17 noviembre

Bombas para la paz

 

 

Como el opresivo peso que crece en la humedad que presagia la tormenta, en la conciencia colectiva, en los corazones de la humanidad, se deposita una mentira escandalosa y ruin, refugiada en la masiva propaganda a doble página de los medios, en los adustos gestos de los altos dignatarios.

  Una mentira que se esconde en las milimétricamente convenientes fallas de seguridad que permiten las operaciones exitosas del terrorismo mundial, en las acciones de bolsa que suben con el miedo, en los contratos de reconstrucción que se firman a la semana de invadir a sangre y fuego cualquier país… 

  Cada día con mayor evidencia, nos damos cuenta de que solo estamos vivos para pagar aviones, de que solo tenemos voz para apoyar las políticas hipócritas que permiten seguir fabricando “bombas para la paz”.

  En esta era de tecnología inmediata, de producción para la dominación, de Internet para la hegemonía total, de a ratos, el monstruo de la guerra se termina mordiendo la cola: con cada video que nos llega de las zonas de guerra, con cada periodista autodidacta y suicida que se calza una cámara para caminar bajo la metralla -porque algunos prefieren pagar el precio de la verdad- y nos da la opción de saber lo que en realidad pasa.

  Entonces caen los velos de la irrealidad, envolviéndonos crudamente en retazos quemados de tenebrosos viejos guiones y escombros humeantes de paredones que ocultaban los acuerdos que se hicieron a nuestras espaldas. 

  Pero no es tan evidente, o si, o… en realidad ¿Quien quiere asumir el precio de la verdad, de su propia responsabilidad? ¿No es más cómodo seguir mirando noticias falsas, pintorescas operaciones mediáticas, comprar, votar, seguir vivo mientras solo algunos caen en manos de malvados teatralmente enmascarados? ¿No es más fácil seguir mirando la fotonovela secuencia a secuencia, donde siempre son otros los malos?

No valen nuestras vidas tanto como un grano de pólvora aun, como para que estas actitudes sigan siendo seguras, no tiene el beso en la frente de nuestros hijos la importancia de poner el sello “for export” en una caja de granadas, ni vale la mejor de nuestras alegres tardes, tanto como un litro de combustible para avión.

  Pero nos conformamos con dejarnos engañar mientras solo seamos blanco de la propaganda, como si el dedo enguantado en el gatillo fuera a esperar que nos pongamos a salvo antes de disparar… como si hubiera un lugar en el planeta donde estar “ a salvo” mientras lo dividen palmo a palmo en acuerdos que nadie piensa respetar…

Mientras tanto nos mentimos para dejar de pensar, para que una amenaza de bomba provoque el bombardeo efectivo de toda una ciudad (donde se rumorea que también viven personas pero por suerte no entendemos ni el idioma).

  Nos dejamos embaucar para que el “riesgo real” de que un terrorista nos sirva el café de la mañana se transforme en la ocupación militarmente sangrienta y eterna de un país lejano, para que un solo video -pero no nos parece escandaloso- provoque una reacción en cadena, una política guerrera que puede durar diez o mejor, cien años sin llegar a nada… 

  O sea, como todo combo, la primer ametralladora se vende con una caja de balas, pero después hay que usarlas ¿o preferimos la tristeza de los desocupados por el cierre de las fábricas de armas? Esa es la ecuación que aceptamos hoy, porque así la dibujaron, en nuestros atrofiados cerebros, con el miedo que crece en nuestra mente a ser “ellos” y saltar en una pata la danza de las balas.



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