10 diciembre

Saqueador de imágenes

 




 

Estaba en mi oficina (conectado en la plaza) tratando de subir un texto sin formato, a esta fábrica de comodidad frívola que es el Facebook, cuando ya el quilombo frente a la Jefatura de Policía estaba tomando matices preocupantes. 

  Desde donde estaba, se veía que, claramente la gente no se iba a ningún lado, llenando la calle desde una esquina a la otra.  Y, ciertamente que era gente, una masa heterogénea de mujeres y varones de edades diversas.  

  Mientras tanto, la plaza estaba como siempre los domingos, gente común, de todas las edades y clases sociales, artesanos y alcohólicos, paseantes y skaters, niños, y perros.  Tuve que preguntar qué estaba pasando ya que el tema estaba bastante caldeado, con algunos policías amagando entrar a la Jefatura, arengando a los demás…

  Entretanto, dos policías jóvenes de azul impecable saludaban a sus chicas, después de lo cual se fueron... una señora me conto que eran familiares de policías, protestando por el salario, y que ya los habían gaseado… Específicamente, como ejemplo, refería que a una mujer le habían echado gas en la cara. 

  Desenchufe y deje el centro de la plaza…


  Me arrime para escuchar a un policía gordo, de civil, que arengaba a todos: ¡Vamos! ¡Somos policías, tenemos dignidad! ¡Vamos a entrar a mostrarles a estos hijos de puta! ¡Corruptos!... Y así por el estilo.

 Finalmente una marea azul se perdió por la entrada, dejando tras el eco de sus botas, los móviles estacionados uno atrás del otro en la calle.

  Una vez adentro, encerraron a los jefes en una celda, luego de cagarlos a palos. Aunque de eso me enteraría después: volvia a casa, caminando, entre las caras torvas, entre la ansiedad creciente de la calle, que se siente como una paranoia que va creciendo en la gente, como un miedo a todo, una fobia a algún enemigo inminente, desconocido…

 Algunos negocios ya iban cerrando o retirando la mercadería -en ese momento parecía algo exagerado-.  Un auto de la gendarmería dio la vuelta en una esquina aceleradamente.  

  Pase por el María Goretti a saludar a la Agu -que estábamos chateando-  a contarles las novedades. Con algunas amigas, nerviosas, espantadas por los primeros hechos, estaban buscando puchos, pero los quioscos estaban cerrados, ya habían saqueado un supermercado a la vuelta y nadie quería ser el próximo. 

  Las acompañe mientras, charlábamos y escuchábamos, emitíamos, las primeras opiniones, análisis, dudas y temores… Ya algunos empezaban a indignarse viendo a la gente volver de robar a sus vecinos, y un patrullero parado en la puerta de los cabecillas del saqueo, charlando mientras por atrás seguía el desfile de objetos…

  Pasa el Walter, caminando desde el rio, con su hijo, con una sarta de bagres, las noticias vuelan: “¡Estos no los pesque, los saquee en la pescadería!” Entre risas que tratan de matizar la indignación, la tristeza,  me despido, pensando en que no puedo dejar de registrar algo de lo que pasa, en lo de Miguel Segovia no había nadie, ya que se había unido a la movida policial, con tal de sumar para su lado… no sería el único, por supuesto.

  ¡Y voy a buscar la cámara a casa! 

  Mientras una moto pasa con un plasma de 54 pulgadas… Escucho, al pasar por la vereda del hospital: comentaban que había llegado uno con la cabeza rota, como para 30 puntos, y otras cosas por el estilo.

  Según volaban como flechas incendiarias las versiones, habían entrado en Naldo Lombardi, en Centro Eléctrico, que en el supermercado chino de Diamante y San Lorenzo habían degollado a dos empleadas y hasta que habían incendiado la Escuela Técnica… 

  Camino hacia casa lentamente mientras pienso en la locura consumista exaltada al fin en forma gratuita por la complicidad de las fuerzas de seguridad, la tecnología, la ambición y la incoherencia políticas.

