Cuando cae el sol, en mi barrio se regala oscuridad y paisaje: cuando las garzas se duermen paradas en su rama, cuando se cierra la puerta de la última casa, cuando se apaga la luz y las frazadas tapan a los que no tienen frio, a los que alcanzaron a comer el día de hoy.
Me despertó el frenesí de la persecución, los pedazos de pasto volando violentamente, la jauría devastando el espacio.
El ruido de latas alambres y botellas, tuvo su cenit junto a mí en un estallido de chapas de zinc que se aplastaban unas contra otras, del otro lado de la pared, mientras las uñas de los perros se clavaban en su desesperada carrera contra el piso, los hocicos resollando en feroz, implacable persecución.
Mis sentidos no terminaban de alertarse, levantando la oreja
apenas de la almohada para escuchar mejor… un racimo de ladridos en doce
tonalidades distintas sonaba todavía frenando contra la pared, la baba cayendo
de los hocicos, cuando me cae encima, sobre la espalda, un peso tremendo,
indefinible.
Podría decir que fue un puma, o algún bicho enorme: sus cuatro patas suaves de felino se apoyaron en mi espalda, aplastándome contra el colchón, sacándome el aire como en una pesadilla, deseando que no fuera tan real el contacto físico, tratando de forzar el cuerpo para levantarme….
¿O qué? …
Mi cerebro elaboraba la dolorosa conciencia de estar siendo derrotado, probablemente muerto en segundos más.
Algo me estaba atacando adentro mismo de mi casa, en mi propia cama, sorprendiéndome traicioneramente en lo más profundo del sueño.
Sin poder luchar contra la fuerza descomunal de la criatura, mi cuerpo copiaba la cama, aplastado, alcanzando a levantar apenas la cabeza, cuando la flexión de sus patas, que se transmitía a los cuatro puntos en mi espalda donde se apoyaban, llego a su culminación al usarme de punto de apoyo para volver a saltar…
¿La criatura se esparció en la dimensión que le daba origen? ¿O tal vez atravesó la casa nuevamente para correr fuera del alcance de los perros, que, perdida su presa, ya se dispersaban en la oscuridad y lo predecible, lo habitual de su vida de centinelas?
Alcancé a incorporarme sorprendido, dándome vuelta y sentándome en la cama… ¿me senté inmediatamente? No, lentamente escuche primero atento al menor ruido entre las cuatro paredes de ladrillo y bloque sin revocar.
Temeroso de provocar alguna reacción en el ser que tal vez estuviera aun acurrucado en un rincón, encerrado conmigo. Finalmente, me levante y revise puntualmente todos los rincones en busca de alguna señal que no aumentara el misterio: un pelo, una huella, un grano de rojiza arena.
Nada. Solo el enigma infinito de la existencia y la percepción acotadísima de la raza humana, y sin embargo cuanto tomamos del mundo…pensaba sin saber si hacerme un café y velar, o tratar de dormirme de nuevo, con mis ojos saltando de alivio, espanto y sorpresa, hasta que finalmente me levante y revise el patio, solo para cerciorarme de las chapas al otro lado, de su ruido inconfundible al ser usadas de trampolín para pasar por la pared.
Algún
que otro perro me miraba, ahora del otro lado del cerco, como compartiendo
conmigo su vivencia nocturna, pero sin contarme nada, como guerreros que apenas
clavada la espada sangrienta en el piso, tardan horas en volver a hablar,
llenos de imágenes sin palabras de la desolación recién vivida.
Volví para dormir un par de horas más, sabiendo que no olvidaría el suceso, aun prendido en la piel. No suelo recordar mis sueños salvo que pueda correr tras ellos, y esto había sido bien real.
Por semanas enteras espere cruzarme con alguien que pudiera aclararme un poco el asunto, incluso pensé en consultar a los integrantes del culto espiritista que hacían sus rituales a un par de cuadras más al norte.
Finalmente guarde todo en mí, hasta hoy que los perros ladran nuevamente en la madrugada fría. Furiosamente desaforados como si hubiera algo a que ladrarle, mirando como si hubiera alguien a quien no se decidieran a atacar, pues el perro es valiente en jauría, cuidando inteligentemente el cuero al estar en inferioridad de condiciones.
Espanto a los dos cuzcos una y otra vez, hacia la calle, pasando el artesanal alambrado hecho con retazos recuperados de los basurales. No pretendo percibir nada, ni hacerme amigo de ninguna presencia: solamente parar el escandaloso coro de ladridos.
De a ratos desearía que fuera solo un ladrón, un ser humano, un vil rastrero que se propusiera robar un caballo o cualquier cosa dejada al alcance de la mano en la impunidad nocturna.
En las demás casas duermen, solo yo soy llamado por los sucesos nocturnos… me hago unos mates en la mitad de la noche mientras miro el plato sucio en la pileta, el agua está muy fría para lavarlo. Pongo música para espantar el silencio, el día promete ser largo.
Cierro la puerta entornada, cortando la ráfaga helada que se cuela adentro, y echo el primer chorro de agua, tibia aun, para no quemar la yerba…
El tiempo humano me
dice que son recién las cuatro y media y tardara un rato largo en aclarar el
sol…
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