Punto uno: queremos cambiar el
mundo. ¡Muy bien, 10! Estamos todos de acuerdo.
Punto dos: ¿De qué carajos estamos hablando?
¿Se supone que vamos a cambiar algo con palabras y carteles…? Bueno, decididamente: no.
Aunque sea loable el cambio de
actitud, no cuenta más allá de las redes sociales, del comentario de ronda, de
la masturbación ecologista.
Punto tres: saltemos sin red. El
abismo somos nosotros.
No es el planeta lo que está en peligro, nos engañan… somos nosotros
¿Pero que somos?
¿Somos seres vivos, seres humanos, seres consientes acaso? La tentación a decir que no, es grande, si nos fijamos en la forma en que vivimos, en como consumimos este planeta.
¿Y para qué? ¿Para vivir mejor?
No. No estamos ni siquiera comprando bienestar, solo convirtiendo recursos naturales en monetarios, a costa de nuestra debilidad inducida, de nuestra total, absoluta, absurda, dependencia total.
Mal tiempo, decimos, y corremos bajo las chapas de zinc, mientras millones de renacuajos viven y prosperan en el agua que contaminamos.
Solo nosotros
necesitamos agua mineral natural de manantial hasta para bañarnos, porque nos
vendieron el paraíso, y la ilusión de adquirirlo si ahorramos lo
suficiente.
Entonces de que mundo estamos hablando ¡Queremos salvar el mundo! ¿Queremos salvar este mundo?
Despreciamos cuanto nos rodea hasta que llegue el cielo puro, transparente y diáfano de la redención humana, y para eso ponemos en marcha otra chimenea que fabrica fotos enmarcadas de paisajes artificiales, porque el paisaje ideal no es este, entonces, para que…
Cuantas metáforas, cuanta vida, cuanta sangre inútil y cuanto sometimiento más faltan para darnos cuenta que la única gran batalla para la que nos están preparando es para la única que nos invitaron a pelear en realidad. Para perderla.
Para entregar todo
envuelto en banderas blancas (tratadas bio-químicamente por el mejor jabón en
polvo, para lavarropas)…
Se acerca la batalla final contra
nuestra propia estupidez. Estamos perdiendo, hoy.
Estupidez sin fin, sin medida, todavía no hemos llegado a sus confines...
Es tan cómodo acolchonarse en la mentira, en sátiras grotescas de buenos contra malos, en películas producidas en serie con el mismo exacto argumento de la destrucción evitada por un pelo…
De corporaciones luchando por la vida y gobiernos sacrificándose por el individuo. ¿Es que no vamos a entender hasta qué punto es fácil engañarnos?
¿Cuándo nos van a decir la verdad? De que el filtro de agua no nos protege de nada, de que el filtro solar no preserva nuestra piel, y de que todo es una mentira por el estilo… Cada grano de arroz integral, cada pez, cada botella descartable (¿Descartable? ¿Descartable de qué? ¿Descartable de dónde?)
Cada
miga de pan que barremos de nuestro piso está elaborada con la misma mano
maestra que elabora las leyes, las bayonetas, las ruedas dentadas de la
maquinaria que nos reclama día a día como combustible.
No estamos en extinción, estamos siendo producidos, reproducidos, validados, multiplicados para darle color al juego.
Astutamente crían científicos para que nos convenzan de cada estupidez nueva que sus atrofiadas mentes pueden concebir: que si la capa de ozono...que si el calentamiento global...que si el planeta…
Y cuanto más nos vamos a comer sin limpiarnos la boca la mentira flagrante de la evolución, de la reencarnación, de la creación… No hay de qué preocuparse, no volveremos a la edad de piedra: mientras quede un solo motor en marcha servirá para llevar soldados hasta el último rincón donde someternos.
¡Ya le queda poco tiempo al cuento del confort y no nos damos cuenta! Estoy matando ahora mismo un mosquito que no necesito quince años de educación para morderme: ni películas, doctrinas, toneladas de leyes y papeles, ni uniformes y categorías…
¡¡Y nos hacen creer que somos superiores!! Nos están convirtiendo en el barro podrido de la creación.
¿Es que no nos damos cuenta que estamos siendo
saqueados a mansalva, como seres conscientes? De que lo que nos roban día a día es la
capacidad de pensar, la propiedad de decidir nuestro propio destino…
Solo cambiaremos como especie cuando nos decidamos a sobrevivir, el mundo estará a salvo antes y después que nosotros, no somos necesarios, no existe una supremacía, no hay razón de esperar nuestra decisión.
¿O son mucho más altas las torres gemelas de nuestra soberbia y nuestra ingenuidad de lo que eran las pirámides de Egipto o las que construyeron los mayas?
La arena y la selva taparon todo, en un lapso no mayor que diez años: en el tiempo que una cría humana no llega a valerse aún por sí misma, cada forma de vida se hace millones.
Pero ahora estamos más indefensos, porque un solo grano de arena destartala el más aceitado engranaje.
Y sin embargo seguimos apostando a la máquina, a la infernal factoría, que convierte un monigote en presidente del mundo con la misma facilidad con que convierte una selva de miles de kilómetros de espesor en palillos de dientes.
Y a nosotros en la necesidad cruda de consumirlos,
claro está.
Seguimos apostando a distraernos, a olvidarnos, a relajarnos, y de un momento a otro se volvió un fin y nos olvidamos de todo, que la última luz gire al compás de las bandejas, hundámonos con música, como nos enseña el Titanic.
Ya queda muy poco tiempo para
bailar. El fin del mundo esta tan cerca que pasa cada día y todavía no lo
asumimos, cada día. El fin del mundo que conocemos termina al cerrar los
ojos para ver televisión, noticieros, Hollywood, democracia, fundamentalismo, y
corremos en sueños al lugar seguro…
Nos despertamos conformes otra vez -barriendo los chizitos, tirando los restos de gaseosa por la rejilla- el desenlace todavía está lejos, y así seguiremos pendulando hasta morir, encarcelados voluntarios de la masificación, de la mistificación, de la misoginia (elegante vocablo, no sé qué significa pero es muy usado).
Es que no podemos darnos cuenta que no hay dios, que no hay un tipo que nos encumbre y nos salve, aunque a veces nos castigue, y aun así, de su gran ojo podamos salvarnos escondiéndonos debajo de la cama para comer el caramelo prohibido.
Que soberbia humana improductiva…
No somos el faro de las especies, no somos el pináculo de la evolución, no somos nada más que la construcción más frágil y caprichosa de este planeta, y cada día nos venden el paquete de la Vida en Sociedad.
Lo esencial es imposible a los ojos, lo necesario invisible, lo superfluo ocupa el infinito de nuestra mente y nuestro espacio vital, y seguimos contaminándonos…
En el nombre del padre, de la madre,
y de los hijos que entregamos mansamente en sacrificio, amen.
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