 …


  No sabía bien que iba a encontrar de camino, quería ver mi barrio, y estar.  Todo parecía más que tranquilo, los negocios cerrados, silencio y casi nadie en la calle más que los adolescentes, como siempre, lo normal a esa hora, enchufo la compu y borro algunas fotos de la máquina, que tenía poco espacio, y subo algunas recientes al disco por las dudas perdiera la cámara.

 

  Salgo caminando.  Con la cámara sin estuche, y la mochila por las dudas para ocultarla, en caso de necesidad.  Entre el silencio de la avenida y los descampados, vi pasar dos motos llevando cochecitos de bebe, aparentemente saqueados, una moto iba en mi misma dirección cuando es interceptada por otra que venia del centro, conducida por una mujer humilde de mediana edad… 

Luego de la breve conversación dio la vuelta inmediatamente, mientras daba las coordenadas “al modelo que están sacando”, acelerando, acto seguido en esa dirección.

  Encaro la 64 y después por la 25 de Mayo, cuando hablando con algunos vecinos a la altura de Bulevar Chacabuco, pasa un vecino en moto, acelerado, al que le pego un grito para que me arrime al centro. ¡Vamos! Me dice, pero no iba a saquear sino a sacar fotos, no por eso dejábamos de parecer dos pibes de barrio en una moto, culpables de todo, saqueadores…un blanco móvil.  

  “Vos querés sacar fotos, yo te llevo no tengo drama vamos, yo también ando con la cámara”… y así salimos.

 


 Por Bernardo de Irigoyen accedemos a la peatonal superando algunas barricadas improvisadas, los comerciantes esperaban tratando de obtener alguna información por teléfono, descansando en sus palos, escopetas, pistolas, y hasta piedras y boleadoras. 

  Una mujer de mediana edad afirmaba que si llegaban prefería dejar la puerta abierta, que entraran y se llevaran todo, antes que matar a alguien, igualmente empuñaba un pedazo de caño fino, como para disuadirlos hasta el último momento. 

 Otros no pensaban regalar nada, pero el arma más fuerte era la agresividad, no la agresión: cuando aparecía un grupo inconfundible o un par de motos, empezaban a golpear las rejas, las chapas, las improvisadas barricadas, haciendo ruido y amedrentándolos a los saltos y agitando los brazos como en esa vieja película (La guerra del fuego).  

  Básico, instintivo, como seudobarrabrabas en la cancha pero sin alambrados de por medio, sin el contemporizador palo policial de por medio, sin cantos ni banderas, sin partido de futbol ni el empate cero a cero.

  Se sentían abandonados a su suerte, con riesgo de perderlo todo, con mucha bronca y con miedo.  En un momento aparecieron policías de civil, que desenfundaron sus armas, y fueron a la vez apuntados hasta que se aclaró la situación “Vamos a terminar cegándonos a tiros entre nosotros, no se puede así”.  
  Seguimos nuestro camino, entre el caos y los obstáculos callejeros, con solo unas décimas de segundo para aclarar nuestras intenciones y que nos crean antes de ser castigados por saqueadores, o que nos roben, en medio del caos.

  Pasé por el quiosco de un conocido, que vendía como siempre pero mucho más, (dado que estaba todo cerrado y no dejaba de aumentar el estado de ansiedad colectiva), mientras se atrincheraba con algunos amigos. 

  En un momento un par de gurises, alcoholizados, se arriman a la vidriera, con botellas en sus manos, mirando ya que el local estaba lleno de gente, y siguen su camino “estos son todos unos chetos” buscando otro lugar invadido, en la esquina los miran desde la barricada hasta que alguno los empezó a correr, haciéndolos perder y estrellar las botellas en el camino contra el suelo, alcanzando a recibir tal vez algún golpe, en este estado de guerra social paranoica en que se desarrollaba la noche.
 
  A veces, alguna o un par de motos con sus respectivos pasajeros atravesaban las barricadas para ser insultados y seguir su camino, sin llegar a recibir una agresión directa.  Creo que primo la conciencia, la voluntad de mantener la paz social, nadie quería matar, nadie quería iniciar una guerra a muerte.  

