Volviendo al tema de las instituciones, es innegable su valor, para el desarrollo de nuestra vida, como catalizadoras de una necesidad de simulacro ético y moral, de inocencia y candidez, de respetabilidad, que ya es imposible de generar en el tipo de sociedad actual que construimos.
Nos sometemos sin quejas y a cambio obtenernos la posibilidad de hacer jugar a nuestro favor el imperio de la impunidad, la arbitrariedad, el abuso de poder, el desatino económico, ecológico y social.
Lo cierto es que, a tamaña cantidad de jugadores, nuestras aspiraciones chocan con la realidad palpable de nuestra impotencia, solo comparable a nuestra arduamente construida indiferencia.
Y así es como los más cínicos y audaces se
deciden a tomar el infausto lugar desde donde pueden usufructuar, sin
verdaderos contratiempos, el gran surtidor que forman nuestras comunes
delegaciones de poder: el núcleo mismo dentro de las instituciones, el puesto
ejecutor o directivo desde el cual se ejercita el desfasaje social de recursos
hacia los fines más diversos y más alejados de su aparente función.
Y así jugamos día tras día a que todo está bien, sin control, sin interés ni responsabilidad, sin ninguna necesidad de saber cómo se llevan a cabo las cosas.
Sin preocuparnos de la destrucción que causa la fábrica de nuestras inofensivas servilletas descartables, alejando nuestras miradas de la pobreza y el abandono, cuando no pueden ser erradicados hacia las afueras de las ciudades.
Y así también con las cárceles, ejércitos, fuerzas de seguridad y comisarias, mundos ajenos cerrados sobre sí mismos, donde estamos seguros que alguien dio el mandato de que todo se haga bien, por lo que todos esos garrotes y escopetas, esas botas y dientes apretados por la furia, solo pueden trabajar por la libertad.
Y así con el manicomio y el congreso, la suprema corte y
todo el resto de esas instituciones derivadas de segunda mano heredadas de un
intento fallido de trasladar parámetros éticos a payasos ambiciosos, en medio
de la más voraz sociedad capitalista de consumo. Estamos realmente
locos.
En realidad no tienen mayor importancia los resultados, mientras se pueda seguir manteniendo la farsa de la legalidad que brindan las elecciones, el sistema “popular” “representativo” en una farsa de legitimidad que se acepta sin la menor convicción.
Nadie nos sacara nuestra silla mientras se pueda mantener a raya a los eternos perdedores, carne de cañón del sistema: pobres, inmigrantes y desplazados, alcohólicos y drogadictos, enfermos, locos, artistas y criminales, ancianos, niños y obreros explotados hasta el fin en industrias sucias.
Todos los arroyos de aguas negras del mundo reflejan el mismo paisaje de casas miserables e inclinadas por el tiempo y las tormentas, donde terminan viviendo, frías, húmedas, sucias de humo, abandono, hambre y desesperación.
Y la violencia, claro, como un marco normativo alternativo que rodea a estas autárquicas urbanizaciones.
Esta, a pesar de las apariencias y la propaganda, se ejerce mucho más desde afuera, desde la ciudad, que desde adentro, donde la mutua impotencia(jaqueada día tras día con creatividad) genera un matiz de reconocimiento del otro, de comprensión, que impone algunas reglas básicas de convivencia, ausentes más allá de los límites de la villa.
Salir del barro hacia el cemento y la tentadora luz del
centro, no implican tantas oportunidades de progreso como de sometimiento,
cárcel, discriminación y muerte.
Pero votamos, y nos acordamos de ellos cuando hay que pedirles que nos acompañen en el voto, porque estamos convencidos de que no piensan, de que no tienen patria, capacidad organizativa ni ninguna otra, conciencia política ni visión de futuro, cuando es a todas luces al revés.
Cuantos se engañan poniéndose en el papel de idóneos, hasta convencerse de que están mejor que ellos y terminar en algún eslogan ridículo intentando “llevar la cultura a los barrios” o cosa por el estilo.
Y salen un rato de sus prisiones habitacionales, dejando a los niños en la computadora para que no se aburran, para ir a mirar espantados como los descalzos juegan alegremente en la calle a miles de juegos que no sabían que existían, y aun así, algunos hasta se hacen un tiempo de prestarnos atención y aprender un poco de la “cultura” formateada en el extranjero que llegan a derramarles tan generosamente.
No es raro que esos proyectos no duren, si no se dejan colonizar por la idiosincrasia y los contenidos locales: en esos casos quedan tan aislados que su fracaso acompaña a los aristocráticos “benefactores” que ahora desnudaron una sensación de vacío en sus vidas, de falta de sentido, que solo podrán exorcizar descalificando completamente al fruto de su prejuiciosa mirada.
De ahí a apoyar el discurso institucional que barre todos los males hacia los suburbios, no habrá más que un impasse temporal de incomprensión irreflexiva, y luego la represión y el exterminio serán aceptados sin mayores recelos como solución práctica.
Los alcaldes,
directores, comisarios, jueces y diputados se ajustan el nudo de la servilleta,
y atacan con cuchillo y tenedor.
Después de eso, la normalidad será establecida nuevamente, y los cauces del concilio social serán remarcados como deben ser: para los pobres la caridad, para los ricos la cultura, para acá la delincuencia, para allá la honestidad, para acá la conciencia, para allá el desinterés, y así etcétera, etcétera…
Como si fuera un juego de niños que no les importa ganar ni perder, se reparten los roles, sin derecho a queja.
Para superarlos, de un lado o del otro, habrá que superar el
contexto, pero el mismo es apremiante, aplastante y coercitivo, en todos los
niveles, en todos los extremos, porque las estructuras no están hechas para
trastocarse, ni los alambrados para saltarse, y así, lo único aceptable en un
principio es desarrollarnos en el nicho que tenemos asignado,
Porque las mismas personas se vuelven instituciones, y eso si está muy bien visto, y muchos se acostumbran a dormitar a la sombra de otros como si fueran edificios.
Lo inmutable, lo inapelable, lo intransigible, todo lo que remita al poder como fuente de legitimación de la vida es inmediatamente homologado, categorizado, adulterado o podado en sus facetas poco edificantes, y remitido inmediatamente al almacén de ejemplos de vida.
Desde ahí será propagado, divulgado, propagandizado y exigido a la generación que le toca, como único valor y fuente de felicidad personal.
Y si logran ser felices de otra manera, están equivocados y todo el peso de los estabilizadores sociales caerá sobre sus cabezas, función altamente prestigiosa y honoraria, que más que por policías y jueces, es ejercida en primera instancia por padres y hermanos, por maestras y vecinas, por amigos y colegas.
En definitiva, dado que el sistema es capitalista, nos quieren seguir vendiendo el negocio de la guerra social, por lo que la única alternativa para la paz, es la independencia económica, no como países, que ya están bastante atados al palenque y han perdido la importancia ideológica, sino como individuos, en cualquier lugar del planeta.
El sistema hace una sola pregunta: ¿Cuánto? Y esa independencia que nos ofrece, solo económica en desmedro de todo lo demás, no es la que nos sirve, no la que estamos buscando en este caso… hay que empezar a preguntarse sobre todo el cómo, y también por qué y para qué.
Quién, cuándo y dónde es la única respuesta que ya tenemos en la mochila: somos nosotros, ahora mismo, en el lugar donde estamos.
Ahí es donde podremos cuidar
la semilla del mundo nuevo, donde las personas vuelvan a ser personas.
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