14 marzo

Un rato con mis amiguitos


 

 

 

…Solamente falto el postre

Estaba pelotudeando, de noche, con la compu en la glorieta, como algunos días cuando salgo de la facultad, cuando aparecieron los enanos cuidacoches, jugando y riéndose y tirándose los billetes desde arriba de la escalera, pusimos un poco de reggaetón y estábamos ahí, tranqui. 

  Ellos: siete años, desconocen el sistema educativo, solo saben la letra de su nombre, bueno, dicen que…pero no. Y trataba de motivarlos con la escuela, como si tuvieran alguna posibilidad de ir, cuando al ratito de algún bar les traen un paquete bien envuelto, papas fritas huevos, milanesas…retazos que le sobran al perro, diría alguno, pero de corazón, un manjar. 

  Y los gurises abren y se sientan con esa cara de emoción de comer algo, y me invitan claro, y yo sin dejar de escribir un mail urgente a la embajada de Tokio, empiezo por picotear las papafritas.

Estábamos de fiesta, cada cual en sus planes, impecablemente, cuando un grupo de mujeres que estaban sentadas abajo, a la salida del baño, tal vez con hambre, tal vez de mal humor de tanto chusmear al pedo, se enfocan en nosotros, y empiezan a hacer comentarios del tipo ““mira como le come la comida a los gurises…tanta computadora y no tenés para comer que tenés que mandar a pedir a los gurises… … …”” y así, con la desvergüenza del número, cada una decía algo que otra repetía o agrandaba. Mientras un par de habitués disfrutaba del decadente espectáculo. 

  Al principio no le dábamos bola, pero al contestarles fueron subiendo de tono el desprecio los insultos y la intolerancia mutua, y finalmente amenazas de subir a fajarme entre todas (lo que por suerte no ejecutaron), con esas mujeres que hacían cola hace dos días para cobrar no sé qué plan.

Con los chicos nos cagábamos de risa y seguíamos comiendo, después se fueron (seguramente estarían esperando a alguna “atracada”) sin aceptar que estos chiquitos de la calle me estaban enseñando el valor de la amistad. Más tarde vuelven las comadronas en un operativo comando y copan la glorieta, solo trepan cuatro, aunque tampoco se animan a nada, y se van por segunda vez sin escuchar más que sus propios lastimosos argumentos, prometiendo venganza.

Esto ya me estaba poniendo de mal humor, cuando el rengo de rastas se sube con otros dos pibitos refunfuñando “así que ustedes tiraban piedras porque yo no puedo correr, mira como yo también tengo amigos que saben correr” y así por el estilo como si yo no estuviera con uno de los chicos a cada lado (el, con sus dos “sicarios” atrás)   

  Le explico calmadamente que eran mis amigos y que si realmente quería educarlos o hacerles ver alguna falta, tendría que hacerlo de otra forma, de manera que les deje una enseñanza o algo útil como personas, ya que no dejaban de ser niños, y que adelante mío iba a ser muy difícil que les toquen un pelo. 

  Y otra vez empezó el baile, ahora era el rengo que despotricaba y amenazaba con el muletazo y toda su teoría de borracho amargo que cae hasta el punto de patotear a las criaturas, y yo sin ceder ni pegar, y sus cumpas que venían no se a qué (estos tenían ocho años) se quedaban callados y al margen hasta que bajaron a la plaza, y al rato también se va el, lloriqueando y ladrando, con sus ojos de burbujas de jabón.

Como se imaginaran ya tenía más que suficiente, pero el peladito (por los piojos) más chico me pide la bici y al demostrar que se podía subir se la presto: al bajar de la glorieta, tratando de pasar los escalones sin bajarse, se desparrama completamente en el piso, dando un poco de alegría al tenso ambiente, le recomiendo que no abandone la zona, con lo que a los dos segundos está dando vueltas largas a la plaza.

 Al rato no tenía más que hacer, guardo mis cosas y arranco tratando de ubicar al gurí, aparentemente se le había salido la cadena en algún lado según dijo el regador, pero no se veía.

En una de esas las mujeres me gritan, aaahhh no te animas por acá, como si su necedad pudiera marcarme el rumbo, pero… 

_“… Ahí esta ese es…los manda a pedir a los gurises y nos trató de…” 

  Ya le decían a un policía, que sin sacarse el casco se dispuso a interrogarme -parecía una película de extraterrestres- y yo me explique, mostré mis cosas, mis motivos, mis documentos (que llevaba encima porque tenía que viajar a Uruguay próximamente), me manosearon, y me recomendaron irme sin pasar por el banco donde estaban haciendo cola las mujeres. 

  Por radio no habían saltado antecedentes ni capturas, le explico que ya me estaba yendo, que solo me faltaba recuperar mi bicicleta, y arranco cortando otra vez la plaza, los milicos también, paralelamente, dándole el parte a un patrullero que ya estaba a la expectativa. Y no se veía nadie por ningún lado, solo arboles quietos.

Por un par de minutos flashé que había perdido la bici, pero sin dejar de pensar que el pibito había volado cuando vio la cana, obviamente, y así era, porque en otra calle nos vemos a una cuadra 

_¡Te estaba buscando! -me dice- Y que te dijo la policía? etc… 

  Nos despedimos hasta otro día, por suerte, alcancé a mandar ese mail.


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