23 mayo

Atún



  Venía para el centro de la ciudad, era una mañana tranquila, expresada en el lento ritmo del barrio, en el sol rebotando en la arena y las piedras de la calle, en las motos pasando a velocidad media… 

  Ups, epaaaa, un boludo pasa corriendo y casi me choca, apenas me rozo, pero estas cosas no están bien, así empiezan los problemas. 

  Por suerte he logrado despegarme de las circunstancias que no me favorecen, al menos lo suficiente para no convertir a mi cabeza en un caldero a fuego lento.  Doblo por la cortada y cuando agarro la calle quedo frente a ellos. 

  En una milésima de segundo analizo las opciones y pienso: si corro estoy muerto.  Y ellos, sorprendidos de que no dejara de caminar a su encuentro -nos conocemos, esto no es necesario-  pero sé que tal vez ni siquiera me esté viendo, en sus ojos, parece estallar un mundo de desolación y dolor. 

 Conmigo nooo, pienso mientras lo miro, y sé que me escucha, lentamente van frenando igual que yo, hasta quedar frente a frente, dos vienen adelante, y tres más en segundo plano, y a esos no los conozco.  Algún día la ecuación va a salir mal y me van a matar, pienso, pero que sea hoy, no mañana por la espalda.

  Mientras las manos inseguras se levantan en lo alto para tirar el cascote, frente a mí: el gordo, mi vecino, quien pudiera saber en qué piensa divago mientras lo espero sin dejar de mirarlo ni levantar mis manos en ningún gesto agresivo.  

  Como si no pudiera frenar el ritual, como si fuera una granada que ya se le hubiera quitado la espoleta y hubiera que lanzarla, termina de caer el brazo y vuela la piedra lentamente, sin ganas, y me cubro, agachándome un poco, sin moverme, y me pega suavemente en el costado, y después resbala hacia la pared blanca.  

  La escucho detenerse contra la columna, y camino hacia el flojamente, mientras veo su cara, mojada y sucia por el polvillo pegándose a las lágrimas, en su piel oscura y tatuada.  

  Veo su cara desencajada y siento, sé definitivamente que tendría que abrazarlo, desasosegado, indefenso como esta, y tal vez podría consolarlo un poco de lo que sea que le haya pasado…

  Pero los dos vamos a morir si es necesario, antes de expresar un solo gesto de debilidad, en estas calles donde todo se sabe antes de que pase, donde todo pasa como en un sueño, y sin embargo la realidad se comprueba a pesar nuestro.  

  Que te paso, negro, le digo, y lo miro derrumbarse, me agacho, al mismo tiempo que él, y hablamos así, en cuclillas, por abajo del barrio.  

  Los tres de atrás esperan sin participar, el del costado, con la cara torcida, parece no aguantar más con la piedra en la mano y me la lanza, y yo tratando de escuchar al Gordo, solo me cubro la oreja, aunque me pasa cerca del muslo, rozándome.

   “…Son unos hijos de puta… y cuando estábamos todos ahí salió el Omar y nos dijo que no teníamos que estar ahí y nos sacaron entre todos, y es mi hermana me entendés… y por todo el murallón fuimos boxeando hasta que nos corrieron a caballo… un rebencazo al Toni el hijo de mil puta…”

  Escucho sin dejar de mirar al negro Atún, que aparentemente no está interpretando nuestra charla como una tregua, o si, pero no le importa, y lo veo, inquieto, esperando para hacerme mierda de alguna manera dada la necesidad.  

  No sería nada raro que tuviera un fierro en la cintura.  Los otros tres se van a prender en la que salga, solo son fichas.

  Mis manos se apoyan en el suelo, mis dedos juguetean nerviosamente haciendo líneas en la arena, los de él golpean rítmicamente dos piedras como si quisiera sacar chispas… y por dios que buena suerte, aflora un cigarrillo, Philips Morris, para ser más exacto. 

  Lo paso por la visual del gordo sin reacción y se lo ofrezco al negro Atún que me mira y me cabecea, se lo largo y lo huele, después de cazarlo al vuelo, limpiándolo de arena, y se va a pedirle fuego a uno de los otros, quedando a las risas, aflojando la tensión, volviendo a su puesto en un segundo más, ya relajado y en paz... “…y lo voy a matar cuando lo encuentre…” y “…ya anduvieron diciendo que más vale mejor nos vallamos del barrio…”

  ¿Y cuándo paso todo esto? Le pregunto.  Anoche, me dice, y recién ahí veo el hilo de sangre seca que baja atrás de la oreja, el tajo en el brazo, la camisa sucia y rota, y los cinco, vestidos de gala en una mezcla de lujo y polvo seco, sangre amarillenta y telas deshilachadas. 

  Mira, le digo, como para dar un cierre al asunto, y poder seguir mi camino, si el tema sigue mucho tiempo no da, lo importante es terminar con las cosas de alguna manera, yo tengo mi manera, vos tendrás la tuya, pero no te olvides que hay gente en el medio que no tiene nada que ver, y que además vas a ver toda la vida.  

  Me refiero a la hermana, espectadora de una riña entre bandas en el día de su cumpleaños, y quien seguramente no podría meterse sin quedar mal parada.  

  En sus ojos al levantarse se ve la determinación de matarlos a todos como única solución a largo plazo, y el negro Atún que sonríe aprobando.  Nos damos la mano, el Atún me saluda efusivamente, terminando el pucho.  

  Atravieso la banda y no alcanzo a dar cuatro pasos cuando una camioneta policial entra a toda velocidad, pienso en correr, pero no tengo nada que ver, ellos también, pero antes de eso ya frenan dos patrulleros del otro lado, bajándose los milicos rápidamente frente a ellos y su frenesí alcohólico de tres días, yo sigo caminando intentando pasar por al lado de la camioneta y los polis, pero el milico me apunta y no me escucha, me palpan de armas con las manos en la nuca, arrodillado en la arena… escucho que dicen “Él no viene con nosotros, no tiene nada que ver” y me hace sentir un poco mejor en medio de esta arbitrariedad estúpida. 

  Sacate la mochila, me dice el milico, pero ya están subiendo a los demás así que viene un oficial y lo apura… deja nomas, allá vemos todo, arriba paz, vamos a dar un paseo… 

  ¡Siento ganas de cagarlos a toscazos a todos, ahora yo! Los dejo acompañarme, dócil hasta la puerta del auto, pero no entro, quiero saber porque, cual es el delito que se supone estoy cometiendo… Uno espera la mochila mientras el otro comenta, pesadita eh, que llevas acá… 

  Me mira el oficial a cargo, levantando las cejas, sorprendido, jamás esperaría ver la cámara  y la computadora, mira hacia mí, sé que está evaluando mi situación. 

  En unos segundos más voy a saber si me liberan o pierdo todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Que te parece?

Gracias Palestina!

    Gracias Palestina.  Gracias por cargar sobre tus hombros la última batalla por la conciencia humana.   Gracias por tu amor interminable,...