La gorda se había agarrado un gurí nuevo, para pedir monedas, así que lo estaba entrenando en todos los sentidos, aunque a un par de semanas ya se notaba que no se la iba a bancar, demasiado tierno para el atraso que venía llevando… lo había sacado de la calle, techo y comida, sexo y ropa lavada.
Parecía un trato justo, pero nada es bueno en exceso, y la iniciación del gurisito se estaba convirtiendo en una tortura: ahora la seguía atrás como un perrito asustado, cada vez más apagado, cada vez más esa mirada como pidiendo socorro…
Y ella bañada, con su trenza de colores, coqueta, altiva, ganadora,
propietaria. Ya no saludaba a nadie a menos que fuera estrictamente
necesario, ni lo dejaba andar mucho hablando por ahí con sus antiguos
compañeros, lo quería solo para ella, y la lujuria, al caminar, hacia brillar
su oscura piel, su oscura vida…
…El dato había llegado desde la
jefatura, cuando la Mariela volvió de la visita. La causa del Pelado no
iba para atrás ni para adelante, pero había escuchado algo… El lunes iban a
entrar a la villa, y con tres días de anticipación, cada cual se preparó a su
manera.
Saliendo para el fondo, después de la quinta, había un pozo abandonado, ideal para esconder las armas… se juntaron todas las que servían, quedando en algún que otro rancho solo para muestra algunas escopetas dobladas, el 32 del Gamuza con el gatillo roto, unas 22 cortas de coleccionista porque no servían para nada, y algunas tumberas matagatos que solo eran para reírse de los milicos.
Envueltas en limpias telas, fueron suavemente depositadas capa tras capa, y luego la chapa y luego los ladrillos rotos y luego las piedras y luego algo de tierra y bosta fresca por si venían con los perros.
Con la falopa no había tanta confianza, además que el negocio funcionaba
hasta último momento, así que cada cual se bancaria su bagayo, sobre todo los
que no se habían ido, y aprovechaban copando la parada por un día.
La noche había pasado lenta como siempre, solo hubo que ponerle los puntos al Cochón, que se puso a fajar a la mujer, como para atraer la atención, cuando todos estaban dando los últimos detalles, un gil bárbaro. Se terminó la bolsa a tarjetazos bajo las estrellas y después entro y espero mirando el café, quieto como un espejo.
Horas duro así hasta que los gallos cantaron y la oscuridad dijo hasta acá llegue. Entonces empezó a vibrar el agua negra, temblando en el vaso cuando las camionetas entraban a fondo desde los callejones.
El Chileno entró acelerado, casi chocándolo a él que salía, saludo y salto a la XR calzándose la mochila: antes de arrancar saltando por las colinas, le hizo un disparo al helicóptero y se quedó esperando atento a ver si caía, arrancándole una sonrisa en su cara dura, acalambrada.
Saludos a la Quemi! Ahora empezaban las risas, las primeras camionetas habían parado en el medio junto a la ronda de piedras donde las cenizas humeaban todavía y sus ruedas rápidamente se desinflaban ensartadas en los clavos, el barro era una sola masa en cada bocacalle y el agua negra seguía corriendo.
Los milicos saltaban los
charcos y las zanjas en sus pesados trajes antimotines y no falto uno que se
resbalara, podía jurar que escucho las risas apagadas detrás de cada rancho.
El primer grupo de policías parapetado en la altura cubría todo desde el ombú, y los demás, que al trote iban cerrando los caminos y las cortadas, con las camionetas inutilizadas, gritaban impotentes a los que huían trotando a las risas por el campo.
Se iban puteando y mostrándole la verga a los milicos salvo el Culebrilla que se entregó al primero que vio, seguro para pedirle un Rivotril. Apenas caminaba, se había pasado como siempre, y se le empezaba a paralizar la mitad del cuerpo.
El
Julián había clavado la silla de ruedas en el barro como sin querer, y esperaba
fumando, mientras cuatro pares de botas negras se enterraban hasta los tobillos
en la mierda para sacarlo del paso.
Volvió a entrar y se puso las pantuflas, se preparó unos mates y salió a la vereda, se recostó en el sillón y cerró los ojos tratando de identificar los dueños de las voces, todo iba bien, las mujeres chillaban por encima de los gritos autoritarios de los policías, insultándolos con una creatividad admirable.
Los perros ladraban
parapetados atrás de los cercos, los gurisitos corrían en bandadas haciendo llover
piedras elegidas sobre las camionetas, artistas de la gomera, no querían quedar
afuera de la zamba.
Ya se llevaban al Laucha, arrastrando por el piso, no sé si va para saludar al negro o para comer los chorizos a la pomarola de la comisaria, al lado de él tiran al Polaco, al Pinchaperra, al Indio y los dejan esposados contra los asientos. El remolque se lleva un móvil, lentamente, adelante, cuidadosos recolectan las tablas llenas de clavos, no importa, ya cumplieron.
El sol da en los ojos, la razzia sigue casa por casa, y van saltando las fichas, un par de milicos pasan corriendo hacia la esquina mientras otros golpean y patean la puerta de al lado al no obtener respuesta ¡No hay nadie! Grita él mientras alumbran brevemente el cuadrado vacío con la linterna y siguen… Buen día, por suerte que vinieron, hay que limpiarlos a todos, no se puede vivir acá, dice mientras agarra sus muletas tratando de pararse…
Ahora le tocaba divertirse en grande, pensaba mientras le
indicaba al policía desconfiado como abrir la puerta, sonrió y se arrimó
lentamente, ah no, si esta con candado todavía, no se puede facilitar nada…Es
que ya no me puedo ni mover.
Miro el ombú y abajo los milicos
tratando de cambiar las ruedas bajo sus escudos, entre el barro, amaba estar en
libertad…Sacó la llave, sonriendo, esa hermosa escopeta seria suya antes que
termine el día.
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