Había vuelto a leer después de muchos años, la biblioteca pública le recordaba un poco a la de la casa de su abuela, donde había consumido todos los géneros en que se clasificaba la literatura: clásicos y ciencia ficción, economía y bélicos, policiales y filosofía, ensayos y misterio, historia, y política, y así por el estilo.
Leía sin ninguna restricción, sin orden, sin guías que lo ayudaran a diferenciar completamente lo real de lo imaginario, eligiendo simplemente un libro por el color o la rugosidad, el arte de la tapa, el aspecto de antiguo o alguna foto que se pareciera a algo que hubiera visto ese día, como un barco o el perfil de una ciudad.
La ventaja de ser prescindible, de quedar afuera de la dedicación que sus padres gastaban completamente en sus hermanos, le permitía escapar al espacio y al tiempo, encerrado en algún viejo armario, en la horqueta de algún altísimo árbol inaccesible, o en una cornisa oculta en un ángulo de la terraza.
Tampoco necesitaba permisos, el arte de escapar del encierro también le había enseñado a atravesar puertas y paredes por otros caminos, subiendo techos para descolgarse por ventiluces o recovecos, no necesitaba que nadie supiera que había estado o dejado de estar, para empezar a poner restricciones y horarios, prohibiciones, cerrojos, castigos...
De cualquier manera, cualquier cosa era menos peligrosa y más útil que estar expuesto a la violencia de su familia, que día a día diseñaba su vida como si fuera un fusible que se podía quemar ante la mínima amenaza de crisis, para descargar el estrés y el odio, para salvar la salud mental de los demás.
No importa de quién fuera la falta, su función era ser culpable de todo, para que no se llenaran de arena los engranajes de la convivencia, ya que sus hermanos predestinados a triunfar en el deporte, la medicina o las relaciones sociales, o sus padres, que no encontraban la forma de resolver el sinsentido de sus humillantes trabajos, o su no pocas veces tumultuosa relación.
Tal vez replicando sus propias historias familiares, simplemente se daban el mutuo permiso de descargar el castigo por lo que sea, sin más justificación que las palabras o la misma agresividad creadora de conceptos, ya que el hecho mismo de la exasperación que generaba su existencia injustificable comprobaba que los golpes y los castigos (que siempre se relacionaban con quitarle a él para darle a otro o castigarlo a él para disculpar a otro) eran el único modo, el único camino para intentar obligarlo a una obediencia imposible y absurda, que consistiera en someterse sin queja a todo capricho y a toda imposición.
Nunca jamás lo haría! La muerte, era mejor...
Entre tempranas fantasías de suicidio y venganza cumplió ocho años sin pena ni gloria, y como era habitual, sin derechos ni propiedades que pudiera defender, ni siquiera su cuerpo, ya que, aunque terminara con un ojo negro, o con dedos o la nariz quebrada a patadas por su hermano mayor, resultaba nuevamente castigado por generar complicaciones, producto de no saber cumplir con eficacia su involuntario papel de sparring ante las prácticas diarias de artes marciales.
Una tarde atravesó la ciudad entera, barrio tras barrio hasta llegar a la ruta: en su mente de niño, el objetivo era llegar a Buenos Aires, que en las noticias parecía una ciudad tan grande y compleja que podría lograr perderse para siempre sin que su familia lo encontrara, nunca más. Nunca...jamás
Cualquier cosa que pudiera pasarle no sería peor que su cotidianidad, aunque, sin embargo, podría tener un milímetro de esperanza, de resolver las cosas a su favor, de encontrar gente que no fuera mala y perversa, trabajar, pedir, robar, dormir en un árbol o en el inaccesible hueco de un puente, intentar vivir o morir defendiendo su vida sin el peso de una autoridad absoluta e inapelable que justificara cualquier abuso contra él, y tal vez generar un sentido propio para su propia existencia.
Sin embargo, la aplastante realidad también estaba en su contra: pasaron decenas, cientos, miles de autos, camionetas y camiones sin que nadie lo llevara, aunque a veces lo miraban otros niños, pegados a las ventanillas, o los conductores al pasar expresaran con un rápido gesto, emociones que fluctuaban entre el desprecio y la desaprobación, la furia, la tristeza o la lástima.
