Vivimos esclavos de una ética de la
dominación, pues quienes la imponen no la ejercen, no la respetan, no la temen.
Vivimos esclavos de la estupidez sin fin de deshumanizarnos, de desanimalizarnos,
en nombre de la antisupervivencia, solo para que puedan juntarnos a cucharadas
quienes se ríen de todo, y sobre todo de nosotros.
Cuando se acaben las buenas causas que defender, se volverá un crimen espantoso matar un piojo, y serán crucificados aquellos a los que no se los vea rascándose afanosamente la cabeza.
Claro que para sumar el control absoluto y el miedo a la hipocresía y la doble moral que desintegran la sociedad, los señores del castillo de acero inoxidable ejercerán el derecho de revisar a los sospechosos, entrar a los hogares controlando del primero al último, y absorber su tiempo contando los insectos que circulan por cada cuero cabelludo.
Y todo se deberá al azar o a la
voluntad maquiavélica, para lograr el ascenso de unos y la perdición de otros.
Los pelados serán expulsados o muertos por la turba hambrienta y sus bienes confiscados, y según la necesidad, su mal se declarara hereditario y contagioso, y se perfeccionaran los métodos de identificarlos al nacer.
Su exterminio se declarará sistemático y
necesario, aunque solo los señores en sus tronos de calaveras se reservaran el
derecho de usar gorro. Las pelucas se cotizaran a precio de oro... ¡Adivinen
quien controlara ese mercado!
Cuando finalmente la conciencia emerja, todo cambiara y los mismos señores serán los paladines de la tijera y el rapado a cero, y convidaran en sus castillos de hueso pulido a los líderes de la revuelta, donde por supuesto los asesinarán.
A todos menos a uno, que se
salve para decir que todo lo anterior fue obra suya, y que ya no impedirán el
progreso de la humanidad, solo atrasado por las plagas que favorecían, ahora
todo será paz y bienestar.
Por los caminos de sangre roja seca viajaran lentos los inmensos contenedores de pan para los convencidos, y una vez más los ejércitos de (esta vez) peluqueros macabros, que tal vez de vez en cuando claven sin querer la tijera en el cuello de sus obligados clientes.
Todos los heraldos del planeta cantaran en sus páginas el triunfo del bien
sobre el peligro latente de los desacatados, que comiendo sus propios piojos,
vivirán entre las sombras tratando de impedir inútilmente que la historia se
reescriba ante sus ojos, que se manipule la memoria y la sangre de los muertos,
de sus propios muertos, para decir que vivieron para afilar la espada que les
corto la cabeza.
Y en sus caravanas de polvo, los reyes de barro irán con paraguas bajo la lluvia, aparentando competir unos con otros, para que se quede con la decisión total sobre nuestras vidas, solo quien simule mejor lo contrario de lo que son. Mientras, los hambrientos de carne y hueso juntaran monedas de lata entre las huellas que cortan en dos la ciudad, para no ver morir de hambre a sus hijos.
Sin embargo, algunos crecerán
despreciando todo eso, y recogerán de los olvidados del tiempo las enseñanzas
que les permitan volver a ser personas... ¿Todo comenzara una vez más?
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