01 julio

Ser en sociedad

 

¿Individualidad? ¿A qué se estarán refiriendo?  

  Nos acostumbramos a ser funcionales de tal manera que ya defendemos nuestra funcionalidad.   

  Caminamos como un ejército de portaestandartes en una película sobre antiguos señores de la guerra chinos.  

  Corremos desesperados para llegar a tiempo al desfile, pero sin preocuparnos mayormente de mirar la bandera que enarbolamos, tal vez fue cambiada en el camino.  

  Pero nos entregan una bandera y nos dicen que corramos ciegamente, y después nos entregan a nosotros mismos con bandera y todo como ofrendas al aparato voraz de consumo que nunca llega a tener la panza llena.  

  Y corremos, porque para eso está la escuela, el ejército, la oficina, el hospital, el banco, la universidad y todo lo demás, para enseñarnos a correr sin proponer un sentido. Para eso nacimos. 

  Y como herramienta nos legaron el individualismo más competitivo, el egoísmo insano, el placer de correr con la mejor carta en el bolsillo mientras los demás ven como se cae el frágil castillo de  naipes, al que le robamos su base.  

  Ya no hay tiempo para ser el mejor, todo cambia muy rápidamente, solo hay que ser el más vivo, el más despierto, y sobre todo el más inescrupuloso, hombres y mujeres luchando por la igualdad de hacer daño impunemente cuando nadie los mira…

  El teatro de la tragedia permanente se robó nuestra sensibilidad, ya no podemos sentir, la muerte es un producto de la televisión del que no somos responsables en ninguno de nuestros actos.  Incluso, en este escenario del reemplazo instantáneo, la supresión de la vida nos abre en teoría nuevas posibilidades, nuevos nichos vacíos de desarrollo donde podemos hincar los dientes, nos hemos vuelto hermosamente cínicos, astutamente sádicos. 

   Hacemos largas colas para acceder a lo que nos esclaviza, y sin disimularlo más, nos regocijamos cuando el de adelante cae, acelerando la fila.  Su defección nos hace sentirnos más fuertes, nos impacienta hasta hacernos pensar que podríamos provocarla en algunos otros, y empezamos a empujar, violentamente, a ver si nos reacomodamos mejor.

  A nuestras espaldas, después de los cuerpos machucados y rotos por la avalancha, deambulan ancianos tristes, mendigos de un sentido que no terminaron de despojarse a sí mismos, delgados de comer apenas lo suficiente para no ofender la vida, levantan aquí y allá un retazo de basura y recuerdan… 

  Y miran alternativamente a los grandes espacios abiertos, y los gritos y arañazos de la turba furiosa por llegar a las puertas de la fosa común, y rehacen la historia de cada invención que en su juventud festejaron como grandes soluciones de la humanidad. 

  El sol no alcanza a secar sus lágrimas, quedan vencidos por el peso de su visión, derrotados, solo esperan que alguien disponga de ellos en la manera más conveniente y usual, vivirán un tiempo más aunque no tengan motivos… solo ellos pueden sentir el amargo desprecio de los jóvenes que los ignoran, pues han sido sus más grandes artífices. 

  Mientras, la manada camina siempre hasta otro lugar, nunca alcanza para todos y es de mal gusto preguntar qué pasa con los que quedaron atrás.  Es mejor fabricarse un buen bozal que nos permita ser cabalgados, con la ilusión de llegar al mejor pasto, pero este tiempo cruel revienta los mejores caballos, y los más audaces jinetes. 

  No hay expectativa en la masa, no hay salida quedándose en casa, pocos plantan una esperanza porque es barata: no atrae el futuro si su color no es artificial.  

  Y llegara un nuevo año, un nuevo gobierno, un nuevo mundo igual con sus informes catastróficos, y los carceleros corriendo con sus candados a cerrar las salidas de emergencia, como si alguien quisiera salir, cuando no pedimos más que diversión para festejar el fin del mundo.

  Un niño con su  pedazo de pan en el bolsillo caminaba por entre los restos, juntaba las aerodinámicas carcazas de los fuegos artificiales, jugando soñaba con naves y viajes, el frio transformado en travesía espacial, cuando de entre unas cajas surgió un viejo, de ojos cansados.  

  Sonriendo se sentaron a soñar, el viejo reía y lloraba contra el viento, entre la basura y el resto de su soledad… 

  El niño escuchaba cuentos fantásticos de épocas que todavía estaba por conocer, obligó al viejo a comer, mientras se reía de su boca sin dientes…

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