Aunque no hubiera ningún juicio de los demás que fuera más fuerte que su resolución, un par de horas después de la caída del sol se dio cuenta de que no iba a lograr de noche lo que no había podido durante el día. Además, sus brazos completamente acalambrados de hacer dedo y sus piernas adoloridas, agarrotadas de permanecer parado tantas horas no le auguraban más que dormir al costado de la ruta para ser cazado nuevamente como un animal.
Estaba muy cerca de la ciudad y muy lejos de su meta, comió las últimas galletitas, y en su lugar guardó algunas piedras grandes. Se cerró bien contra el cuello la campera, la noche estaba poniéndose fresca y todavía tenía que pasar por el Puente Neblinoso, largo y angosto, sin lugar para caminar, sintiendo el viento de los autos esquivándolo justo a tiempo, y después los suburbios oscuros y salvajes donde podría necesitar correr o defenderse antes de llegar a las cuadras tranquilas del centro de la ciudad, que también atravesaría para retornar a su casa.
No había margen para la decepción o para aparentar debilidades, solo aprendizaje, solo sobrevivir al trayecto para hacerlo mejor la próxima vez. Entró a su casa sigilosamente por el techo, caminando por los muros, cuidándose de no pisar ninguna chapa floja que lo delatara, bajó descolgándose por un árbol del fondo para entrar por la galería, por las dudas de que alguien lo viera o hubiera notado su ausencia, como si no estuviera más que cumpliendo su rutina de no existir, aislándose de todo.
Entró a la pieza y se acostó en su cama, ya nadie podría comprobar nada, recién ahí, se dio el permiso de derramar silenciosamente sus lagrimas de impotencia y rabia, nacidas de la imposibilidad de comprender un mundo que lo había visto nacer solo para convertirlo en esclavo.
Las gotas saladas y calientes corrían por su cara hasta empapar la almohada, envuelto en un caparazón hecho de sábanas y frazadas con que inútilmente intentaba protegerse de la impunidad oscura de la noche.
Todavía faltaba lo peor. El abuso sistemático, permitido y reglamentario, del que se había protegido borrando años enteros de su memoria. (Hubiera preferido no recordar jamás, seguir ajeno a su propia historia, pero todo estalló como una burbuja un día cualquiera, poniendo incluso en perspectiva la instantánea y misteriosa muerte de su padre... la inexplicablemente cercana, extraña y permisiva relación de su madre con su hermano mayor. Nada era casualidad.)
No entendía por que todos le pegaban, por qué permitían que le hagan cualquier cosa, por que su mamá lo odiaba de esa manera tan permanente y violenta, por que se reían de cada mala jugada que le hicieran sus hermanos en vez de defenderlo.
Una vez había tenido un autito, por dos días. Lo había escondido y jugaba cuando estaba solo, pero se lo olvidó en su cama al despertar, y cuando volvió del baño estaba roto, aplastado y en pedacitos, como todo lo demás, cómo cualquier cosa que fuera suya.
En esos momentos imaginaba venganzas violentas donde le hacia pagar a todos su odio. Le resultaba gratificante imaginarlos fijados con grandes clavos a las paredes de la casa, o cortándolos en tiras, hasta que le rogaran un perdón que no les daría jamas.
Pero aunque no pudiera llevar a cabo sus oscuras fantasías de venganza, no transformaba ese flujo de violencia en autoagresión, le parecía absurdo, sumarse a algo que tenia ya demasiados participantes! Aunque si: también pensaba en matarse, solo por el hecho de comprobar desde el cielo si realmente le importaba a alguien, y ver como se arrepentían demasiado tarde.
Claro, el cielo no existía, ni el ángel de la guardia... Ni dios! Era evidente!! Como podían creer en cosas tan ridículas? Por suerte sí existía la calle, tan real, a la que podía volver después de la obligatoria escuela, donde podía estar en pie de igualdad con cualquiera. La calle era el lugar donde una humillación podía ser devuelta, donde era posible responder a una agresión o evitarla a tiempo, donde podía experimentar facetas inexistentes en su hogar, como el afecto, el respeto, la alegría o el compañerismo.
En las largas tardes de verano, era un proyecto en si mismo, caminar cuadra tras cuadra, con otros niños, que llevaban existencias tan devastadas como la suya, ejercitar la libertad, sin mas, sin nada menos.
No había necesidad de explicar nada, ni reclamos, ni descuidos, ni límites en la ciudad: el puerto y el anchísimo río, los grandes arenales, la aventura de atravesar barrios desconocidos de casitas de madera, el peligro, la adrenalina.
