Volvía del ensayo de los jueves, caminando desde el Club Unidos Del Dique, en Ensenada, hasta la pensión de siete y cincuenta y seis, en La Plata. Cortaba camino derecho por El Bosque, bordeando la Facultad de Odontología, a la madrugada, solo como un grito en el medio del desierto, todo eran sombras y susurros del silencio.
En las
calles frías, solo algunos ocasionales caminantes con los cuales manteníamos
una prudente distancia. Ya entrando al bosque, ni los perros se atrevían a
andar sin compañía, pero tal vez por eso me gustaba, volver tranquilo y en
silencio.
Esa semana andaba caminando: un par de días antes, luego de hacerme ir al taller toda la semana, pasando un paso a nivel en Berisso, mi bicicleta se había descuajeringado de una rueda, y ya no pude esperar que colme totalmente mi paciencia. En el mismo movimiento que claudicó, crucé el pie y solté el manubrio, dejándola sobre las vías muertas, sin mirar atrás.
Alguien la encontraría y la repararía, bendiciendo su buena suerte, tal vez un devoto de la Difunta Correa que me miraba desde el descampado de enfrente.
Antes me daba el gusto de aplicar esas soluciones drásticas, después creo que fui socializado…
Estábamos ensayando los
temas que entraban en el disco, y nunca terminaba de sorprenderme que la letra dijera
“...como el musguito en la piedra…” yo que siempre había pensado que la palabra
era mosquito, sin entender como brotaban de la piedra, o cual era el sentido de
una metáfora tan rebuscada… pero Violeta Parra sabía lo que quería
expresar y tal vez para los mosquitos solo tuviera palmadas y espirales
pero ninguna poesía.
El coro a cuatro voces a veces sonaba realmente fantástico, de una calidad absoluta, y aunque tocábamos todo el año, no pasaríamos nunca de un circuito de bohemios, exiliados, presuntos ex guerrilleros y rebeldes sin causa que se deleitaban con nuestro repertorio de música latinoamericana. La batería le había dado un nuevo vuelo a la banda, y sin dejar de lado el bombo legüero, ni la percusión recolectada de tradiciones de cuarenta países.
Yo desentonaba pintorescamente porque venía de una tradición rockera, tenía veinte años menos que los demás y me vestía como un zaparrastroso, además que en ese momento tenía el pelo largo y todavía no me peinaba, y estaba siempre flaco de comer día por medio. Claro que a ellos les parecían efectos de una vida dedicada a la vagancia y las drogas.
Nunca me preocupe de sacarlos de su error, el prejuicio es un derecho, aunque no una virtud, además, mi compromiso era tan serio como el de cualquier otro. Daniel (en su mameluco de YPF) y el Tucu, de barba y pelo largo negro, me veían y se cagaban de risa, disfrutando de mi desparpajo mientras Sergio (¿Era contador?) ...me miraba dentro de su camisa planchada, afinando los ojos como tratando de comprender algo de mi vida, y Américo sufriendo por su quiosco y su taxi siempre en riesgo de asalto, no entendía como yo podía atravesar barrio tras barrio en mitad de la noche.
Al margen de eso, eran excelentes músicos y personas, y si no sabían nada de mi es porque yo contaba muy poco, y tampoco preguntaba nada.
Creo que no he cambiado
mucho.
Sólo una noche, volviendo a casa, al llegar a una entrada de la facultad, frente al bosque, de una escalinata que se escondía en la pared, saltan dos tipos, más o menos de mi edad o un poco menos, uno era bajo y el otro más alto que yo, y quedamos mirándonos de frente, a dos metros de distancia, yo que no sabía retroceder los mire torciendo la cabeza mientras aflojaba el cuerpo, a ver si se venían, pero ellos se quedaron congelados, sin saber qué hacer, sin saber cómo seguir, hasta que el más alto me dice
_¿Tenés hora?
_No. -le digo yo-
_ Gracias, todo bien..
Y se meten a su
covacha dejándome pasar y así tal vez frustre prematuramente su carrera de
asaltantes, solo con mi cara de “Que suerte que no hay testigos, así puedo
matarlos a los dos”.
No me cruce a mas nadie hasta la puerta de casa, y subiendo las escaleras, ya se escuchaban los ruidos como a demolición. Doblando en el pasillo ya pude ver que era en la pieza de Aladin que seguramente destrozaba prolijamente cada una de las cosas que había adentro sin terminar de conjurar su bronca o su dolor, se había peleado antes con una de sus novias y no tenía otra forma de expresarse.
Yo no entendía para qué tenía dos novias si igual se iba a poner así. Tocando a la puerta pregunto ¿Nico estas bien? Sin recibir más respuesta que algún armario cayendo con todos sus platos y demás, solo para seguir arrojando los restos contra las paredes…
Mi pieza estaba un poco más allá, así que como llegue me acosté a dormir, cansado y sin comer, mañana seria otro día, en mi cabeza resonaban Joropos y Chayas, Chacareras, Zambas, Gatos, y poco a poco iba acomodando los golpes de los palillos antes de cerrar los ojos. Bossa-novas, Cumbias, Sones y Canciones, en el silencio musical se iban armando en mi cabeza, haciéndome ansiar el primer segundo del próximo ensayo, donde mis compañeros sonreirían esperando que terminara de “molestar”, de recorrer a mis anchas la batería para empezar.
Súper diplomáticos, respetuosos. Y luego yo conteniéndome, acomodando mi forma de tocar a los distintos ritmos y matices, en algunos temas solo escuchando o jugando con maracas o palos de lluvia como un perro encadenado a una pared que solo puede tensar los músculos sin terminar de saltar.
Y así camine un par de años por uno de los aprendizajes humanos y
musicales más enriquecedores de mi vida, del que sin embargo no recuerdo más
que dos o tres días…
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