28 septiembre

Maia y Ciro


 


 

Para mis hijos:

  No empezare por una frase tan trillada del tipo “Daría la vida…” o de esas, porque la vida es importante, y necesaria de mantener, en toda circunstancia, para la prosecución de cualquier fin, pero algo de eso hay.

  En mi caso, mis hijos fueron fruto del amor absoluto, y esa es la primera enseñanza que trate de transmitirles siempre, sin medias verdades, sin medias mentiras, aunque todo a su tiempo.  

  Y tal vez por esa misma realidad, vivimos años y años y años de la guerra más estúpida que alguna vez sufrí, con el amargo objetivo de  fracturar y desmembrar a mi familia, por parte de gente que tiene un concepto distinto de este tema, y ve a sus hijos como objetos, como propiedades, como seguros para la vejez, mascotas etc., y quiso convertir a mis hijos en lo mismo, cuando debían ser personas… lo cual dejé de analizar hace rato por serme incomprensible.  

  Solo pude oponer la libertad.  

  Como frutos del amor, de una responsabilidad, me parece inadmisible pasarles cuentas solo por nacer, por existir, por ser y equivocarse, exigir y necesitar un bagaje de cosas para continuar y crecer, ya que la elección de su arribo a este mundo fue de dos ínfimas células y/o corazones que lo resolvieron cuando ellos no existían, pues, ¿Qué culpas habrían de pagar entonces…? 

  Y además  ¿Que habrían de restar de su vida para defender o cuidar la mía, desordenando todos los relojes del mundo?  

  ¡Que vivan y prosigan sin culpa!  Que yo me cuidaré solo cuando sea el momento, en vez de convertirme en una carga, un peso, una responsabilidad contra natura…

  Nada hay más fácil de interpretar para un niño que el amor, ya que lo viven y lo ven en todas las cosas, mientras no los pisoteemos, por eso es un buen punto de partida.    

  Entonces empecé por ahí, y en la práctica, sin perder la vida, la puse en juego tantas veces como fue necesario para su supervivencia, y si la hubiera perdido, tal vez hubiera sido una ecuación justa, aunque de suma negativa, tal vez por un tiempo… 

  Tal vez por eso no les enseñe a vivir la vida como una institución, como algo sagrado que hay que mantener a toda costa, toda una filosofía de referentes del sistema, que terminan esclavos voluntarios solo para no disminuir sus caprichos, para no perder su egoísmo y mezquindad.  

  Amor, es práctica, no un objeto, es mirarse a los ojos y ser iguales, al margen de las posibilidades, de la fuerza, de los hechos.

  Y de ahí la vida, con ese material, no otro.

  Y nunca me prive de abrazar, besar y acariciar a mis hijos, durante horas enteras, de dedicar mi tiempo solo a compartir mi corazón con el suyo, todo lo que pudiera, sin cobrarles por eso. Sin chantajearlos con caramelos o etcétera, más allá de que nuestra vida siempre fue austera y simple.

  El amor es libertad, y la libertad amor.

  Y al amor no se llega con la palabra escrita ¡Con estas palabras!  Se cultiva desde un corazón sano.  En alguna coyuntura, viajando, tuve la oportunidad de compartir mi tiempo con gente que venía de dejar su casa arrasada por el agua, al igual que mi pequeña tribu, y esos ocho niños escalonados eran un mar de amor y se cuidaban entre ellos 

  ¡Y seguro cualquiera dejaba su plato de comida por su hermano si era necesario!  Tal  vez porque solo así habían llegado a ser, en alas del amoroso sacrificio, el tozudo ejemplo de sus padres, y nosotros aprendimos también, que amor es libertad, y libertad amor.

  Pero de una persona que solo fue educada en el capricho no aprendes el amor porque no puede verlo, porque el hecho de que le den la coca cola en la mesa parte ya de un intento de someter y atar, por la transmisión del miedo, la soledad y la posesión que esos padres sienten. 

  Y se sienten felices en el fondo cada vez que la criatura aumenta su egoísmo y mezquindad y rechaza una nueva comida porque es marrón, roja, verde, blanda o fría o caliente, y se quedan tranquilos al desmantelar su futura libertad, aunque eso pueda ser “inconsciente”.   

  Pero sus hijos solo aprenden a atar y destruir, para repartir sus cadenas y no sentirse tan solos, y solo pueden hablar de amor, aunque no lo conozcan.

   Entonces,  evité siempre forjar en ellos esos parámetros ajenos…  y en honor a la libertad personal, evite responder a la salvajada encarcelando a mis hijos, tal vez envenenando mi propia vida más de lo necesario, pero sabiendo que un día sus propios parámetros les permitirían elaborar sus propios juicios… y me sentiría un ladrón protegiéndolos de la experiencia primaria de tener a su alcance las diferentes opciones disponibles.  

  Aun cuando los protegiera, conceptualmente, a través de la interacción y puesta en el tapete de las intenciones y acciones con las personas que participaban de su mundo familiar.  Con esto solo logré total hipocresía, y golpes bajos, ciertamente, viles intentos de manipulación infantil.

