Hablan de mediocridad, como si el mundo fuera
un reflejo de su descubrimiento.
Habla de mediocridad porque un día se miró al espejo y vio algo más allá del vidrio plateado, segmentado, cortado, pulido, esmerilado, sistematizado, patentado, registrado, diseñado, enmarcado, embalado, transportado, depositado, intercambiado, exhibido, cotizado, vendido, apreciado, comprado, instalado, y luego mirado… quien lo necesitaba?
El espejo
estaba ahí antes de ser colocado, el marco estaba ahí antes de ser construido
el edificio, la mirada estaba ahí antes de que levantaran la ciudad, y sin
embargo recién se da cuenta…
Hablan de mediocridad solo por leer un libro de poemas absurdos y oscuros, que fueron escritos en un tiempo que ya no volverá, con tizas gastadas por el reflejo de velas que ya no arden.
Fútil construcción de la mente enferma de un insomne que murió sin entender que solo estaba mirando a un espejo que no debía malgastar, revelando secretos que no pueden ser conocidos a través de las palabras.
Pero el tiempo era tan
corto que todavía obligaba a tener esperanzas, y cada generación se dedicaba a
vivir sin pensar en la mediocridad que estaban gestando en lo profundo de sus
frases gastadas.
Mi vida es una obra de arte, no pienso hablar de mediocridad, es una falta de respeto a la vida misma, no existe tal cosa como la mediocridad en mí.
Mi vida toda es una obra maestra, es una fina urdimbre entrelazada con tal esmero que no deja escapar nada fuera de mi mismo, nada mío fuera de mí, y sin embargo como red me esparzo sobre la tierra y el cielo, sobre el mar y las ciudades, sobre el aire y la noche.
Flexible
capturo todo lo que quiero y dejo escapar lo demás… solo tengo una vida, no
puedo actuar como si tuviera dos, dejando entrar falsos milagros, aburridas
diversiones, y risas falsas de ocasión solo para disimular que no tengo nada en
que pensar, nada por lo que vivir o morir, citando espectros muertos y falaces
expertos.
Es increíble que dediquen su tiempo a hablar de la mediocridad, solo pueden hablar así porque carecen de un marco de interpretación adecuado, de algo que refleje algo más que su propio espanto de intuir la verdad y no hacer nada para cambiarla. Pero no todo corre por los mismos carriles, ni puede ser contemporizado, y no es porque hoy valga más la vida que ayer la ponían en juego y ahora la guardan.
Solo la realidad
nos hará libres, solo la libertad nos volverá sólidos, enteros como una nuez,
como una naranja, pero vamos chorreando nuestras propias cascaras, y evitamos
pensar que nos exprimen sin beneficio ¿y al final compramos a un precio total,
impagable, el nicho recién descartado por otro iluso, donde guardar el boceto
de nuestras vidas?
No es necesario apresurarse ¿qué vas a comprar que te resuelva el dilema, que te alargue la vida? Nada ha sido fabricado para eso, el único dilema es como consiguieron que pensemos en aceptarlo.
La vida no tiene un gran valor, ni se mide en las
interminables listas que determinan el precio del éxito, porque de esas listas
harán otras listas, y otras, y otras y así sucesivamente, hasta que la única
opción sea morir de viejos pensando en que estuvimos pensando para actuar así.
Pero seguir pensando en la conciencia
como algo que puede salir de una cadena de montaje es la jugada maestra de los
sucesores del gran inquisidor que llevamos dentro…
Por eso no me preocupa, no soy consciente de nada, olvido todo en cuanto lo veo, en cuanto lo escucho, y solo le hago caso al viento frio que me dice que estoy vivo, antes que a las acrobacias mentales de artistas de circo de edición de bolsillo.
Ignoro cualquier peligro que provenga de las listas que armaron hace tantos años los sobrevivientes a cualquier precio. Ignoro incluso las caras de espanto y miseria y la incomprensión que viene a dibujarse en sus miradas, pretendiendo ser otra cosa.
Pero a la larga queda marcado el reflejo del espejo que no
pudieron soportar para mirarse dos veces, y como una sombra los define a metros
de distancia, como una soga al cuello, como una etiqueta en la frente.
Vivo al margen de mi propia vida, que no se adapta a nada y sin embargo sigue ahí, fluyendo. Cuantas veces debió morir no pudieron encontrarla en el punto enfocado por la mira fija.
Y mi cuerpo entero rechaza la comida enlatada, balanceada, estandarizada, deshidratada, que ponen en la lata frente a la cucha del perro: somos animales espirituales.
Es necesario alimentar mucho más que una masa de músculos y tendones, vale más ponerlos en marcha, que adosarlos a un sillón eterno donde adoremos al dios de lo establecido.
Consumo personas,
mastico sensibilidad, me nutro de su energía sin fin, de su amor intangible por
la vida, que me hace ver el camino marcado a tiempo de seguir de largo, y no
gasto más en guardarme que el espesor de mi propia piel.
Le doy la mitad de lo que tengo a quien se lo merezca, pues la regla es pedir, solo para comprobarla. Una regla que se comprueba a si misma ni siquiera necesita escribirse, está en cada pedazo de mí que recolecte comprobándola.
Pero pocas veces se da bajo techo, las luces engañan, el maquillaje de la mirada ajena no se resquebraja ahí donde buscamos ascender. Solo podemos aspirar a pedir el baño para mirarnos disimuladamente al espejo, y mentirnos que es necesario, que solo es un rato más, que el objetivo se acerca.
Pretendemos alcanzarlo encajando nuestra
mentira en la mentira hasta que un día terminamos hablando de mediocridad…