04 julio

...Cuando vinieron los indios

 

 

 

Siento la necesidad de expresarme porque mi tribu esta tan dispersa que pocas veces se cruzan nuestros caminos para compartir el fuego y la sal, las estrellas y el aire vibrante…

  Soy un indio entre los indios, mi camino se apareo mil veces en el camino de mis hermanos, sin cruzarse, sin juntarse, porque más que una nación determinada, nos une una sed de libertad que no entra en parámetros definidos por los convencionalismos.  

  Es más, incluso los esquiva como anclas pesadas, que aun izándolas a cubierta cuando sale el sol, no pueden más que volverse trastos inútiles y pesados, que nos hacen perder el valor de las tormentas, pasadas y futuras. 

  Mucho menos pretendo volverme un parámetro, o ser guía de nadie, acalambrando mis pensamientos en ideas muertas, sino que prefiero nutrirme de la realidad cambiante como herramienta de reformulación constante de mí mismo.

  Tal vez por eso no me importa hacer un libro de esto, ni que quede tan claro lo que escribo, pues eso significaría abroquelarme en posiciones que no podría cambiar, cuando lo único que no me permito cambiar es la voluntad de transcurrir por el mundo sin ataduras. 

  Incluso no me sentiría orgulloso de poner una foto en el primer lugar de ningún concurso, pues eso sería un insulto al infinito, cuando valorar una mirada cualquiera como superior a otra, nos convierte automáticamente en exterminadores de la segunda, ignorando que solo somos percepción, y que absolutamente todo es válido.  El maquillaje de la realidad no la vuelve  más bella ni cierta. 

  El exterminio solo genera falsa uniformidad, atando las conciencias como manojos de paja hacia un fin ajeno. 

  Entonces, no es imponer parámetros lo que busco, tampoco escribir, ni sacar fotografías, sino capturar un retazo del mundo que me permita, como una piedra en la laguna, saltar a la siguiente piedra y seguir un camino que se, tal vez no lleve a ninguna parte. 

  Lo trascendente es caminar, llegare a mí mismo y será la nueva costa, hasta que se convierta en piedra que me permita saltar de nuevo: somos evolución.  Somos un salto en el aire pretendiendo llevar el lavarropas y la licuadora, la última película y quinientos amuletos colgando del cuello.  

  Sin embargo saltamos con todo, directo al agua y los cocodrilos, o nos quedamos quietos para no perdernos la novela de las cuatro, para no hacer ruido, para no aflojar ni una tuerca, y a eso le llamamos vida moderna. 

  Entonces veo a veces a los sitiadores o a los sitiados, compartiendo un segmento quieto del mundo, y casi siempre callo, porque su camino no es mejor que el mío, ni al revés.  Pero la experiencia de los hechos que viví se plantan como banderas que no me dejan ser parte de esas batallas y encontrarle al mismo tiempo un sentido. 

  Entonces no creo que haya que defender a los indios, ni ser parte de ninguna tribu, cuando cada indio que me crucé me dijo lo contrario, con mucho más que palabras, defendiendo antes que la vida, una visión del mundo que no hablaba de tribu sino como pertenencia a una mirada.  

  No recuerdo que alguno me haya dicho, soy Quilmes, o Mepén, o Guaraní, o Carajá como un concepto excluyente de mis mismas posibilidades.  

  No recuerdo que alguno me haya hablado de raza colores ni genética sino de elecciones y decisiones comunes como un territorio de pertenencia, un marco evolutivo, una nación histórica-ideológica.  Por eso me causa rechazo la forma de apropiarse que algunos tienen pretendiendo defender el “indigenismo” o “los charrúas” o cosas inabarcables por el estilo, cuando esta forma de confiscación del mundo solo refleja el papel, la doctrina de los exterminadores.  

  Y aun ritualizando el mismo saber antiguo corren el riesgo de desinterpretarlo. 

  Es por eso que solo lucho por una visión del mundo, un terreno común a todas las tribus humanas, a todas las tribus urbanas, a todos los niños y niñas que no se rinden un segundo por permanecer libres. 

  Me refugio en lo abstracto como única manera de permanecer, aunque la funcionalidad del mundo amenace con volverme una estatua de sal más en el camino.  

  Sigo un camino de migas de pan porque estoy hambriento de verdad y dejo la mitad para que otros no se pierdan tampoco, pero la verdad no puede ser establecida y sin embargo se vende, envasada y lista para el consumo, aunque no es a esas góndolas adonde llego. 

  He visto elegir las flechas.  

  No compraré jamás una verdad de dos caras, de blancos y negros, de malos y buenos, no apoyaré una apropiación del territorio como una meta más importante que la expansión de la conciencia, una conceptualización de la vida como un bien más importante que la libertad, porque ahí toda lucha está perdida de antemano.  

  En la igualación de objetivos con nuestros captores se define una victoria cierta a su favor, pero pretendemos seguir discutiendo por imponer caciques cuando la tribu es la raza humana ¿Quién sería capaz de abarcarla sino es adentro suyo?

  El cuerpo humano no afirma que el corazón sea más importante, que la pierna izquierda deba dar el paso después que la derecha, ni que los ojos sean puestos en su lugar por el voto de la mayoría… Somos una totalidad intrínsecamente funcional, cada cosa está en su lugar porque no podría tener otro, es pretensioso hablar de categorías, de jerarquías… 

  Tal vez la paz llegara al mundo cuando volvamos a vivir desnudos, a vernos como somos en realidad: un cuerpo adaptado a un planeta y no al contrario.

 

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