10 julio

Status Quo

 

 


¿Qué es lo que esperamos como sociedad, como individuos parte de ella?

  Podemos hacer esta pregunta y responderla, sin dudas, con una larga lista de exigencias, expectativas y deseos largamente merecidos, tampoco faltaran los dictámenes, los determinismos  morales, las condenas y los crucificados, los culpables y los Mesías autoconvocados. 

  Porque no vamos a dejar de aprovechar la oportunidad para dejar bien sentada nuestra posición en la vereda sana del bien común, la verdad, el progreso, y la verdadera convivencia donde los que sobran son los otros. ¡Claro que no!  

  Pero aun teniendo en cuenta que estas palabras gastadas llegaran a otorgarse un sentido a sí mismas, ya que nosotros se lo restamos… ¿Qué estaríamos definiendo? 

  El simple marco ficticio donde se supone apuntaríamos si tuviéramos la voluntad de actuar en privado según declaramos en público: nosotros, el presidente del club de la esquina, el dueño de la rotisería, el arquitecto, el petrolero, el intendente, el cura que junta las limosnas en la catedral, el vago que pide monedas en la plaza.

  Pero abiertamente no es así, la hipocresía esta institucionalizada de una manera tajante en las relaciones sociales, donde el que no juega queda afuera, y al que miente se le cree asépticamente por conveniencia.

  Lógicamente no es eso lo que denota el servilismo con que veneramos a los próceres, a los idealistas, a los profetas, pareciera que hay una falla en la ecuación que da tan malos resultados a pesar de los esfuerzos individuales mancomunados desinteresadamente hacia el bienestar público.  

  A ver pongamos la lupa… ah claro, hay una corriente subterránea debajo de las apariencias, donde las mismas pirañas aprendieron a vivir escondidas por el miedo a la dentellada, pero claro que no es factible empezar por uno  mismo, mientras todo lo demás sigue igual, habría que ser por lo menos tonto.  

  O en eso se escudan los agentes de tránsito cuando en la esquina de la plaza principal dicen en voz alta “y… dame pa'l asado” al automovilista que pasó el semáforo en rojo en una transitada calle céntrica. ¡Qué importa!

  Si todos saben que son corruptos, mejor que estén ahí, un día podríamos necesitarlos para pagar la coima en vez de la angustiosa multa: de respetar las normas ni hablar, eso está fuera de discusión: a veces no tenemos tiempo, a veces no tenemos ganas.  

  Lo único lamentable es el nivel de vida al que han llegado los muchachos, pidiendo ahora para el asado cuando antes pedían para la gaseosa, y hasta hay quien les dio una pajita o un vaso plástico y siguió su camino, burlando a los burladores de la ley.  

  Pero en cualquier institución pública, el empleado avispado lucha hasta poner a su lado a su hermano, cuñado, primo, mujer amante y marido.  Desde las cocinas hasta los puestos directivos, esos que vienen con la impunidad etiquetada como una marca, para elegir a dedo a los más incapaces colaboradores.  

  Claro, si las virtudes son fidelidad, obsecuencia y discreción.

  Y así seguimos jugando, simulando creer para acceder a una información jugosa que nos permita ser parte de la jugada, o defenestrando violentamente a todo lo que nos parece inaccesible, lejano, extraño a nuestros privativos intereses.  

  Pero el colchón de violencia social sobre el que nos recostamos está latente y al rojo, y aunque todo cae hacia abajo, no hay un vaso que no se llene dos veces cuando nadie quiere tomarlo, aunque hoy en día el vaso se reparta entre los cinco continentes del globo.

  No hay un solo amante del poder que pretenda cambiar algo.  Sin excepción los privilegios se restan a los indefensos, a los indigentes, a los desahuciados, aunque las culpas se reparten entre los ingenuos, los perejiles que confiaron, los distraídos, los insensatos que hacen algo sin refugiarse bajo el ala del sombrero de los caudillos.  

  A pesar de que la carne de cañón de todas las guerras se junta de las clases aplastadas por el hambre y la desesperación, y los prolijos militantes políticos panfleteros de los ambiciosos aspirantes a clase media “dirigente”, esta rutina de siglos no aportará agua a la raíz del cambio. 

  No llegarán las soluciones de eternizar todas las fallas, todas las mentiras, todo lo que está mal  a cambio de beneficios particulares que empezarán a pagarse en cuotas el día que nuestra insignificante facción llegue al poder.  

  Obviamente tampoco vendrán de la mano de ninguna mujer copiando el rol del patriarca dominante, en esta sociedad de machistas chupapijas.

  Y ahí viene la parte graciosa, donde de tanto tirar la mierda para abajo nos hemos creído nuestra propia fabula, sin percatarnos de que el poder tiene sus propias dinámicas y no estamos implicados más que en su puesta en marcha, en el mejor de los casos.  

  Y sea como venga dada la mano, las inmensas multinacionales que intentan repartirse el mundo les darán “pa'l asado” a nuestros sonrientes y dóciles gobernantes, que nos leerán el discurso mundial estandarizado, mal adaptado y peor traducido mientras todavía se suben los pantalones.  

  Y solo nos restará abrir el paraguas, como siempre, para empezar de nuevo a criticar y despotricar lo mal que nos va.  

  No hay tampoco por qué preocuparse por eso, con seguir mínimamente la línea de conducta trazada para nuestra categoría género y raza, podremos tener una oreja antes de dormir adonde declamar nuestra indignación por el rumbo adonde llevan el mundo estos inasibles culpables de la situación actual.



 

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