Como el opresivo peso que crece en la humedad que presagia la tormenta, en la conciencia colectiva, en los corazones de la humanidad, se deposita una mentira escandalosa y ruin, refugiada en la masiva propaganda a doble página de los medios, en los adustos gestos de los altos dignatarios.
Una mentira que se esconde en las milimétricamente convenientes fallas de seguridad que permiten las operaciones exitosas del terrorismo mundial, en las acciones de bolsa que suben con el miedo, en los contratos de reconstrucción que se firman a la semana de invadir a sangre y fuego cualquier país…
Cada día con mayor
evidencia, nos damos cuenta de que solo estamos vivos para pagar aviones, de
que solo tenemos voz para apoyar las políticas hipócritas que permiten seguir
fabricando “bombas para la paz”.
En esta era de tecnología inmediata, de producción para la dominación, de Internet para la hegemonía total, de a ratos, el monstruo de la guerra se termina mordiendo la cola: con cada video que nos llega de las zonas de guerra, con cada periodista autodidacta y suicida que se calza una cámara para caminar bajo la metralla -porque algunos prefieren pagar el precio de la verdad- y nos da la opción de saber lo que en realidad pasa.
Entonces caen los velos de la irrealidad, envolviéndonos crudamente en retazos quemados de tenebrosos viejos guiones y escombros humeantes de paredones que ocultaban los acuerdos que se hicieron a nuestras espaldas.
Pero no es tan evidente, o
si, o… en realidad ¿Quien quiere asumir el precio de la verdad, de su propia
responsabilidad? ¿No es más cómodo seguir mirando noticias falsas, pintorescas
operaciones mediáticas, comprar, votar, seguir vivo mientras solo algunos caen
en manos de malvados teatralmente enmascarados? ¿No es más fácil seguir mirando
la fotonovela secuencia a secuencia, donde siempre son otros los malos?
Mientras tanto nos mentimos para dejar de pensar, para que una amenaza de bomba provoque el bombardeo efectivo de toda una ciudad (donde se rumorea que también viven personas pero por suerte no entendemos ni el idioma).
Nos dejamos embaucar para que el “riesgo real” de que un terrorista nos sirva el café de la mañana se transforme en la ocupación militarmente sangrienta y eterna de un país lejano, para que un solo video -pero no nos parece escandaloso- provoque una reacción en cadena, una política guerrera que puede durar diez o mejor, cien años sin llegar a nada…
O sea, como todo combo, la
primer ametralladora se vende con una caja de balas, pero después hay que
usarlas ¿o preferimos la tristeza de los desocupados por el cierre de las
fábricas de armas? Esa es la ecuación que aceptamos hoy, porque así la
dibujaron, en nuestros atrofiados cerebros, con el miedo que crece en nuestra
mente a ser “ellos” y saltar en una pata la danza de las balas.
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