dar inicio a la primavera nuclear.
Como una tribu de
ladrones que espían por las tinajas esperando asaltar la ciudad, desde los
cerros y las cuevas las ojivas instaladas en los inmensos misiles
intercontinentales se miran, desde los puertos y los desiertos, se esperan, se
sienten, se reconocen en su hermandad radiactiva, en su indiferencia de uranio
mortal.
Como humanidad, hemos dejado que nos embauquen en la locura nuclear, sin decir un pero, acorralados por el miedo, la ignorancia y la mentira de la guerra permanente y total, de los "Átomos para la Paz", ¡De las armas para evitar la guerra!
En un planeta completamente vivo, cuidamos y multiplicamos un potencial de destrucción mayor que la misma tierra, concentrado en artefactos y naves y submarinos nucleares, solo por el inmenso negocio que representa para una elite poderosa y, cínicamente, nos creemos el cuento de la seguridad amenazada, y de la seguridad con que guardamos estos juguetes en casa.
Porque cada central nuclear que nos da esa energía “limpia” de poster oficial, está igualmente expuesta al accidente, el sabotaje y la posible ineptitud de sus operadores, convirtiéndola en otra bomba casual a ser disparada sin más causas de existencia que un fabuloso negocio que evita responder algunas preguntas básicas como ¿qué haremos con la basura nuclear que estamos generando?
¡Oh! ¡Que contrariedad! Nadie lo sabe!
En más de medio siglo de actividad nuclear de todo tipo, aun no se ha llegado a un protocolo mínimamente seguro para la disposición final de los residuos, es más aun, ni siquiera se ha arribado a una ética nuclear que impida usar a los humanos, a nuestro planeta, a los demás animales como conejillos de indias y los contemple como sujetos de derecho frente al consorcio nuclear.
Sigamos viendo La Hormiga Atómica con nuestros hijos, que es lo mejor que nos
toca…
En otras palabras, no se resolvió jamás el problema pero a nadie le importa, solo importa obtener y vender el combustible, podrían estar tirando residuos radioactivos en el patio de tu casa ahora mismo, en tu ciudad, en tu costa del rio o del mar, sin que tengas la mínima oportunidad de enterarte…
Pero
esto no es todo, la intensa necesidad de lucro de estas elites satisfechas y
cínicas sigue generando nuevas centrales y fábricas, armas sofisticadas y
bombas inteligentes. Y así seguirán facturándonos nuestra propia muerte
hasta el día en que no se puedan esconder los síntomas de la devastación
silenciosa que nace en las minas de uranio y termina en tus huesos...
Además de eso, los buenos comerciantes
quieren deshacerse del stock, claro, como todos, y no pasa un verano sin que
las hormigas se alboroten y amenacen con una nueva guerra entre potencias, con
un intercambio de misiles atómicos, o con el simple, primitivo e hipócrita
argumento de bombardear algún país porque podría llegar a avanzar en la
dirección de la técnica nuclear que los demás ya poseen…
Igualmente, ante el peligro, lo mejor siempre es rearmarse, modernizarse y tener todo listo para que sobre, aunque haya que comprometer la economía del país ¡No vaya a faltar una bomba a las cuatro de la mañana cuando los kioscos están cerrados!
Por supuesto que nunca llega a pasar nada (hasta que pase) pero el poder de chantaje y coerción que poseen los países que han llegado a armar la bomba los ensoberbece de poder, aunque en este caso, tampoco se vaya a usar a favor del pueblo, pareciera como si los bandos en realidad fueran la humanidad por un lado y la macabra industria radiactiva por el otro…
La guerra, hoy más que nunca, es una
completa farsa, pero solo nosotros podemos construir la paz. ¡A ellos, no
les importa nada!
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