Cualquier castigo posterior correspondiente a su espontánea desaparición o demora, era soportado con una estoica sonrisa que-por supuesto- sólo hacía redoblar los golpes y las cachetadas, los cintazos, regalados a su cuerpo en formación, cada vez más endurecido. Cada vez mas indiferente.
Por más que gastara su cabeza pensando, no entendía jamás la razón del enojo. Si claramente era un problema y un estorbo, una maldición que había que soportar!! Entonces?? No tenía lógica...o si: Extrañaban golpearlo. Verlo sufrir.
Se apasionó por los novelistas, a través de títulos tan detallantes como "El simple arte de matar" o "El asesinato como una de las bellas artes". Descubrió a Ágata Christie! Fue tan maravilloso como desmotivador a la vez: al parecer, todos tenían una razón para vivir, y matar siempre estaba mal. Pero además, el más perfecto asesino tenía su contraparte: otra aguda mente que solo se entregaba a la lógica. Un sabueso implacable que podía descubrirlo todo, y desenmascararlo con amargas consecuencias.
Pero ahora, mas de cuarenta años después, había vuelto a leer, a recuperar la dolorosa memoria olvidada de sus primeros años de vida. Aún más, se había integrado a un taller, un grupo de lectura semanal, donde escuchaba y leía en voz alta. Donde no era el más raro ni retraído, ni desconfiado, ni solitario.
La adrenalina empezó a burbujear en sus venas, erizando su piel: iba lentamente obteniendo la confianza de personas invisibles que nadie extrañaría. Como diapositivas, empezó a recorrer en su cabeza, nuevamente, sus deseos asesinos de niño, sus ansias de matar. Su necesidad biológica de exterminio.
Le costaba respirar para leer su parte, le costaba fingir escuchar cualquier cosa que leyeran o dijeran, al mismo tiempo que miraba los pliegues de la piel de sus compañeros y compañeras de lectura, los poros brillantes de luz y vida que podría apagar para siempre, sus sonrisas orgullosas o falsamente modestas(que podría congelar en una mueca final) al ser envueltos por el riguroso aplauso que ponía el broche a cada lectura o creación propia. Su conciencia del peligro se agudizaba, y nunca acudía a la biblioteca sin ensayar frente al pequeño espejo, caras de reflexiva atención, hipnótico dramatismo, aprobación enfatizante, franca y abierta admiración...
Percibía claramente que los demás no eran como él, sino seres frágiles y débiles que se sostenían apenas por el consentimiento ajeno, que necesitaban sentirse valorados y aprobados, apreciados, queridos... Solo él no necesitaba nada, nada de nadie, nada ni nadie. Para vivir siete días mas, hasta la próxima reunión, le alcanzaría con respirar, y tal vez un vaso de agua. Para sentirse vivo no requería del resto de la humanidad.
Finalmente, la familiaridad, el gesto, el orgullo con que compartían sus pequeñas producciones le dio una maravillosa idea. Ya que solo leía convenientes textos ajenos, inocentes ideas de personas ingenuas que pretendían tener alguna posibilidad de cambiar el mundo, en un día luminoso germinó en su afiebrada mente una pequeña posibilidad. Su trabajo en el Jardín Botánico Municipal, le daba la ventaja( supuesta) de acceder a intachables frutos orgánicos, cuidados por su misma mano, libres de polvo de carreteras y esmog, de narcotizantes agroquímicos, de descuidadas y sucias manos de verduleros desprolijos y mal hablados...
Pero eso no era todo, con esos frutos maravillosos, que lentamente incluía en la conversación, casi a regañadientes, con esos mágicos productos impolutos de la tierra que iba presentando poco a poco como si fueran un misterioso tesoro, elaboraba dulces inigualables que no podía compartir por su escasez y su inimaginable sabor que prefería, merecidamente, disfrutar antes que nadie. En solo dos meses de vagas insinuaciones, logró que lo convencieran de compartir algo, entre todos, aunque sea poco, ya que se veía en las caras la decepción anticipada producto de la desvalorización personal que emanaría de la persistencia de su negativa.
Pasó por una oculta y alejada verdulería de los suburbios y eligió personalmente los mejores seis limones, luego los lavó cuidadosamente con agua mineral en un balde bien limpio. Investigando, se detuvo ante la variedad de recetas que la especie humana había coleccionado para llegar al mismo producto pero...Decisión!! No podía tener dudas en ningún momento del camino, o podría tropezar. Las cosas deberían hacerse con la suficiente confianza, dedicación y esmero en cada paso y cada sección de su plan.
