Vivimos en un mundo que parece un cajón de manzanas podridas, donde afanosos gusanos se esmeran tenazmente por absorber a fuerza de baba y arrastrarse sin descanso, el rancio desperdicio que una vez fue sabroso y ácido, nutritivo, sano.
Parece trágico pero solo es la fuerza de la vida, el mundo nos abarca y abraza a todos, y se equilibra aun cuando no parezca, la culpa no es de la manzana
¡Mucho menos del gusano! Aunque piensen que se volverán mariposas…
Y esto no es del todo errado, o sea, juzgamos a una polilla lenta y oscura por sus colores, por sus costumbres, por sus efectos en nuestro huerto, cuando solo es la consecuencia del descuido, de nuestra cuasi maliciosa, improductiva soberbia: “estas serán las mejores manzanas” dijimos mirando al árbol, sin más argumento que nuestra capacidad crítica siempre de antemano descartada.
En qué mercado estábamos prometiendo fruta cuando teníamos que mirar la tierra, cuando teníamos que podar las ramas muertas, las que crecían torcidas, atrevidamente ambiciosas, metiéndose hacia adentro (¿Como un gusano?) restándole aire y luz al árbol entero.
¿Cuándo lo vimos lleno de flores y festejamos, y nos olvidamos de las raíces, del suelo que nutre toda fructificación?
¿Y qué culpa tiene la polilla? El mundo es exacto y eterno, nada se pierde, nunca…
¡Jamás! Todo se transforma infinitamente hasta el final de los tiempos, estamos hechos de manzanas que se comieron a los gusanos, que son parte del mango de madera que sostiene la azada que olvidamos usar, despreciando a las malezas.
De que llorar y quejarse ahora, si la respuesta sigue siendo la misma, aunque nos lastime el hambre, encerrados en nuestra decepción, lo único importante es aprender: si no se queja el árbol que muere sin abandonar su puesto ¿cómo suenan en la inmensidad del tiempo nuestros inútiles lamentos?
A pesar de la corta visión utilitaria, que nos aconseja asolar el huerto, después de un irresponsable mal manejo, cada flor y cada fruto expresa la voluntad inexorable de un futuro cierto, que no se detiene ante huesos y cenizas, ante resacas, basura y duras piedras, ocultadas por el velo de la tierra y el tiempo
Siempre habrá una raíz haciendo de todo su alimento, transformando los restos en sustancias, elementos, nutriente savia que vuelve todo verde después de la tormenta recia.
Porque también es agua, y todo tal vez fue necesario para darnos cuenta que después de nuestro otoño interno veremos llegar una nueva primavera donde estemos más atentos, cuidando las manzanas antes de que nazcan, cuidando el árbol antes que decaiga, cuidando las flores por su mensaje hermoso de comunicación, intercambio y renacimiento, antes que su perfume, color, y forma de abrirse al viento, que solo es una estrategia para atraer a los insectos, útiles mensajeros eternos del cambio que llega aunque no lo esperemos.
Pero toda reserva se guarda en el crudo invierno, en una naturaleza sin graneros, que deja caer las hojas para endurecer el cuero, donde los nuevos brotes reventarán velozmente cuando el son de los rayos eternos del sol rebotando en el pasto nuevo espante cada duda, cada miedo…
¿Qué haremos este
verano? dijo Newton, y tomo la carretilla con sus dos curtidas manos, pisando
entre la escarcha fría mucho antes de recostarse a descansar bajo la sombra del
árbol del que cayó la manzana inesperada…
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