  Damos vuelta y llegamos al Supermercado Modelo, donde escapaban caminando, en carritos, en motos, entre los vidrios rotos de la puerta, ante las luces giratorias que resultaron ser de los Bomberos, atrás vendría Gendarmería, que ya había tomado las calles en lugar de la policía, dispersando los últimos oportunistas… (Al siguiente mediodía, me contaría después el Choco, entre los empleados de la vidriería que estaban cambiando los vidrios, otra turbamulta se llevaría lo que todavía quedaba en las góndolas). 

   El panadero de enfrente, sacaba con bronca las cajas de alimentos amontonadas contra la puerta del pasillo, para poder entrar a trabajar, cajas amontonadas, atrincheradas, seguramente listas para llevarse en un auto o camioneta, que suspendió sus operaciones al escuchar las sirenas… 

En la puerta, colgando aun de los vidrios rotos, un cartel decía “Bienvenidos” y arriba “ Tire” dando lugar a tenebrosas interpretaciones de la realidad fantástica…  

En ese momento me aborda el improvisado y desinteresado chofer, que había dejado en la voluntad de seguirla caminando sin molestar ni comprometer a nadie…

  “¡Vamos!” y fuimos… Llegamos a centro eléctrico donde estaban bastante nerviosos, con un par de lavarropas automáticos en la vereda, de testigos de lo sucedido, donde sin dejar de creernos que éramos periodistas nos invitaban formalmente a retirarnos por nuestra seguridad, lo que empecé a discutir ya que me consideraba con derecho a estar en la vía pública, hasta que alguien me dijo “Vos sos Presas” y ante el reconocimiento tranquilizo las aguas. 

  Un milico, por la pinta, sería de los de abigeato, los impulsaba a resistir ante la inminente segunda ola de saqueadores “Junten todas las piedras que puedan” lo que hacían sin soltar los palos, rifles, o pedazos de varas de hierro o caños con que se habían armado.  

  Seguimos nuestro camino, escuchando al pasar las noticias de los saqueadores que iban cantándose a los gritos los lugares donde habían logrado entrar, algunos de los cuales miraban ambiciosamente las cámaras, a lo que disuadíamos cualquier presumible mala intención con nuestras duras miradas. Otros, nos miraban riéndose, como diciendo, "mira lo que se agarraron estos, que bien que la hicieron", mientras seguían buscando su botín.

  No me interesaba escrachar ni sacar a la cara de  nadie, ni el flash que sacara de contexto la situación, el color real de las cosas, entre el que estaba incluido nuestro propio peligro y acelerada progresión entre las calles. 

  La sociedad somos todos, la responsabilidad es de todos, el daño lo terminamos sufriendo todos, aunque algunos no lo entiendan, en uno y otro extremo.

 Íbamos a ir al Carrefour pero encaramos la San Lorenzo hacia el Oeste, a la derecha un supermercado en dudoso estado de vaciamiento, bandas de gente, motos, autos acelerados, pasaban de un lado a otro, hacia o desde los lugares más calientes del desmadre. 

  Llegamos a san Lorenzo y Diamante, donde la ola ya había dejado solo arena molida, en San Carlos Hogar no había nada.  Nada quedaba, ninguna cosa.  

  Seguimos y pasamos por un supermercado chino que había resistido a los escopetazos limpios (mujer carga, chino tira, explicaría después, como se manejó ante los hechos apostado con una colección de escopetas) donde la turba impotente había terminado dando vuelta los autos y prendiéndolos fuego.

  Luego por la Tavella, donde habían entrado a otra tienda de electrodomésticos, que ahora humeaba, donde justo también llegaba Gendarmería.  Esta fuerza destinada originalmente a proteger  las fronteras, mucho más que a la represión o el control interno,  más que nada dispersaba, ya que ni siquiera alcanzaría la logística en el caso de empezar a arrestar gente ¿dónde los pondrían, en que los llevarían, quien los cuidaría?  

  Alguien había comentado que los primeros comercios saqueados fueron los más negreros y delincuentes (luego seguirían los demás).  

  La zona norte de Concordia parecía cobrarse en los grandes comercios su papel de exclusión y miseria, casi como todo el cinturón de barrios pobres destinados a mano de obra precaria, explotada, disponible y barata que rodea el centro pintoresco y bien cuidado.  