Una jocosidad desconocida, una alegría extraña e incómoda fue el broche de la primera noche en la cual, con un completo éxito, presento su Licor Casero de Limón. Emociones ocultas, anécdotas desconocidas y picantes, familiaridades inesperadas, confesiones espontaneas... El alcohol finamente elaborado tuvo efectos tan profundamente superadores de sus expectativas, que en la siguiente reunión fue de común y tácito acuerdo, que si hubiera una próxima vez, debería presentarles, en cambio, alguno de sus afamados dulces.
Una nota de tristeza empaño momentáneamente su imaginación: la chica tímida, que se había sentido tan incómoda como él con tanta risotada y camaradería, tal vez no merecía morir, tal vez sentiría verdadera pena al verla dar las ultimas cucharadas en camino hacia su propia muerte invisible, inexorable y lenta. Pero no podía salvarla, o caería en las garras del favoritismo y la selectividad, en la humana emoción que destruiría su perfecto plan.
El anzuelo había sido mordido, mas que mordido, engullido y tragado hasta el estómago, ya no era adrenalina lo que lo atravesaba, sino un viejo deseo reprimido y antiguo, a punto de volverse realidad. Para no levantar sospechas, dejó pasar una semana, y prometió sorprenderlos con algo delicioso como el cielo. Todos los pasos estaban siendo cuidadosamente dados: hace meses que juntaba semillas de esa planta, gota a gota había logrado acumular la esencia venenosa y mortal, que solo vería la luz de los ojos del público por una ultima vez, como si fuera la eyaculación de un moribundo.
Recorría las góndolas de los supermercados, exigía mas calidad a los verduleros, palpaba, tocaba, apretaba, pero no había una fruta lo suficientemente buena y perfecta para convertirse en un sagrado instrumento de muerte, para ser usada en su maquiavélico plan. Se iba desmoralizando con el correr de las horas y de los días, de la cuenta regresiva que seguía corriendo, ya que luego de la decepción, si no hacía su entrada triunfal con un frasco en la mano, le resultaría muy difícil volver a crear la confianza nuevamente.
Cabizbajo volvía a su casa una noche, caminando, cuando su nariz fue atrapada por un suave aroma, sin embargo incisivo, penetrante y dulzón. Comenzó a mirar curioso e inquisitivo a su alrededor, hasta encontrarse con un árbol de mamón que jamas había visto, emergiendo su lampiño tronco entre el furioso amarillo y negro de la fruta madura y caída, machucada, imperfecta...sin embargo. Un hilo de baba se deslizo descuidadamente por la comisura de su boca abierta, al ver en las alturas la mas perfecta fruta que hubiera podido soñar. Engañaría y robaría si fuera necesario, había llegado al fin de sus tribulaciones justo a tiempo, el universo cómplice, había depositado la solución en su camino.
Ya no era él y sus pequeñas, egoístas y humanas intenciones, era el destino el que con un guiño cómplice, lo erigía sin dejar ninguna duda, como un ángel exterminador.
Pergeñando planes y horarios para escalar y apropiarse furtivamente de su merecida materia prima, se encontró con un desprolijo cartel clavado a la puerta con chinches, escrito y remarcado con birome azul en una hoja de carpeta: "Se Vende Mamón". Casi al borde de las lágrimas, palmeó las manos al no encontrar un timbre, haciendo aparecer, como un mago, a una pequeña y simpática viejecita que lo miraba curiosamente.
Ante su requerimiento, volvió con una bolsa de frutas hermosamente pigmentadas de amarillo fuerte, fragosamente aromáticas, deliciosamente invitadoras. Decidió que se merecía probar un dulce hecho con esa maravilla de la naturaleza, y le pidió otra, que la anciana le quiso regalar pero pagó, ya que no podía mezclar ninguna intención amable con sus mortales designios. Caminando la distancia que lo separaba de su casa, llegó a preguntarse: ¿Es esto la felicidad?
Como un flash, recordó viejas caminatas atravesando cuadra a cuadra la ciudad.
Tras veinticuatro horas sin dormir, finalizó su tarea, llenando dos hermosos frascos exactamente iguales, que sin embargo sabía distintos. Solo el poseía el secreto, por ser el mensajero de la muerte eterna e inapelable. Durmió diez horas seguidas y se despertó justo a tiempo para darse un baño y afeitarse, y vestirse con la misma apariencia de cada semana, cuidadosamente inalterada.
