Que buen negocio, que impunemente se nutre de las conveniencias, de los desfasajes sociales de estilo, que dicen que arriba esta la decencia, abajo el caos.
Entonces prosperan, se multiplican, y se perfeccionan en el arte de movilizar sustancias, cada día, nuevos traficantes atraídos por el espejo de los triunfadores, que mueven sus paquetes en autos nuevos, y manejan todo desde sus antiguos escondites, hoy mansiones, hoy pintados prolijamente y con puertas de acero.
Todos sueñan con lo mismo, el consumo gratis,
la ganancia neta, sexo drogas y rocanrol: el imán de los estupefacientes… y
algunos lo logran, si llegan a tiempo a cobijarse bajo el paraguas eterno de
las fuerzas de seguridad, únicos que han logrado hacer durar el
sueño, consumiendo y vendiendo alegremente a la vista de todos, total nadie
quiere ver, nadie quiere perder los beneficios de una policía autofinanciada y
salvaje, que de vez en cuando se limpie forzosamente a sí misma para que todo
siga igual.
¡Entonces tenemos esta cuestión de la cocaína!
¿Cocaína?…
Vamos, en la mayoría de los casos, solo son sustancias blancas apelmazadas, abrillantadas a vidrio molido, unidas descaradamente en un lote que pueda fraccionarse en las mínimas cantidades posibles. Así se hace, para no perder los clientes de más bajos recursos, que en su vaquita eterna de monedas, puedan acceder a un simulacro de consumo que solo los deje más ansiosos, más en tren de volver a comprar la misma basura.
Si queremos calidad debemos ir, como siempre a la punta de la pirámide, y caer con los billetes grandes en la mano. Ahí ya no estamos hablando de ranchos cercados por tablas podridas, de la abuela vendiendo entre los gurises sucios, desnudos, de miseria y caras tatuadas de lunares a tinta china, y el 32 corto que pocas veces alcanza a tener balas.
En los chalets de lujo, en los pisos altos y tranquilos de los edificios nuevos, en viejas casas cercanas al centro, el poder del dinero ha logrado edificar islas invisibles donde los consumidores de alto poder adquisitivo pueden ir a buscar su dosis diaria con tranquilidad, confianza, y calidad acorde al precio.
Sin levantar sospechas en sus camionetas nuevas y sus autos de alta gama, el intercambio se produce dentro del mismo circulo donde se mueven, donde alguno finalmente tomo la posta de vendedor, o fue integrado por su rol indispensable.
Aunque en el otro extremo de la línea, también se maneja todo sin salirse más o menos de las relaciones normales, es difícil que desde la villa, el asentamiento o los suburbios oscuros lleguen a estos recovecos de la alta sociedad, aunque no al revés.
Dado el necesario disimulo, y doble temor al asalto y al abordaje policial, muchos hacen de intermediarios ante la imposibilidad de estos clientes desesperados, de internarse riesgosamente en los pasillos llenos de barro, con una camisa blanca, obscena, recién planchada por la servidumbre, que vale lo que una familia gasta en una semana.
Igual, solo es en casos de emergencia,
cuando se recala en las turbias aguas de la cortada, donde el recambio de
proveedores se hace a punta de pistola, a balazo limpio.
Y todos, como en un tambo disperso a cielo abierto, hacen su aporte a la policía de la provincia, a la federal o al político descarado que asegura la tranquilidad, cubriendo, a su vez, a las cúpulas de esas instituciones que deberían estar persiguiendo los crímenes que facilitan.
Porque claro, ya que no todos son exitosos ejemplos de las profesiones liberales, comerciantes intachables, o herederos de un poder económico ya lavado por las generaciones y los clubes exclusivos, por dar algunos ejemplos, muchas veces el financiamiento en los participantes de bajos recursos económicos viene dado por la más cruel y peor preparada delincuencia.
No son los bancos desde ya, ni siquiera las grandes vidrieras las que sufren sus ataques, salvo por expreso o tácito encargue, sino que ante la falta de medios y nula planificación, terminan sufriendo su embate los estratos medios y medios bajos de la sociedad, expuestos e indefensos ante motochorros, asaltantes exasperados, rateros ansiosos y descarados, y hasta representantes de la ley y el orden, que directamente o por manos amigas, de vez en cuando hacen valer la información canjeada a los distribuidores sobre casos jugosos que no tendrán demasiada trascendencia en los medios.
A veces,
también es justo decirlo, algunos capitalizan en manos ajenas sus propios
acotados o extensos recursos, cuantas veces hasta casos extremos, al más bajo y
urgente precio, por la voluntad de seguir consumiendo, en este caso, sin
extender demasiado el daño a los demás espectadores sociales(mas allá de su
familia, claro).
pero cuidado con tocar a los fabricantes de la hegemonía, a las “fuerzas vivas” enguantados profesionales del descaro, del crimen social organizado en sucursales comerciales, garantes primarios del discurso social que pide más y más seguridad, mas patrulleros, mas balas, mas represión e impunidad.
Ahí (y solo en ese caso) es
donde se perseguirá hasta sus últimas consecuencias al ladrón, al homicida, al
inadvertido delincuente que se salió de su territorio.
Más allá de los extremos, que ciertamente se tocan, ya que no son raros los casos que terminan institucionalizados, en granjas y centros de rehabilitación
¡Ricos y pobres en la misma zaranda! El común de los consumidores no es muy muy ni tan tan, llegando a buscar la bolsa cada tanto, saliéndose solo levemente de sus posibilidades.
Manejan su ansiedad cotejando el consumo con otras aspiraciones materiales que lo balancean hacia un promedio que no atenta contra la supervivencia ni las buenas costumbres.
Esa es la verdadera masa crítica del poder de las drogas, personas que pretenden burlar los reglamentos mientras simulan cumplirlos, dóciles y sumisos mediocres que no pretenden cambiar nada mientras puedan transgredir con disimulo, aun colgando de los demás sus rótulos y mezquindades humanas.
Aun malgastando el tiempo,
el dinero, las emociones y los sentimientos de las personas que tienen alrededor,
no dejan de ser baluartes tantas veces del legalismo y la seguridad que
defiende su cotidianidad uniformizada en contra de la barbarie y la falta de
códigos que llenan su discurso al hablar de quienes sufren su papel de chivos
expiatorios sin saberlo.
Y así de fácil está la cosa para poner el quiosquito al día de hoy, solo hay que superar algunas tenues barreras mentales, y en eso estuve pensando el día entero, calculando cuanto tengo que vender para que me rinda a mí además de al comisario, para que las ganancias cubran el riesgo y la dedicación.
Todavía no llegue a una conclusión
sino ya les hubiera llegado mi mensaje a sus celulares: “¡¡¡Tengo la más rica,
puerta a puerta, llamá hoy que se acaba!!!”
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