  Mi cámara, entretanto, había empezado a hacer un extraño ruido a engranajes cada vez que se cerraba el obturador, lo que era solo una mala noticia más.


  Ya caían algunas gotas, el viento arreciaba por momentos, volvimos comiendo polvo por Humberto Primero, atravesando el Ex Aeroclub, finalmente bajándome en el Goretti, donde quería escuchar algo más de lo que había pasado en la Zona Sur de fuentes confiables.  

  En la guardia del Hospital Felipe Heras, seguían cayendo ininterrumpidamente heridos, sobre todo en la cabeza y las piernas…

  Después el Walter alcanzo a contarme como había cruzado una masa de gente subiendo al centro con palos, del Tiro Federal, sin importarle el encuentro con gendarmería.  Charlamos un rato de lo que estaba pasando, y luego de sentarme ante un plato de comida que no había terminado su hijo, seguí mi camino bajo la llovizna cada vez más gruesa que se convertiría a las pocas cuadras en un fuerte y continuado chaparrón.  

  Antes de eso, me cruce con una banda que volvía, riendo y comentando los incidentes, uno que volvía descalzo al perder las ojotas huyendo de los tiros de los gendarmes, otro que lamentaba haber perdido una caja de Fernet, otro que preguntaba si no lo habrían metido preso a…  Lo que no le importaba a nadie.


“Y gringo, sacaste algo” “No yo solo fui a sacar fotografías, soy un saqueador de imágenes”… a lo que otro, reflexionando, expresaba su preocupación por haber quedado escrachados, lo que a los demás no les importaba, otro dijo, ya que yo iba con ellos “¡Y si nos sacamos una foto!” Como si fueran un equipo de futbol o algo así, lo que solo provoco risas… 

  A los pocos metros uno de los que había llevado Fernet en la incursión anterior a esta, ahora fallida, se encontró con gran alegría un jugo Baggio, dietético, pero bueno para hacer el coctel. 

  Finalmente doblé para mi barrio, bajo la lluvia, viendo con alegría que el supermercado de 25 de Mayo y las vías no había sido vulnerado, llegando finalmente a mi calle, donde me quedaría charlando un rato más bajo un alero con los adolescentes de la cuadra, que vivían todo como una aventura aun sin haber salido. 

  Me saque la ropa empapada, la cámara de la bolsa de nailon que la protegía,  y me acosté a dormir, ya en casa, eran las tres y media de la mañana… Me hubiera hecho unos mates, si tuviera yerba…

 

Me desperté,  crucé la calle y mi vecino que preparaba el auto, “Vamos, que yo necesito ruedas nuevas” medio dormido, tarde en entender que era un chiste, cuando tantos habían dejado olímpicamente de lado sus valores y conductas habituales… 

  Entonces me comentaba que hace rato se sabía que esto iba a pasar, que los delincuentes habituales y narcos estaban avisados, preparados y esperando,  y que el puntero político corrupto del barrio, había vuelto tres veces con su camioneta de lujo llena de cosas, lo que estaba lejos de extrañarle a nadie… 

  Cargué la computadora  y la cámara en la mochila y salí para la casa de unos amigos donde podría subir las fotos a Internet y charlar de algo que tenga sentido, pasar un rato de afinidad en esta soledad desierta ideológica, y seguir planificando sobre huertas, permacultura y proyectos constructivos. 


  Puede decirse con seguridad que algunos pequeños comercios aprovecharon para surtirse gratis, llenando sus camionetas o autos con productos de las grandes tiendas, valiéndose del desfasaje social para optimizar las ganancias a un nivel impensado, como pequeños y voraces tiburones del capitalismo.  

También a través de las calles, se podían ver personas que llevaban pequeñas bolsas, tapers o envoltorios con alimentos y productos básicos, tal vez sin haber participado de los saqueos, siendo alcanzados por la re-redistribución de los productos de los supermercados.  

  También puede asegurarse que mucha gente pobre paso hambre el día antes y después sin participar en los desmanes, sin dejar de sufrir por eso el estigma, el prejuicio, el discurso de los dementes que gritan “Negros de mierda” “Hay que matarlos a todos” y una gran variedad de propuestas por el estilo.  

