04 noviembre

¡Cambiemos!

 

 


Queremos un cambio.

Que hermosas palabras, cuando remiten, como siempre, a todo lo externo, queremos un cambio ¡Y lo queremos ya! No nos alcanza con ser nosotros mismos para adaptarnos al mundo, para decidirnos a construir, para reconocer el camino que hemos avanzado, nos calcificamos en nuestra ambición, nada nos alcanza, mucho menos si también lo disfruta el de al lado.  Eso sí que es un insulto!

  No es casualidad que nos esclavicen con palabras distorsionadas, con eslóganes, con viejas frases gastadas que no representan nada: cuando empezamos a actuar como autómatas nos roban el sentido de las palabras y se apropian de todo lo que significan. 

  Queremos un cambio para no cambiar en nada, para poder quedarnos mirando sin comprometernos.  Y cómodamente alquilamos nuestro menguado poder de decisión a cambio de un globo, de una foto, de una sonrisa de papel y nos indignamos pidiendo un cambio y nos guiñan un ojo, dándonos a cambio tinta y papeles mojados.

  Porque estamos indignados, como en Grecia, como en España, como en Venezuela, Irak, Afganistan, Siria, Ucrania (¿Acaso es todo lo mismo? ¡Claro! Somos prácticamente revolucionarios, queremos librar al mundo de la injusticia, el capitalismo extractivo, la pobreza, el cáncer, los lunes por la mañana, el aburrimiento y todos los tiranos empezando por… “¿alguien tiene una lista? ¡Me la pasa por favor!”) 

  Queremos un cambio que no empiece justamente por nosotros, no queremos cambiar, queremos que el mundo se amolde a nuestro pensamiento estandarizado -impuesto por los medios, ciclotímico, esquizofrénico, finamente diagramado- que corre sobre una cinta a una velocidad que nos impide ver que llego al punto opuesto de lo que pensábamos ayer y ya doblo la curva de nuevo, a tiempo de dejar en el camino otra vez cada intención que pudiera nacer desde nosotros mismos, como partícipes, como críticos formuladores de nuestra realidad. 



  Pero se apropian de las palabras porque nos hemos acostumbrado a no respetarlas: libertad, dignidad, amor, justicia, paz, igualdad… ¿qué palabra zafó con todas sus letras de la redada? Ahora significaran lo que nos sea más cómodo pensar, en un segundo de inmovilidad no forzada, porque podíamos movernos, como seres vivos, no nacimos para quedarnos quietos si no estamos muertos, podíamos salir del sillón eterno al que aspiramos para asumir la vida empaquetada.  Pero no.


  Queremos recibir y dar amor y nos compramos un libro de Osho, porque no tenemos tiempo ni ganas de cuidar un gato, mientras frente a casa un mendigo muere lentamente sin hacernos pensar en algo más que el mal olor que quedara en la vereda, luego llamaremos a la policía mientras se llena el balde con lavandina y solo miraremos el patrullero hasta que doble la esquina. 

  Nuestro mundo cambió, es el cambio que queríamos, ahora podremos volver a nuestros posteos sobre la libertad sin pensar en eso, y llorar por la pobreza que nadie resuelve mientras cambiamos de canal en el televisor.



   Queremos un cambio porque no queremos cambiar, y por eso, somos tan manipulables: lloramos por un caballo que nos mira y no entiende “el sufrimiento de sus ojos me dice que debo liberarlo... ¡Maten al niño descalzo!” 

  Pero en los caminos van sin rienda, (buscando juntos la vida en los mismos basurales donde desperdiciamos nuestra comida) como crecieron hasta hoy, sin que nos diéramos cuenta que había un mundo más allá de nuestra ambición de querer todo para todos pero cuando empiecen por nosotros, que vamos a quedarnos bostezando, mientras tanto… 

  Llevamos quinientos años intentando trepar al carro de los vencedores, pero solo nos tiran las sobras para que agachemos la cabeza, sin ver que la pelea que dan es para arrasar nuestra propia casa, porque la dejamos sola intentando ser mas, pretendiendo que el mundo entero iba a cambiar para nosotros solos.

  Y así, finalmente, un día cambiamos, porque así somos, la elite, librepensadores, vengadores, superpoderosos paladines de la libertad mundial, arrodillándonos mientras el cambio que pedimos nos observa desde arriba del carro de los conquistadores como mendigos que se quiebran el cuello mirando para arriba, mientras las ratas nos suben por los pantalones.



  Nos agitamos indignados como cucarachas que en su cueva mueven las antenas presintiendo la oscuridad, mientras los nuevos líderes nos eligen como blanco, a flechazos, para no aburrirse.  Llegó la hora de disfrutar del cambio, miremos la suela de sus zapatos.

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