02 diciembre

Incomunicados

 

 

  ¡Comunicación, que hermoso! En un mundo intrincado, multiplicado en todos sus aspectos hasta el infinito, tenemos el extraño privilegio de haber logrado los más altos estándares comunicativos como especie… tenemos, todos, el don de comunicarnos, aun sin saber hablar, lo logramos, aun antes de nacer.  

  Aun en la oscuridad de las prisiones, los reclusos inventan códigos de sonidos golpeando sus nudillos, que no les han podido ser confiscados, contra los barrotes y las rancias paredes.  Igualmente, sin llegar a los extremos de estas improvisadas herramientas para superar la incomunicación total, dos presos pueden hablar el día entero cara a cara sin usar una sola palabra que figure en algún diccionario.

  ¿Y porque? No pasa por despreciar el idioma sino que cada raza, cada tribu, barrio, familia, persona, institución, cofradía, se dedica entonces a afinar el idioma verbal y no verbal jugando en el contexto y las necesidades, las limitaciones, hasta hacerlo encajar lo más perfectamente posible con lo que se quiere expresar.  

  En esta búsqueda se va especializando en matices ínfimos pero necesarios, en formatos propios, en la búsqueda incesante del significado.  Por ejemplo, para mí no hace falta más que una palabra: “nieve” en cambio... 

  Para un inuit habitante del círculo polar ártico, describir los diferentes estados de la nieve con exactitud le lleva más de dos docenas de palabras distintas, matices que, lejos de ser inútiles o redundantes, dibujan con sus sonidos la diferencia entre la vida y la muerte, entre la caza y la caída a un abismo oculto.

  Y hasta ahí todo venía bien, el arte, la cultura, los juegos y los idiomas libremente flotaban a nuestro alcance, sirviéndonos para diferenciar el mundo y a la vez para identificarnos con él, facilitando la interacción en un momento de la humanidad donde todo era misterio. 

  Los idiomas eran parte de los seres humanos, tomando sin prejuicios lo que necesitaran para su propia evolución.  

  Un día…  el primer filosofo o científico frustrado, no recuerdo bien, divagando en su soledad atenazante empezó con sus clasificaciones, y conjuro sus miedos sistematizando la lengua y las demás expresiones humanas en un catálogo estúpido llamado diccionario enciclopédico.

  Desde ahí todo fue para peor, las elites inútiles y estériles se adueñaron de la palabra, llenando de reglas y dislocadas prohibiciones el idioma, y con él la traducción del mundo que cada cual hacía para sí mismo.  Luego inventaron la imprenta, y ya el despojo fue total: como conquistadores fueron los libros, mundializando el experimento social, llenando de reglas, preceptos y correctivos las facetas más íntimas de la vida humana, prendidos para siempre como sanguijuelas en el cogote de la creatividad y el libre albedrio.  

  Ahora solo quedaba sentarse arriba y declarar su magnificencia, con mayúsculas, en letras bordadas de oro falso y prestigio robado a los analfabetos.  Y así fue como empezó el caos actual, donde cada vez es más difícil entenderse sin equivocarse, donde casi no quedan aristas para asir un significado real. 

  Solo nos han dejado definiciones y reglas, a cambio de la libertad de expresión.  Ahh si, y publicidad, doctrina, y teoría, toda la teoría oscura que explica a lo largo de los siglos y los continentes porque debemos ser y seguir siendo esclavos.

  Por suerte la mayor parte de la gente que conozco no sabe de estas cosas y habla de temas incorrectos con total desparpajo, se come los acentos, usa palabras prohibidas, o directamente las inventa, se olvidó de aprender a leer y escribir, o lo hace lleno de groseros insultos a la ortografía, mezcla idiomas y modismos regionales como un niño jugando a hacer casitas en la arena.  

  Por suerte hay gente que se resiste a ser como se debe ser, y habla como se le ocurre, no como se diagrama en los castillos llenos de telarañas donde dicen lo que significa cada palabra, o siquiera si existe, negada a pesar de su existencia.  

  Generalmente esta gente no cree mucho en lo que oye, ni oye más que con un solo oído o un ojo, porque en la perfección del idioma esta la trampa que nos hace absorber vocablos, en el acotado canal auditivo y luego escrito.  

  Que nos encierra en un significado cuidadosamente elegido para hacernos pensar lo que se quiera.

  Pero el idioma es infinito, y romper las cadenas del verbo conjugado científicamente para no decir nada, es un trabajo de todo el cuerpo. 

  Y se afinan los lenguajes simulados, metafóricos, metafísicos, corporales, que nos llevan a encontrarnos con otra persona en una trama que se eleva sobre el itinerario social.  Ahí es donde la comprensión y la exactitud de lo dicho y lo conocido ponen en marcha fuerzas que nos permiten asir y consumir la realidad creativamente, nuestro mundo, nuestra propia vida.  

  Y si en el camino parecemos contradictorios u opuestos a nuestras propias convicciones, no está mal, no hay porque darle tanta importancia

  . Es más, aun, es completamente necesario, como buenos labradores, volver a revolver la tierra, pisando sobre el borde de lo ya arado, pues es mejor ahondar en algunas partes antes que dejar melgas donde no entre la lluvia, donde no prospere la semilla.  

  Y sin embargo quedaran, como islas, para aflorar un día, burbujas de lo desconocido en nuestro propio territorio mental, para acercarnos a lo que nos da miedo, para ayudarnos a comprender lo que no somos, y sin embargo llevamos dentro.

  Así un día, casi sin darnos cuenta, volveremos a sentir la necesidad de darle un valor a la palabra, de sentir y hablar en un mismo sentido, de descifrar el eterno aparente tumulto de movimientos y sonidos, donde se expresa el resto del planeta.  

  Y ya no será cuestión de interpretaciones y cadenas interminables de referencias oscuras, de compiladores y reverenciadores del buen decir, decir poco, decir nada, nada nuevo…  

  Un día nos encontraremos de frente con lo que nos rodea sin la vergüenza interna de mentirnos a nosotros mismos, y ahí volverá sin dudas la belleza de la metáfora, la fantasía de ver con nuestros propios ojos, el mundo como un mar que solo nos espera para navegar.

  Mientras, no es inapropiado guardar silencio, es bueno para aprender a escuchar.

 

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