Llueve, llueve sobre las ciudades. Llueve, llueve, llueve y llueve.
El agua se acumula y sube y trastoca un estilo
de vida bien definido: la gente no sabe qué hacer cuando el cambio es impuesto
por la naturaleza, aunque aguantan muy bien cualquier cosa que impongan otros
seres humanos…
Y nadie acepta que las cosas ya están llegando a su fin, porque el estilo de vida colapsó las mentes mucho antes que las calles, y todos buscan como idiotas un culpable, alguien que les quite su miedo a ver las cosas desnudas, el tiempo desnudo, el mundo desnudo.
Quieren su televisor y su DVD, sus seiscientos canales para poder interpretar el mundo, para poder quedarse bajo techo, esquivando la luz del sol, los mosquitos, el polen, el calor, el frio, el hambre, la sed, el sueño, y cada cosa que nos conecta con la vida en el planeta.
Queremos ser maquinas, como
maquinas, apretar una tecla y funcionar sin sobresaltos, predefinidos,
absolutamente programados.
Aterrorizados caminamos con el agua a las rodillas, con miedo de clavarnos “algo” en los pies, que vadean el rio en el asfalto, buscando un teléfono, un enchufe, una licuadora, una válvula cualquiera que nos conecte con la modernidad arrasada por los elementos, que nos diga que todavía seguimos dominando el cielo y la tierra.
Pero
solo logramos desesperación.
¿Tal vez se habrán roto algunos diques? ¿En nuestro cerebro?
A pesar del discurso tremendista, nos contamos una fábula, como el fumador que se queda sin cigarrillos, y en su rabiosa desesperación alcanza a ver que ya respira mejor
¿Acaso muchos no habrán mirado al costado, al no tener la pantalla, y se encontraron con una mirada?
Humana, actual, real, de carne y hueso, sin maquillar. La catástrofe no era en indochina, el volcán se escapó de la Internet, y de repente como duendes juguetones, la desolación y la muerte se esparcen ante nuestros ojos.
Y para que arreglar el televisor, si todo lo que nos paso fue negado, ocultado, manipulado. Los noticieros son fábricas de desinformación, y la realidad no los necesita, solo los extraña el vicio interno de la morbosidad de que las cosas le pasen a otro
Y
después de lamentarnos diariamente por los heridos en el tiroteo de Oklahoma,
por los animalitos empetrolados, los camarones, los negros famélicos, la sequía
en Australia, y los peligros de la vida en el siglo XXI, nos damos cuenta que
el mundo es una ruleta y la bola paró en nuestro número, y todos los paraguas
se hunden bajo el desaforado premio a nuestra indiferencia.
Pero no, no vamos a ceder, un alma caritativa se dedica a divulgar la buena noticia, los electrodomésticos no se rompieron ¡Solo hay que darles tiempo a recomponerse de la humedad!
Y respiramos aliviados!! No tendremos que mirar las estrellas para pasar el rato, ni la luna, ni los árboles, podemos volver a la televisión y los chizitos, y contar segundo a segundo por chat como es que todo se fue al carajo por una semana.
Y buscar culpables, sí señor, porque es imprescindible, para volver a ser nosotros mismos, que alguien tenga la culpa. Ya nos olvidamos del momento en que apagamos el celular para abrazar al niño, ahora lo sentamos a ver DragonBall Z para poder funcionar, para sumarnos a la caza de brujas que nos deje inocentes y puros.
Y para poder correr a comprar lavandina, soda cáustica, ácido muriático, y todos los desinfectantes que podamos derramar en nuestro hogar para protegerlo de esa avalancha de resaca, barro, y agua de lluvia que casi nos mata.
Escuchamos el camión de la basura con alivio, podemos volver a consumir desenfrenadamente, la miseria, vuelve a los noticieros. Ignoramos las marcas en la pared que nos recuerdan nuestra fragilidad, salvo para hacer el cálculo en pintura y mano de obra…nene no jodás
¿Se acabaron los dibujitos? Esperá que ya te busco otro canal, no llores.
Y el niño se cría otra vez como debe: cristalizando los más puros resortes de la dominación en su inocente
cerebro.
No hay de que lamentarse, todo volverá a pasar, una y otra vez, y los muertos que mueren ya estaban muertos hace rato, acorralados como todos en la parodia de la buena vida, en la parábola del tiempo muerto, que no sabían cómo llenar, sino consumiendo novedades de plástico más descartables, pañales más absorbentes, toallitas más finas, comer chatarra, trabajar todo el día, pagar las cuotas, evitar a los vecinos por las dudas que tengan más o menos que nosotros...
Solo generamos muerte, por
omisión, por delegación, por ignorancia, por comodidad ¿Es que hoy tampoco vamos
a abrir los ojos? Somos criaturas de zoológico esperando como almuerzo el último
modelo de celular, con el chip en la mano.
Siento el agua venir, es lo más lógico y predecible: el planeta se despierta y se lava la cara. Como juguetes en el cajón, vivimos por millones amontonados en basurales de cemento y vidrio.
Un día no sabremos que responder cuando nuestros hijos nos
pregunten ¿Que es una culebra? ¿Y un pájaro? ¿El pájaro se come la
culebra o al revés? Salvemos a los perros y los gatos, a los elefantes y
las ballenas, a los humanitos desvalidos ¡Pero no pretendamos salvar el planeta
que nos mira y se ríe! Somos la plaga.
Afuera llueve, otra vez… en algún lugar del mundo, cada segundo, alguien toma la decisión de dejar todo a la deriva, máquinas y muerte sin control, sin presupuesto de mantenimiento, sin reglas fijas, cada día lo hacemos un poco peor…
Cada segundo en algún lugar del planeta, nace un niño, una niña, casi vírgenes de fosfato y plomo
¡Casi a punto de cambiar el mundo!
Claro que no, eduquémoslos, asesinémoslos lentamente con parámetros perversos, no serán mejores que nosotros…y llueve.
En su mundo reluciente, llueve. Y tomarán por ellos mismos los desafíos que venimos postergando indefinidamente.
Raza de agua
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Que te parece?