Estábamos con el Pato, y el Matungo, habíamos cruzado un viracho en la laguna, persiguiéndolo con nuestras piedras, antes de recorrer la costa buscando anzuelos y plomadas, piedras buenas y pescados muertos, al final dejamos todo en un escondite, para volver a pescar mañana.
El día era soleado y no queríamos volver porque habíamos salido sin nuestros gorros, y seguramente nos castigarían dejándonos adentro.
Recorrimos el basural, entonces, sin encontrar nada que valga la pena, salvo el Pato que se llevaba un hermoso conejo de peluche, azulado, que solo estaba un poco descosido y sucio.
Dábamos vuelta la basura para ver si aparecía alguna víbora de colores, o algo raro, que nos sirviera para hacer una nave espacial o un auto de carrera, pero todo estaba quemado, y encontramos muy pocas piezas, aunque una, llena de luces de colores, botones y palancas, valía la pena por todas y nos decidimos por la nave espacial, arrastrándola para casa, ya encontraríamos otras piezas.
Igual, todavía no podíamos volver,
así que la dejamos al pie del muro, donde no podían vernos, y nos sentamos un
rato a descansar abajo del ceibo, yo no tenía nada que contar, así que estaba
por inventar algo cuando por suerte vi al Viejo De La Bolsa que venía
caminando, y salimos corriendo, a escondernos en la selva…
El viejo pasaba caminando tan lentamente que no terminaba nunca, y la bolsa en su hombro, bien llena, capaz con un niño, o sus pedazos, que iba a comer a su casa. Habíamos quedado bien quietos y callados, cuando el Pato, que boludo!
Capaz por el mismo miedo le pego un grito, y el viejo se dio vuelta, nosotros lo miramos para pegarle un coño pero él se quedó congelado mirando al viejo, que se venía, se venía, y saltamos de nuestro escondite para correr pero el Pato no podía, y se estaba meando en el lugar.
Con todo el miedo que teníamos ni podíamos agarrar
las piedras pero íbamos a salvar a nuestro compañero antes que se lo lleve, el
Pato congelado…
Pusimos las botellas en fila, verdes blancas y marrones, contamos quince pasos y empezamos a tirar. El que perdiera se iba con el pantalón meado ¡yo no iba a perder ni loco!
Ya iba rompiendo tres cuando vi unas botas, y doy vuelta la cabeza… eran dos policías que nos miraban, se habían acercado sin hacer ruido… que susto nos pegamos, nos agarraron con las manos en la masa, bajamos las gomeras, mirando los uniformes, llenos de balas, cartuchos, las pistola, y las escopetas, todo nos encandilaba con el sol.
Y nos olvidamos del viejo de la bolsa. Un policía nos
dijo, a ver esas gomeras ¿nos dejan unos tiros? Y se las dimos, y
agarraron una cada uno, devolviendo la mía, esta no, no sirve ¡será que no
entendían nada! Y empezaron a tirar, desde donde estábamos nosotros.
¡Fa, yo cuando era chico era buenísimo en esto! Decían y se arrimaban otro paso, pero también le erraban, al final terminaron tirándoles desde re cerca pero tampoco le pegaban y nosotros ya nos reíamos y los alentábamos, de tan maletas que eran.
El que venía más rabioso se pegó en el dedo y ahí fue cuando saco la escopeta y partió todas las botellas a tiros, así se hace gurises, no hay que tener piedad, el otro se reía y nos hacía señas, este está loco. Estábamos aturdidos y no sabíamos que hacer…
_Y mira este boludo, se meó!!
_No.. si yo ya estaba meado ¡No me dan miedo los tiros!
_¿Ah no?
Pero por suerte el otro dijo: Váyanse! Y nos devolvió las gomeras. ...Y no vengan más por estos lugares, que son peligrosos.
No necesitábamos más invitación, así que salimos corriendo, pero estábamos tan asustados que no queríamos volver a nuestras casas porque íbamos a tener que contar y nos iban a retar. El Matungo tenía fósforos, así que fuimos abajo del ceibo a fumar ramitas, mientras nos tranquilizábamos.
Llegamos con las gomeras colgando del cuello, como si no hubiera pasado nada, justo antes que se ponga el sol, en la puerta de nuestras casas, estaban nuestras madres, que nos abarajaron para adentro a los chirlos, y no entendíamos nada.
Si ni siquiera volvimos de noche. Me mandaron a dormir sin comer, castigado, y yo que ni sueño tenía. Papá y mamá charlaban en la cocina, que andaba desaparecido el gringo no se cuánto, y yo pensaba adonde se habrá ido, ya va a aparecer que tanto drama se hacen, y ellos muy serios chismeando la vida de los demás.
Ya me estaba durmiendo cuando vino el Calo, hablando bajito, y paso a la cocina, y alcance a escuchar que habían encontrado un muerto en el basural...
¡En el basural! ¡Y nosotros no lo vimos! Y
mama lloraba y seguían hablando así, bajito, parece que no era el gringo, ni
nadie conocido, ni el viejo de la bolsa, no era del barrio. Y salieron con papá
y yo me dormí, y soñé toda la noche que me corría el viejo de la bolsa vestido
de policía…
Me desperté re temprano, todos dormían, sabía que no me iban a dar permiso, así que pase en puntas de pie, agarre el pan y salí a la calle, derecho al basural, a ver si todavía se veía algo, sabía que en cualquier momento iban a aparecer el Matungo y el Pato.
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