Tuve que retarla a Maia, porque les había dado un par de aerosoles, para que dibujen en la pared, y había puesto, además de los suyos, además de las abstractas pinturas y caritas, los nombres de un par de amigas, en nuestra casa, lo que ya le daba un aspecto de lugar abandonado, y yo que pensando en irme lejos y dejar todo a la buena de dios y la colaboración de mis vecinos, le explicaba lo que son las paredes y los nombres, y que ella solo podía poner su nombre, en su casa, y ninguno ajeno…
A veces en mi barrio,
cualquier provocación redime a los usurpadores de culpa, y la más grosera es el
tiempo y el abandono de hogar. Entonces a ordenar un poco y retirar los
pedazos de nailon que habían aterrizado para matizar, a ver si la próxima vez
el juego no es a dejar todo revuelto, ya que sus amiguitos se vuelven a su
casa, y yo quedo con poco tiempo de recomponer la situación. Cosechando
de la huerta y cocinando se fue media tarde, aunque salimos igual a ver si
todavía podíamos ver algo del espectáculo…
Recorrimos todo el muro, cortando después camino por el barrio atrás de la cancha de wanders, Ciro preguntando todo lo que le llamaba la atención, y yo tratando de explicar lo mejor posible.
Su interés iba desde los montones de escombros hasta la ropa tirada, los arboles caídos y los variados animales muertos y vivos… acabábamos de pasar de a uno por una tabla rota que hacía de puentecito, cuando un patrullero que salía marcha atrás de una cortada, lleno de policías, da la vuelta y encara en nuestra dirección, y lentamente nos sobrepasa.
Rebasa a un par de muchachos que iban más adelante y frena: con solo mirarlos uno se arrimó a la camioneta, donde se bajaban dos milicos, que antes que nada lo palparon de armas para sentirse seguros, el compañero se había sentado al borde de un zanjón y esperaba.
Los milicos interrogaban al gurí, y este contestaba,
de todas maneras, un minuto más y siguieron su camino, estarían buscando a
algún otro…
Seguíamos caminando ahora por las vías, Ciro juntando cosas, porque ¡todo le sirve! Mientras yo charlaba con Maia, la gente miraba atrás de sus tejidos y latas, sin acertar a conocernos.
En el cruce de la calle, algunos adultos en ronda charlaban mirando a un atento niño, unos metros más acá, mientras vigilaban la evolución del patrullero, finalmente un asentimiento de cabeza, y el pequeño, que no contaría mas que cinco años, tira un arma a la alcantarilla, bajo el agua, y se queda jugando con los demás, a correrse en patas por la vía.
Igualmente paso sin
novedad la camioneta, tensos los milicos adentro sin frenar más ni bajarse,
daban ganas de hacerles ¡buh! Como un fantasma, para cristalizar ese miedo…
Pero ese miedo se transmite al gatillo
de la escopeta, de la pistola nueve milímetros, y no vale la pena provocarlos,
así que todos los miraban solo como si fueran una cebra caminando fuera del
zoológico “…volvé a tu jaula sin patear a nadie antes de que a alguno se le
ocurra meterte a la parrilla…”
Ciro que nunca para de preguntar cuantas cuadras faltan, y yo siempre que cuatro no más… pasamos al lado de un trio de gurises que fumaban y tomaban alcohol, flacos como alambres, y cortamos por adentro de la estación, porque llegábamos tarde, sabiendo que el vigilante nos haría dar la vuelta como ya nos pasó una vez, aunque también podría ser que no.
Ahora era el turno de reprender a Ciro, que insistía en dar vuelta
una manija de cambio de vías, explicándole que si volcaba un tren iba a ir
preso y se quedaba sin papá… mirábamos las máquinas y vagones, asombrados
ellos, entre los mecánicos lentos e indiferentes.
Casi llegando a la meta, apareció el guardián, con su prohibición… ¡vamos a la estación! Le digo… ¡Bueno, bueno dale! Confirmando sus palabras con un movimiento resignado de cabeza.
Recordando el viaje en el Gran Capitán, subimos finalmente al mismo andén donde habíamos finalizado nuestra vuelta, y llegamos al salón, donde Los Tinguiritas daban su espectáculo.
Pagamos y
entramos, Ciro se fue adelante, y nosotros salimos casi inmediatamente, a jugar
en la locomotora vieja Maia, y yo a charlar con una amiga que tiraba el paño
ahí afuera… ¡El lugar estaba demasiado repleto!
Cuando terminó, cruzamos la pasarela y me quede con ellos jugando en las prohibidas formaciones ferroviarias, explorando todo y trepando, venciendo sus miedos. Maia(pretendía mandarlo a Ciro primero) no se animaba a saltar de un vagón al de al lado, para lo que le sobraba paño, como finalmente demostró, y Ciro que insistía en hacerlo...
Lo atajé en su prueba, al otro lado, parando su rodillita con mi cara, al abarajarlo, para que compruebe por el mismo que todavía no le daban sus patitas, tratando de ponerle una gota de sensatez a su audacia, ya que los vagones son bastante duros, mucho más que nuestros respectivos frágiles huesos.
Medio noqueado, aproveche igualmente para recordarles la fuerza
que podían darle a un rodillazo en caso de tener que defenderse.
Y registraron cada rincón y cada
escalera, hasta que anocheció, como hice yo a su edad, “cortando camino” esta
vez por la costanera, pasando por el peor cyber del barrio, fracasando una vez
más en iniciar el Face de Maia… hasta que llegamos a casa arrastrando el
cansancio y el frio nocturno por el murallón lleno de charcos, y Ciro contando
las cuadras, esta vez siguiendo su ritmo, lentamente, para llegar y reponer
fuerzas, en el poco tiempo que tenemos juntos…
Todavía me faltaba hacerlo llorar,
intentando sacarlo un poco de sus límites, para borrar el “no puedo” que lo
ganaba a veces, presionando sus seis años, ignorando olímpicamente los intentos
de mediación de Maia… ¡dejándolos enojados conmigo por una semana entera!
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