Como un Déja Vu, exactamente como lo había imaginado, ingreso al salón con un frasco: Dulce de Mamón! Les garantizo que no van a volver a probar algo así en su vida! Las babeantes sonrisas parecían escaparse directamente desde su mente calculadora y perfecta.
Descargó el contenido del frasco en un pequeño recipiente plástico, y repartió las cucharitas descartables para todos y todas...(luego podría incinerar cualquier elemento probatorio).
El primer comentario fue de Graciela, una señora mayor, que insistía sádica y sistemáticamente en infligir un castigo colectivo a través de sus poesías: "Ay, esto está riquísimo!! En una rodajita de pan quedaría mortal!"
Nunca le alcanzaba a la puta! Por suerte iba a ser la última vez que la escuchaba quejarse!
Pero casi instantáneamente, Norma dijo: "A mi me quedaron unos bizcochitos..." dijo, y los saco de su cartera... iba a ser su última obra (Norma editaba sus propios libros, orgullosamente, aunque no tenía idea de que se trataban, ya que siempre la había escuchado con una sonrisa de orgullo, y aplaudido luego apasionadamente, pero sin dejar de detener su mente imaginando choques de trenes o cosas por el estilo, mas agradables, que evitaran que la contaminación sonora se transformara en un virus mortal en su cerebro.
Con una excusa impecable, se retiro antes de tiempo, sin leer su parte...(Por lo menos de eso quería salvarse hoy) recogiendo todo lo usado en una bolsa que tiraría al contenedor de la esquina (supuestamente, pero no iba a correr el menor riesgo, solo ahora, iba a comprobar el real efecto de su veneno...Podría ser rápido!)
Quería comer la porción de dulce delicioso e inofensivo, mientras los demás morían asesinados por la otra venenosa mitad. Se asombró de ser tan despiadado y maquiavélico. La chica tímida, que alguna vez, quizá, había dicho su nombre, había sonreído. Eso lo dejó conforme del todo. Le parecía inmoral y antideportivo matar a gente triste, que podía sufrir por si misma.
Disfrutó su asesinato múltiple, mientras comía su deliciosa producción. Un retortijón en su estomago, seguramente producto de los nervios, no le impidió terminar el frasco entero, lentamente, disfrutando cada cucharada. Le empezó a doler la panza...
Casi tropezando, entró corriendo al baño mientras hacia volar el botón del pantalón y le arrancaba el cierre, alcanzó a embocar el inodoro, casi, casi, casi justo a tiempo pero la insostenible presión que vencía su esfínter anal, hizo que causara un desastre en el piso del baño...igualmente, solo podía aliviarse...descargar...aunque tuviera que tirar las tripas para afuera...
Esa fue una tarde memorable para todos, incluso para él, que no pudo despegarse del inodoro.
A la mañana siguiente se despertó mejor, mucho mejor, acalambrado y duro, frío, sentado en el trono repleto de mierda, como un rey. También, estaba feliz, aunque se hubiera equivocado de frasco, lo peor hubiera sido que pasara al revés. Debería etiquetar todo cuidadosamente la próxima vez, y ademas, averiguar que había fallado dejándolo, afortunadamente, vivo.
Habría sido la dosis, insuficiente? Tal vez algún compuesto químico de la fruta era antagonista del poderoso veneno? Antídoto??? Muy gracioso sin dudas, pero nefasto.
Se desternilló de risa imaginando el personal de la biblioteca intentando auxiliar a las viejas, mientras todos caían resbalando...
Cuidadosamente, pensando en su propio resbalón, hizo los ocho pasos enfundado en sus pegoteadas medias hasta la cocina y agarro el elegante cuaderno del aparador. Se decidió a comenzar algo largamente meditado y preparado. Escribió en la primera hoja:
Diario de un Asesino Múltiple.
Su letra era orgullosa y ondulante.
"Ayer fue un día grandioso, aunque finalmente, solo resultó una prueba..."
Sus dedos se deslizaban sobre el papel como hormigas frenéticas, y antes que se llenara el balde con el que empezaría a limpiar todo, había escrito una poesía. La leería el próximo jueves: ahora era su momento de devolverles el castigo a sus propios oídos!!
Se le ocurrió un plan perfecto! Empezó a anotar todo, detalle por detalle. Esta vez, no volvería a cometer errores...
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