  En la explanada de la estación de trenes, camiones verdes y colectivos, camionetas, habían derramado sobre las veredas de la explanada lindante al edificio de gendarmería, abundantes grupos de uniformados Gendarmes, distendidos y sonrientes.  

  Documenté y seguí mi camino, había escuchado algo de “San Lorenzo y Lamadrid” así que fui por Lamadrid, viendo que no había habido incidentes en esos comercios del barrio Lezca.  En otras esquinas, grupos de personas desayunaban de lujo, con helado y budín inglés, comentando el desarrollo de la noche pasada.


  Atravesando así el flanco Este de concordia llegue al barrio Nebel, donde los acontecimientos inesperados habían sido como para casi todos, una total sorpresa.  

  Acto seguido me dedique a abusar de la hospitalidad de mis amigos, enchufando la computadora, subiendo las fotos y algunos textos que no había podido el día anterior, comiendo como un náufrago… ¡Un saqueador interno!

  Mientras tratábamos de entender que es lo que estaba pasando detrás de los prejuicios y obviedades, tratando de poner un matiz distinto a la tristeza y el espanto de sabernos faltos de respuestas ante la voracidad del poder, que asumía sus luchas internas derivando el costo al resto de la sociedad. 

 Será recordado el vergonzoso papel de la mayoría de la prensa, que solo guardo silencio, asumió una triste complicidad con el caos, o directamente desinformó. 

 Su papel fue tomado por las redes sociales, en una forma bastante primitiva, haciendo alarde de prejuicios y sed de venganza desde atrás de la pantalla, intentando justificar las propias o destruir posiciones ajenas mediante análisis sectarios o golpes de efecto gastados, alimentando el caos mental y social que queda al eliminar los pensamientos y las reflexiones.  

  Como siempre, obviamente (ya que las generalizaciones no dejan de apuntar al fascismo) con muchas excepciones, lo que generaba a su vez, encarnizados debates, opiniones polarizadas, y gente que en un segundo desnudaba sus verdaderas ideologías y pensamientos de una manera cruda y triste. 

  En el lado de la Radio, Concordia entera terminó escuchando Radio Alquimia, donde gente “De la noche” que hacían programas de música y rock terminaron cubriendo durante un día y medio los acontecimientos con total transparencia, sin ocultar su cansancio ni su inexperiencia, desnudando su emotividad y la de la gente, abriendo los micrófonos a la información en tiempo real, a las voces reales de la gente común de todos los barrios…

  En la casa de Rubén y Gabriela, algunos amigos llegaban y se quedaban a pasar el incierto tiempo, como yo, que, subiendo las fotos, fueron absorbidas por un diario digital, a través de sus inútiles empleados en un periodismo de silla y teléfono, de copio y pego, solo para cambiarles el sentido y atribuirles el necesario a sus intereses y débitos políticos. 

  También pude escuchar una de las anécdotas más tragicómicas de la jornada: habían robado un supermercado y la gente salía con los carritos llenos, entre ellos dos mujeres, dos chicas jóvenes aparentemente, que fueron abordadas a las pocas cuadras por dos hombres decididos que se los quitaron y siguieron su camino ante las indignadas y esforzadas saqueadoras que les gritaban a voz en cuello ¡"Nos robaan, ladronees"! y después impotentemente “¡Hijos de putaa!” “¡¡Chorros de mierdaaa!!”

  En el transcurso de la tarde se ocuparían de destrozar los negocios de la zona de san Lorenzo y Lamadrid, y otros que habían quedado intactos o a medio hacer hasta ese momento,  y caería la noche, en medio de batallas campales por toda la ciudad, entre comerciantes y empleados defendiendo la propiedad y desesperados sin acceso a ella intentando un golpe de suerte, entre gendarmes insuficientes para el tamaño del desastre social, entre el toque de queda real o ficticio, los muertos reales y ficticios.

