Los niños y el capital
Niños, en principio son inocentes, puros, les resulta incomprensible el dinero y el valor de las cosas, las prisiones y el delito, la compulsión al trabajo, el abuso de poder, la desigualdad que ven en la calle apenas asoman la nariz. No le ponen precio a los abrazos, dan, regalan. Cambian un barco por una piedra chata que tiraran al agua sin sentirse en pérdida, exigen y brindan libertad, amor, felicidad… Creciendo como plantas, como cachorros, rodando como piedras desde la ladera de la montaña, estancándose en masa, como el agua, ante la maravilla de la vida que se expresa en una hormiga o un paisaje que los asombra, una flor, un pequeño pez, una historia… Concentran su vivacidad y, luego, rompiendo la presa, se desbordan, corriendo sin objeto ni control, cayendo, embarrándose, raspándose las rodillas los codos y las narices, las orejas, convirtiendo su ropa y su pelo en una masa confusa de pasto, polvo y alegría, curtiendo los pies descalzos o destrozando las za