    Pero soy adulto y vivo en un mundo real, lo que hasta cierto punto, no debe ser mostrado antes de tiempo a los niños, pues todavía deben guardar esa semilla de luz que llevan dentro para un día construir algo distinto.  Y ellos fueron fuertes.

  Entonces no les evité tampoco muchos golpes, sino no hubieran caminado, explorado, ¡Arriesgado!  Ni lloré por sus raspones ni los levanté para abrazarlos y consolarlos como si fueran de cristal cuando se dieron un palazo, riendo y festejando cuando corría la sangre, al mismo tiempo que mis brazos los apretaban, pues los golpes y el dolor son una parte insignificante de la vida, y así deben mantenerse, no magnificarse hasta el hartazgo, haciéndose parte de un vicio, un intercambio enfermizo. 

  Les enseñe a ser valientes, a defenderse por sí mismos, a reír cuando se volaba el techo, a seguir adelante sin pensar en nada, aunque no vean la meta, porque nunca se ve, casi nunca se conoce, y eso es una buena excusa para dejar de caminar.

  No los llevé a llorar a los velorios, ni les enseñé a sufrir ni amargarse por las desgracias ajenas, no los hice parte de ninguna secta o religión.  Preferí decirles que toda la fuerza estaba adentro de ellos mismos, y que las respuestas llegarán cuando tengan una buena pregunta… que el mundo entero es de y para ellos aunque lo hayan alambrado, aunque existan los países, idiomas y gobiernos.  Que ser feliz es ser conscientes de ese segundo, de este mismo segundo…

   Trate de demostrarles que el cuerpo es natural, y para disfrutar, no algo de lo que deben avergonzarse, algo sucio, sino una maravilla que debían cuidar, y fortalecer siempre.  Jamás les oculte nada sobre sexo, evitando toda represión o prejuicio, toda determinación, para que lo puedan vivir a su tiempo y a su modo, sin sentirse culpables por eso, sin pensar que deben rendir cuentas por decisiones personales.

    Traté de que no teman equivocarse pues también se pueden pedir disculpas, y obviamente, fue también con el ejemplo, apelando a su ternura cuando lo hice, y recordándolo para darles la mía, en lugar de solo una cara de prócer apuntando al horizonte. 

  Que no teman experimentar probar y romper porque todo es aprendizaje y si no se puede arreglar, siempre hay opciones, y de última, nada es tan importante.

  Tampoco practiqué la hipocresía con ninguna costumbre pensamiento o cuestión que ejerciera, aunque estuviera en desacuerdo con las líneas generales de la sociedad, pues con eso aprenderían que un ser humano es soberano absoluto de su persona, y la sociedad solo es una construcción imperfecta necesaria a veces para convivir, dado el estado de cosas en que ha devenido el mundo. 

 Y tome como una responsabilidad humana, el aclararles lo artificial y decadente de las jerarquías, de las prohibiciones, de las instituciones, etc.

  La vida, la muerte, se entrelazan desde el momento en que somos parte del mundo, así que no les enseñé a tener piedad de nada, sin perder la ternura de acariciar un cachorro, o liberar un pez o un animal cualquiera de su destino, como también hicimos, pero sabiendo que nuestra vida cuesta la de otros seres, que criamos o plantamos, cazamos o cosechamos, y usamos o comemos, y eso está bien, y no hay forma de que sea de otro modo, y que todo lo que hay sobre el planeta tiene el mismo derecho. Porque matar y morir está en la raíz misma de la vida.

  Mi primer derecho fue pasar hambre para que coma mi hija, y sangrar para que ella viva, y hacerlo con alegría, infinita alegría.

  A medida que van creciendo y su mundo se opone, entrelaza, separa, funde, intercambia con el mío, me siento reconfortado de que sea así, sin recelos, sin culpa, sin miedo de decir ni preguntar, de tomar sus decisiones, libres en una cabecita libre, eligiendo sus herramientas para la vida, partiendo de su historia, de su mundo, de su libertad de preguntar y contradecir… o consensuar.

  Les mostré que cualquier cosa es mejor si parte del corazón, y que nada es tan importante como lo que creemos, lo que perseguimos como personas…igualmente, debí decirles que a veces ese camino se vuelve en contra nuestro, cuando se carga de opciones, opiniones, decisiones ajenas, y a veces, cuando no supimos protegerlo, la paz, la salud, la libertad, el amor, imponen abandonarlo, aun cuando sea difícil tomar esa decisión. 

 Y me fui, y fue  mejor para todos por cierto, y ellos entendieron porque había partido.  Y porque había vuelto para verlos, solamente cuando mi corazón fue capaz de soportar mínimamente, de separar su mundo del recuerdo que incluía a su madre.

  Me alegro de que ella siga compartiendo, redefiniendo, y actualizando también estos conceptos, creciendo junto con ellos, como yo, y generando libertad.  Energía.  Mundo.

  Porque me siguen enseñando… para ellos, aun pequeños, que saben que no es un chiste, que una vida libre, real, puede terminarse en cualquier momento -¡Hoy!- y no temen ni retroceden por eso, fue esta canción.

 

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