  La desvergüenza de la policía como institución que cantaba y festejaba en su cuartel después de haber puesto en marcha un engranaje macabro a través de los mismos delincuentes, motochorros, narcos, y violentos impunes que trabajaban con ellos todos los días del año, o quemaba cubiertas en la calle, llenando la plaza de un espeso humo negro.  

  Finalmente, luego de negarse a todo y tratar de conseguir la impunidad total ante sus responsabilidades, entre una sociedad concordiense que asistía ya a la entrada domiciliaria violenta a sus domicilios particulares, en los barrios más indefensos, carentes de muros de gran altura, rejas y puertas de acero… 

  Nosotros, también esperábamos la posible invasión, escuchando las noticias minuto a minuto.  Finalmente la policía acepto una propuesta gubernamental saliendo raudamente hacia las calles como si fueran héroes, como si no fueran parte integral del problema, como si su hipocresía, malicia y crueldad fueran a ser fácilmente olvidados por la sociedad insomne, cansada y espantada por los acontecimientos.

  Una rica comida, la tensión que se va diluyendo sin menguar la indignación, y finalmente a dormir.  

  Me desperté y al rato me arrimaron al centro ¡Donde los artesanos me hacían chistes, en la plaza, de que se habían robado la antena de wi fi dejando sin cobertura a mi oficina! 

  Jajá, no era cierto, aunque sí que al Gera casi lo habían matado a palos por intentar irse con un parlante de Naldo Lombardi.

  Seguí mi camino al barrio nuevamente.  Ah, pero antes aproveche para pasar por un par de librerías para explicarles el proyecto en marcha y conseguir algunas colaboraciones, donaciones, para la Biblioteca Paquete, que rápidamente fueron comprometidas, y recomendándome pasar a buscar lo que me pudieran juntar periódicamente, sobre todo libros para niños, lo que me puso muy contento…


 Al pasar por el supermercado de 25 de mayo y las vías, me llamaron la atención las puertas arrancadas de sus goznes, por lo que asome la cabeza para ver un tenue desorden, unas estanterías a media altura, un estado de acostumbrada resignación, que sin embargo se traduce en lucha diaria.

   ¿Qué paso? ¿Entraron por acá? Pregunte ante lo obvio... Y… si… Y ahí paso a contarme como había logrado dispersar a la gente sin llegar a perder todo, a los tiros, con un 38, amedrentando con el fierro en la cabeza a algunos que salían corriendo desalentando a los demás, luego de haberse atrincherado desde adentro con un rifle 22 sin poder evitar que forzaran las puertas y avanzara una masa de más de cincuenta o sesenta personas.  

  Perdí veinte mil pesos en mercadería, me decía pero pude salvarme del desastre total, igualmente, yo no voy a matar una persona por mercadería, porque no vale la pena (no voy a convertirme en un asesino) porque vas preso, y por las represalias; definiendo en pocas líneas una situación compleja ante estas circunstancias. 

  Igualmente había podido comprobar que la mayoría eran clientes el resto del tiempo “son las internas de ellos” refiriéndose a que la masa estaba organizada y acicateada por punteros de Busti, un viejo caudillo provincial que intentaba recuperar su poder…

  Nada de lo arriba dicho puede sorprender a nadie… 

  O todo puede sorprendernos, pero las responsabilidades personales son nuestro único formato valido de acción, que modela el resto de las exigencias y azares del modelo, es hora de hacerse cargo de que la sociedad la construimos entre todos, que somos todos, y todos quiere decir absolutamente todos, y que es hora de buscar la paz y no el rodar de las cabezas de los pequeños, de los desesperados, de los manipulados a través de la economía y las sustancias, de los falsos ideales, del consumismo rabioso, etc. 

  Todos estamos expuestos a lo mismo, y los prejuicios, el rencor, la sed de venganza, poco aportaran al bienestar individual comunitario o social.  Es necesario burlar el engranaje destructivo, vivir, construir y amar.

   Deberíamos estar dispuestos a reconstruir las relaciones sustentablemente, las emociones ecológicamente, los bienes, servicios y estructuras con un pensamiento que beneficie a los seres humanos antes que a las máquinas y corporaciones destructivas del tejido social. Un abrazo para todos, rescatemos el ser, humano.

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