12 mayo

La doble vida de rosita

 

 

 


Rosita la dinosauria traviesa jugaba todos los días con sus compañeritos en la pradera de los árboles que caminan, corrían de aquí para allá sin más obligaciones que volver al nido, sin más limites que poder encontrar el camino de regreso, pero con una condición, jamás deberían bañarse en el rio prohibido, temido por toda la tribu, el único tabú que cercaba de misterio sus vidas de niños.

  Ya habían dejado de ser pequeños, sabían distinguir las plantas venenosas de las que se podían comer, y por el revuelo subiendo desde el pastizal mas allá, podían adivinar la aparición de los carnívoros, y salir corriendo hasta pasar entre las patas de sus padres, que ya los esperaban gritando y abriendo la boca enormemente, cerrados en ronda.  

  Igualmente, el peligro no duraba el día entero, no pasaba mucho tiempo sin volver a caminar entre sus patas, molestándolos cuando pastoreaban, jugando a ser una planta, congelados adonde los adultos iban a dar el mordisco, o topando sus cuellos para que les muerdan el lomo y las ancas cariñosamente. 

  Solo a veces los corrían de un solo coletazo laaargo, haciéndolos revolcar unos cuantos metros, lo que no dejaba de ser emocionante y divertido pero no era para repetirlo, porque el segundo coletazo, ya en serio, podía doler por días.

  Cuando se extendían atrapados en alguna carrera, y llegaban al borde, sentían sin duda algo malo en el agua, pues sus corazones se empezaban a acelerar por el miedo y retrocedían asustados, sin poderse sacar en todo el día la sensación de peligro que los perseguía. 

  Peor que el dolor de chocarse un árbol distraídamente en la carrera y verlo caer lentamente sabiendo que sus padres vendrían a retarlos, mientras los monos que caían quedaban desmayados entre el pasto alto y, sin verlos, había que tener cuidado de no pisarlos.

  Así pasaban las estaciones y su huella iba creciendo, y empezaba a hacer preguntas incomodas, como porque el rio estaba prohibido, y los grandes no sabían que responder… 

  ¿Por qué el pasto se acababa antes de las lluvias? ¿Por qué todos los dinosaurios eran de un solo color? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? 

  …Y los grandes empezaban a mirar para otro lado.  Un día se quedó pensando al borde del rio, y no se dio cuenta de las sombras que viajaban por la pradera, hasta que las vio corriendo hacia ella.  Desesperada en la trampa, antes que morir desgarrada por los filosos dientes de los carnívoros salto por la barranca, hacia el rio mortal, hacia el poder vengativo del tabú. 

  Se quedaron mirándola derivar, siguiéndola un rato por la orilla, hasta dejarla, alejándose, aburridos y hambrientos.  Ella flotaba, pataleaba y pronto se dio cuenta que el rio caudaloso no era tan profundo,  y rebotando contra el fondo se fue acercando a la orilla, a la otra orilla.

  Caminó y caminó, yendo y viniendo por pastos vírgenes, tiernos y sabrosos como no había conocido hasta ahora, por naturaleza nueva, vio animales desconocidos, pequeños y graciosos, flores de  muchos colores, y ningún carnívoro, y además... 

  ¡El río no la había matado!  Siguió sorprendiéndose durante días sin ver el paso del tiempo asombrándose de todo. 

  Volvió por la orilla atenta a las señales, siguió un poco más hasta una zona de bancos de arena, y cruzo al otro lado, cuando vio a sus amigos corrió contenta, y ellos corrieron también, pero para el otro lado.  

  Los siguió hasta la manada sin entender porque se ponían en posición defensiva, era ella, volvía, nunca le habían dado miedo los dientes de sus tíos, pero ahora todos la amenazaban. 

  ¡¡Soy yo!! Gritó, pero el grito de la tribu era más fuerte y no la escucharon.  Caminó lentamente hasta el borde de la pradera y se hizo un nido para dormir. 

  No era un carnívoro ¿Por qué no la habían reconocido? La luz plateada de la luna le mostro la diferencia, cuando se lamia sola, recordó las crestas de la manada blancas, pálidas, y se sorprendió de su piel, de colores como las flores voladoras…

Había cambiado y no sabía cómo pero se veía distinta, días y días paso solitaria, cuando se cansaba del pasto flaco y sin gusto cruzaba el rio y se hartaba como para aguantar dos o tres días, después volvía para espiar a la manada, que no rompía su rutina mientras mantuviera la distancia. 

  Los veía, comiendo mientras durara la luz y a veces de noche, nunca quedaban satisfechos, si pudiera mostrarles el otro lado… llegaron las lluvias y el rio creció, lentamente fue perdiendo sus reservas  de grasa y el brillo de su piel.  

  Un día se dio cuenta que caminaba, pastoreando bajo, cada vez más cerca de la manada, y en vez de escapar la miraban ¡Hasta que sus antiguos amigos se arrimaron saltando! Luego todos corrieron hacia ella reconociéndola. 

  No entendió hasta que abrió los ojos del abrazo y se dio cuenta que había vuelto a ser del mismo color que los demás.

  Esa noche nadie durmió, escuchando las aventuras de rosita en el otro lado, y un día más les llevo entender que era la misma que habían espantado todo el año. 

  De este lado casi no quedaban pastos, acorralados por la selva oscura por un lado, el rio, el territorio de los depredadores y el desierto que avanzaba por la tierra arrasada, se dio cuenta que no había dinosaurios pequeños.  



  Cuando bajo el torrente nadie se animó a seguirla, pero la miraron asombrados cuando volvió, fuerte y de colores, un día todos cruzaron…

  Rosita todavía sueña a veces, con dinosaurios sin color y sin alegría, pero despierta en su nido, en su nuevo nido, y mira a los pequeños de colores crecer, ahora ella es parte de la manada, a veces escucha como les enseñan a no cruzar el rio, o morirán. 

 


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