No es que estén matando a los indios, nos están matando a todos. No, me estoy expresando mal: no es que estén matando solamente a los indios, eso quise decir. La modernidad avanza, el siglo xxi que parecía tan lejano cayó como un mazazo y todavía no vivimos en la luna.
No vivimos ni en nuestra casa, corriendo del trabajo al supermercado, y de ahí a pagar los impuestos (los que tienen suerte).
O caminando y caminando la calle sin calma y sin pausa los que se dedican a explotar las fuentes informales de recursos que brinda la gran bolsa de consorcio que descarta cada día el sistema.
Igualmente casi todos los vendedores de drogas y baratijas sueñan con comprarse el departamento, y los cirujas con un auto nuevo y olvidar el carro y los caballos para siempre.
Y así más o menos todos, el Síndrome Rockefeller nos empuja a obviar lo obvio del sinsentido de nuestro trajín, aumentando nuestra tolerancia al desastre total si podemos avanzar un peso más en nuestras billeteras.
O eso era antes, cuando se podía avanzar ¿Antes de que? Antes…
La nueva matriz de consumo se ha vuelto finalmente la Matrix, que consume seres humanos, pero sin Hollywood, sin romanticismo, no estamos salvando el mundo en el último minuto, ni siquiera vamos a tener el beso romántico antes de morir, ya que hemos volatilizado las relaciones humanas.
Entonces queremos el celular nuevo.
¿Para qué? Nadie sabe, no vale hacer preguntas, tenemos que
tenerlo y listo. Y el celular se fabrica con aquella montaña… Aaaaaaaahhhh mira
vos, yo no tengo nada que ver, a lo sumo para hacer el mío habrán gastado una
piedrita…
Entonces nos acorralamos en las ciudades, voluntariamente hacinados, auto desplazados de nuestra capacidad de entender el mundo, lo reemplazamos con noticias y fotogramas de la realidad, y estamos contentos, consumimos tantos virus como medicamentos, tanto alcohol como humo de caños de escape.
Defendemos a capa y espada la vida virtual, sin sabor, sin color, sin esperanzas de liberación. Pero más allá, en los campos vírgenes, en las selvas infinitas, en los grandes ríos llenos de peces… ¡no! ¡¡No!! ¡Pará! ¡Pará, pará!
¡Estas mirando una postal…! …pero más allá, mas allá de las ciudades amuralladas, donde las especies se extinguen a un ritmo estupendo, y la tierra negra se vuelve polvo a una velocidad fabulosa.
Donde antes había gente solo deben quedar maquinas, porque así está determinado por el poder de concentración que requiere el mecanismo de control-consumo-producción que fabrica, entre otras cosas, tu celular nuevo.
Entonces están matando a los indios porque ellos se quedan, porque las comunidades indígenas que todavía sobreviven a medio camino entre el monte y el desierto, son retazos, hilachas de un gran poncho que cubría cada rincón de américa.
Al resto de la población rural la expulsaron hace rato, con indemnización o simple patada en el culo, hacia las ciudades, y siglos de conocimientos transmitidos de generación en generación, se están perdiendo para siempre, y la idea es que se pierdan, y para siempre.
La esclavitud de los conceptos no empieza cuando miramos la propaganda en la tapa del diario, ya estaba dada antes, cuando nos quedamos sin opciones más que la aspirina, más que la vida actual.
Entonces corrieron a todos del campo, para hacer todo más y mejor, y en silencio: atravesando la noche sin calma, la tierra se arrasa hora tras hora para inmortalizar a Keynes y Adam Smith, Ford y Rockefeller.
Para
nosotros quedaron los símbolos huecos, la estatua de la libertad, la torre
Eiffel, el Obelisco, la latita, el paquete, el crédito y la refinanciación.
Y en el medio de la nada, todavía hay instinto de comunidad, todavía hay apego a la tierra, todavía hay un conocimiento atado a la naturaleza y un estilo de vida que no la destruye.
No hay que ser ingeniero para saber que eso molesta, y mucho, las ultimas fronteras agrícolas no están en la tierra, sino en nuestra mente, cuando la saturación de informaciones cruzadas nos lleve a decir, _“bah, por mí que hagan lo que quieran, esos indios porque no se dejan de joder” y las ultimas topadoras aun paradas inicien la explosión en sus motores.
El mundo vuelve a ser plano, retrocedimos cinco mil años en
la última década. Y todo para que, para que inventen de una buena
vez la vacuna contra la libertad, así todos esos gusanitos que no nos dejan
dormir se vayan de nuestra mente al fin y podamos aceptar lo que viene sin
complejos.
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