Calles sin puertas, cárceles sin llaves
Cada vez que salgo de mi casa, y empiezo a cruzarme con personas, me asombran las expresiones de la gente que come, duerme bajo techo, climatiza su casa, recibe un sueldo por un trabajo hereditario por el que no tuvo que hacer mas méritos que el apellido, tiene dilemas tan importantes como la marca de la comida del perro o la ubicación de los focos en el quincho. O tal vez otros dilemas, se nota, en sus caras eternamente preocupadas por el interés de los créditos bancarios y el vencimiento de las tarjetas, el estatus cada vez mas difícil de mantener, acorralados por la cuota del colegio o el club y el precio de la nafta, la moda y el murmullo social. Evidentemente, el privilegio no genera felicidad, sino, solamente una manera sofisticada de financiar hasta el infinito la insatisfacción y el malestar. He dormido tantas noches en baldíos y plazas, en descampados y basurales, que entendí el sentido de la importancia de la hipocresía, de la ostentación: espantar el miedo