La guerra me persigue, donde vaya.
¿Me persigue, o yo la persigo?
¿O voy tras el ruido del combate como un observador que no puede permanecer neutral?
Pasa el tiempo y permanezco, las heridas se hacen viejas y luego piel nuevamente, y desaparecen solo para que nuevas cicatrices las recuerden.
La guerra me persigue, solo porque soy bueno para la guerra, despiadado y romántico, duro, implacable, y jamás me rindo, aunque tenga que resucitar y volver a caminar desde la tierra de los muertos. Todavía no hay una necesidad física o material que se haya impuesto a mi necesidad absoluta de defender mi derecho a vivir como pienso.
Si me acostumbré a regalar absolutamente todo, es porque no tener nada fue la única forma que encontré para burlarme de los adalides de la forma correcta de vivir.
Desde lejos los veo un día haciendo alianzas, convenciendo, difamando y pintándome como un tipo peligroso para destruir romper y robar sin que nadie los cuestione, y repartirse los logros de mi vida cuando se ven amenazados por un formato de pensamiento que no pretende esclavizar a nadie sino todo lo contrario.
Y todo eso porque soy un pacifista cabal, completamente convencido, inalterable, jamás poseí un arma de fuego, aunque haya tenido que sufrirlas y enfrentarme a ellas, a veces con solo mi cuerpo plantado indefenso y quieto ante la velocidad devastadora del plomo, mis palabras contra el estruendo autoritario, irrefutable por la fuerza de la coerción y el miedo.
¿Irrefutable? Aunque tuve miedo, nunca puse la vida como un valor
tan liviano que pudiera ser intercambiado sin perder su esencia, por la suprema
dignidad de morir libre, ni siquiera temblando de la cabeza a los pies deje de
hacer volar mis palabras tranquilamente, ante todos los verdugos del mundo, aun
llorando de impotencia y rabia sorda, impracticable…
No me importa, es muy difícil morir de viejo
en esta sociedad, para alguien como yo, seguramente no lo logre. O
si, como llegamos a veces a los lugares que no pensábamos conocer, solo por no
haberlo planeado.
Es demasiado fácil patear al indefenso, es demasiado fácil votar a un desconocido o mirar para otro lado para que una fuerza devastadora asesine a otros desconocidos en nuestro nombre.
Es inaceptable ver a otros seres humanos pasando hambre y frio y volver a casa a regocijarse sin hacer nada, para seguir moviendo los engranajes que crean las más terribles desigualdades del mundo.
Es demasiado fácil solidarizarse con las causas lejanas, ajenas, elegibles, inofensivas, y convertirlas en un poster, en una remera, en un comentario o toma de posición sin ninguna consecuencia práctica, para cerrar los ojos al mismo tiempo a los moribundos que cruzamos tantas veces al día en cualquier vereda.
Es demasiado fácil enternecerse por los perritos y gatitos, caballos y vacas abandonados al matadero, en una postura infantil de salvataje, cuando a la vez nos negamos a contemplar siquiera, menos a hablar con la gente que está en la misma situación, pero podría llegar a darnos una versión real de sí mismos.
Es demasiado fácil aceptar la política del doble rasero eterno, la doble moral, el doble discurso, en fin, la incoherencia total y absurda del sistema, escudándonos en que no hicimos las reglas, en que no tenemos poder, en que no tenemos tiempo y tenemos que dedicarnos a ganar el pan, y después a comerlo tranquilos.
Es demasiado estúpido seguir
sin hacer nada escudándonos en que podríamos perder algo, como si hubiera algo
más que pudiéramos perder, como si hubiera algo que no hubiéramos perdido ya,
cambiando absolutamente todo lo que nos define como seres humanos por
electrodomésticos, confort, celulares y jabón en polvo, entre otras cosas.
Es demasiado fácil disfrutar de nuestra seudolibertad y hacer como que no existen las prisiones donde el valor supremo de la vida se machaca permanentemente, como un negocio, donde el valor de un objeto cualquiera define años de permanencia tras las rejas de miles de personas que no tuvieron otra opción la mayor parte de las veces, antes que morir masacradas por el sistema, de hambre y frio, de impotencia de ver llorar a los niños esperando sin fruto.
Es demasiado cínico pensar que alguien se merece el castigo eterno cada día, como si fuéramos dios condenando a los pecadores, y realmente muy ingenuo pensar que esta mecánica logre acabar alguna vez con el crimen en vez de multiplicarlo, rehabilitar a alguien, o insertarlo nuevamente en la sociedad a la par de los que lo acosaron como perros.
Es demasiado peligroso seguir alimentando verdugos impunes y descontrolados, prisiones cuarteles y fortalezas, soldados y fuerzas de seguridad de todo tipo, como si eso fuera a cortar la inmensa raíz de nuestros males que no dejamos de regar un solo día.
Es demasiado antiguo seguir
confiando en políticos, apostando una vez más a que esta vez hagan lo que nos
dijeron, a que esta vez basen su actividad en el bien común y no personal y
corporativo, es imposible que el dinero y el poder no marchen de la mano como
una pareja de románticos novios, por un jardín paradisiaco al que jamás
estaremos invitados.
Es completamente urgente, imprescindible, irrenunciable, recuperar nuestro poder, nuestra dignidad, nuestra libertad, nuestra decisión, nuestra postura ante el mundo como seres humanos.
Nos creemos semidioses bajados del olimpo con derecho a destruirlo todo, y sin embargo bajamos las orejas, sumisos y obedientes a mas no poder ante las arbitrariedades y el despojo permanente de nuestra conciencia de ser.
En todo caso somos los perros de los dioses, los perros perdidos, moviendo la cola para ver quién nos lleva a casa y nos tira un plato de comida, aunque tengamos que esquivar una patada por no saber las reglas.
Demagogia, comodidad, infantilismo, cinismo, necedad, indiferencia, insensibilidad… confort-miedo: esclavitud voluntaria.
No hay una sola justificación de nuestra total e irresponsable inacción que se base en algo de lo que no pudiéramos carecer un día, o toda la vida, sin dejar de ser nosotros mismos. Pero tal vez tampoco hoy nos decidamos a hacernos cargo…
Solo es un día más.
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