02 diciembre

Duelo de incoherencias

 

  ¿O no asistimos diariamente a la concreción  de nuestra propia duplicidad de valores?  ¿Se trata de ganar? 

  ¿De sentirse, ingenuamente, detentadores del poder?

  ¿Se trata de obtener una posición desde la cual solo podamos ser jueces, y no juzgados? 

  En el transcurrir de la vida diaria podemos observar como (¿algunas, muchas, todas?)Las personas se plantan fácilmente en el idealismo, en la utopía, en lo más estricto de las exigencias, mientras se pueda estar en la parte que pretende la perfección absoluta de medios, fines e ideales, solo y principalmente en los demás. 

  Nos deslindamos abiertamente, en todas sus facetas negativas, de personajes públicos, personas o instituciones, y, finalmente, de lo que llamamos “el gobierno” concepto sumamente contradictorio desde que vivimos en sociedades teóricamente democráticas, cuando la teoría es que el gobierno soy yo, vos, nosotros.

  Lógicamente, ya que la lógica se inventó para estos casos, no se da el mismo caso a la hora de mirar hacia adentro: adentro de nosotros mismos, nuestras organizaciones, “nuestro gobierno”, y en la generalidad de los casos se parte de la doctrina irredenta de que tenemos razón, razón y punto, no tengo ganas de discutir con estúpidos, no entendés nada, callate, viva la patria.

  Y a veces pareciéramos  estar en un laberinto de espejos que se reflejan mutuamente sin reconocerse, y en el medio el individuo sigue siendo tan humano que sin perder su individualidad, puede derivar de un reflejo al contrario, de una doctrina a la opuesta, de un extremo al otro, siguiendo el impulso de sus pasiones, sus miedos, sus más profundos anhelos, o solo de los vientos dominantes, en la generalidad de los casos. 

  Las víctimas se convierten en asesinos, y nadie pareciera darse cuenta como ocurrió, las sociedades se convierten en grandes prisiones a cielo abierto, las instituciones en factorías de ideas dominantes y castradoras de la libertad del ser humano. 

  Pero nadie se preocupa tanto por ser consciente de su propio rol, es más fácil mirar hacia afuera, y apuntar hacia arriba (tal vez uno de esos tiros se convierta en arpón donde podamos colgarnos y ascender).  

  No nos damos cuenta que seguimos alimentando la maquina más voraz que existe, nuestra virósica, elegante incoherencia.

  Entonces por ejemplo, y solo porque no estamos en la cima, decimos que el gobierno (o la oposición, los negritos, los gorilas, los gringos, etc.)…que el mal ejemplo, la corrupción, la mentira y tantos otros flagelos que vienen de arriba o del costado, y en realidad no es así, aunque sea tan cómodo, tan… 

  El poder se alimenta de nosotros, sus incoherencias son la suma de las nuestras, lo alimentamos con la propia ceguera hacia nuestros actos, con la propia falta de objetividad, la permisividad con que nos dejamos tomar el camino opuesto al que pregonamos y exigimos a los demás.  El malestar, el canibalismo social, se genera a través de nuestros pequeños deslices, nuestras inocentes faltas.

Entonces, es lo más normal del mundo ver a los ecologistas soñando con un auto nuevo, mientras en pleno verano tiritan de frio con el aire acondicionado, consumiendo comida chatarra y coca cola, mientras defienden por internet a un oso que nada sabe de ellos ni tampoco el bello zorro ártico, que se extingue bajo sus miradas indiferentes.  

  A los empleados exigiendo mejoras laborales mientras se retiran si pueden, media hora antes del horario que están cobrando completo, luchando por dignidad mientras serruchan el piso del compañero de al lado.  

  Los empresarios llorando por las inestables condiciones socioeconómicas en las que tienen que producir mientras derrochan, envenenan, masacran, y tantas veces disimulan su ineficiencia y su falta de planificación explotando a destajo a sus trabajadores.  

  Los permacultores desplegando simpatía y filosofía hacia un nuevo mundo mientras convierten todo en un mercado, intentando cambiar un sistema dominado por el abuso, el afán de lucro y la corrupción, por un antisistema dominado por el afán de lucro, la corrupción y el abuso.  

  Curas indignados por la pobreza viviendo en mansiones señoriales, pidiendo castidad y decencia mientras sientan a un niño en sus rodillas, con la baba corriendo entre sus dientes.  (Si, sí, claro que no todos son iguales, tenemos por contexto la magia de vivir en un mundo de infinitos matices, no se puede generalizar… ¡Pero que me importa! ¡Si lo que quiero es imponer mi visión!)

  Si así es la gente común… ¿qué pasa cuando se empiezan a nuclear en corporaciones, movimientos, partidos, asociaciones, clubes, etc.?

  Que todo se profundiza, se potencia, dando un giro hacia el absurdo total, pero ahora avalado por la masa, consensuado por el anonimato, justificado por el enemigo, la rivalidad.  

  Todo vale ante el peligro latente de que otros imperios, corporaciones y huestes, logren por fin arrancarnos de nuestro pequeño espacio de poder colectivo donde no necesitamos esconder los privilegios, donde no hace falta explicar las incongruencias. 

  Entonces es cuando el fin justifica los medios, y a partir de ahí todo es posible, y la esclavitud deja de ser un concepto arcaico para encarnarse en lo más profundo de nuestro sometimiento a las doctrinas, al fanatismo, a la estupidez.  

  Y a nadie le interesa ya si los argumentos se imponen con la razón de la fuerza en vez de la fuerza de la razón, igualmente bastante discutible desde el vamos ya que la razón se genera en el mismo horno que nos cocina como seres humanos, desde las estructuras de poder, que finalmente la entronizan, mientras agitamos la banderita. 

  Y así, mientras saltamos festejando la derrota, la humillación ajena, y esperamos que nuestro bando alguna vez nos dé un pequeño beneficio, el mundo sigue girando en su eterno eje, la tecnología avanza sin cesar para dominarnos, y las utopías doctrinarias nos siguen embozalando para ser esclavos obedientes de una imagen, de un líder. 

  En las oficinas más altas del mundo se divierten viendo luchar a las hormigas, sin preocuparse mucho de cual bando gane, todos servirán al mismo amo.  

  Y así seguirá hasta que volvamos a ser personas, individuales, y hacernos cargo de nuestros actos, de nuestra relación con el mundo, de nuestra propiedad colectiva del futuro, pero más que nunca, del presente de la raza humana.



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