17 abril

Como moscas

 

 


 El Chito se arrimó a la ventana, cerrada, y enfoco por la rajadura más grande: todo era depresivo, el cerco caído perdiéndose entre el pasto, los palos rotos, la zanja tapada de yuyos rebalsando hacia el espacio frente a la casa… y saber, sin dudas, que desde la sombra cuadrada de la ventana de enfrente lo estaban mirando

  Había días que pensaba en el Tacurú, como lo había echado en pleno invierno, solo por llevarse el televisor, para comprar una bolsa.  El Tacu  lo hubiera repuesto en unos días seguro, para eso caminaba la calle, pero él lo tomo como una falta de respeto y lo charlaron seriamente hasta que lo dejo sin opciones... 

  Si sabía que estaba enfermo, porque no pudo ver su esencia y darle una palmada en la cabeza nomas y dejar de ver la novela por cuatro o cinco días…

  Ahora solo quedaban botellas vacías, paredes vacías, el zócalo sin terminar, bolsas de basura, la pared hacia el baño inconcluso tapiada con madera.  El tacho donde hacia fuego para cocinar quieto y mojado, cuchilladas de luz entrando entre la penumbra, algunos ladrillos para sentarse, paredes vacías, y el colchón sobre los pallets que con cada lluvia tardaba días en secarse. 

  Pensó en buscar más pallets para levantarlo antes que vuelva a llover, pensó en conseguir un machete para cortar el pasto,  en pedirle un par de palos al sereno de la obra que estaba a un par de cuadras para levantar el cerco, pensó en salir de su casa y miro por la ventana. 

   Esperaban.  

  Primero habían dejado pasar las caras de ojete para no bardear, todavía estaba el Tacu y se cagaba de risa.  Pero después habían empezado a buscar problemas por todo, la música, las motos, los perros, las gurisas, y cada día eran más atrevidos, hasta que empezaron a llegar hasta la puerta sin pedir permiso ni palmear las manos, con la mala onda que había.  

  Un día, después de sacarlo para afuera, discutió con el Nahuel terminaron boxeando y salió el Camiseta con un puñal, llevándolo a los tropezones hasta el rancho, hasta que salieron y lo corrieron el Tacu y el China a machetazos limpios: ya estaba todo dicho.  

  Esa misma noche el Tacu decidió dejar un 32 en la casa, siempre cargado.  Los que no estaban en el asunto dejaron de venir, como pasa siempre, ahí se ven los amigos, pero la cosa estaba picante, picante. Siempre habían pensado que iban a agarrarse con los paraguayos, que al final Vivian tranquilos y cada año hacían un piso más. 

  Miraban.  Veinticuatro horas al día lo estaban mirando, hasta cuando estaban adentro estaba seguro que dejaban alguno apostado en la ventana por si salía. 

  Hace dos días que no comía nada, a la mañana había encontrado un pan bien duro en un rincón, y le había mentido grande a su estómago.  

  ¡Desde el miércoles que no salía del rancho, ni de noche!  

  Esa madrugada se escabulló por atrás hasta la casa de Marianita, le pidió ayuda pero nada, ella gozaba porque lo quería al Tacu, y le dio una olla con guiso y una bolsa de pan, y una cajita que había hecho durar todo el día, de a sorbitos. 

   Había quedado en devolver la olla a la otra noche sin falta pero cuando volvió estaban todos en la calle, encaro por el frente nomas con el bagayo en una mano y la bolsa de pan colgando de la mano que apuntaba el revólver, a nadie, como de casualidad, sin palabras.  Estaba todo demasiado claro y paso abriendo pasillo entre la gente, pero nadie le bajo ya la mirada, era cuestión de tiempo… dormía con el fierro en la mano.



  Se organizaban.  

  Si no hubiera vendido el teléfono podría pedir ayuda, pero el chip en el bolsillo solo jugaba entre sus dedos, cuando pensaba en eso sin encontrar solución. La angustia le estaba cerrando el pecho ya, el hambre no lo dejaba ni dormir, y como si supieran, los gatos que antes pasaban por su terreno habían desaparecido del mapa.  

  A la tarde había llegado el Marcos, con toda la familia y la mudanza, y se habían abrazado todos mirando para acá, comentando y riendo, haciendo señas y planes sobre su casa.  Ahora recién le caía la ficha, hijo de mil puta, hijo de remil puta, pensar que el mismo le había contado que paraba frente a la casa de sus viejos.  

Se le tenso el estómago hasta hacerlo doblar contra la pared, iba a ser hoy, no iban a estar tantos días amontonados.  Se tiró en el colchón con el revolver cruzado contra el pecho, no tenía vuelta, no se iba a ir para darles el gusto. El metal frio parecía vivo, de a ratos lo soltaba y estiraba los dedos acalambrados de agarrarlo tan fuerte, había cerrado con alambre la puerta y abierto un boquete al baño para salir por atrás.

  Hasta el último minuto podría tener la oportunidad de escaparse. Clavo los pallets en el marco de la puerta, con la puerta y las paredes, y la ventana lo mismo. Hundió el último clavo en la madera vieja y carcomida con el ultimo pedazo de ladrillo, y se volvió a tirar en el colchón, escuchando. 

  La ansiedad era tan grande que hubiera querido gritar, gritar y gritar hasta descargarse, se sorprendió cuando un lagrimón empezó a resbalar bordeando la oreja y bajando por el cuello. Una lagrima sin llanto, caliente, como el agua en verano.

  Se tocó la frente, estaba traspirando ¿tenía fiebre?  Tenía puesta toda la ropa y encima la campera de cuero, para parar las facas, seis balas era todo, y ni siquiera un puto cuchillo.  Una tabla con clavos en todas direcciones jugaba en reserva, pero tenía que morir matando, a todos los que pudiera, hijos de puta. 

  En un momento dejo de tener miedo, acepto que no iba a ganar, y un escalofrió le recorrió el cuerpo desde la cabeza hasta los pies, para después dejarlo dormir. 

  Hablaban. 

   Los fue sintiendo como si fuera un sueño hasta que tomo conciencia y se enderezo de golpe, pero todavía estaban afuera, susurrando y decidiendo, todos en el frente, chapoteando en el agua sucia. 

  Los fue imaginando por las voces: el Nahuel, el Marcos, Camiseta, el viejo Cara de Tomate, el Pendejo, el Espiral Mojado, y otros que no hablaban, seguro el Barba con Limón, el Negro y quien sabe cuál otro.  

  Estaba muerto, pero se alegró de que todo termine de una vez, se levantó sin ruido y fue lento y silencioso hasta el agujero en la pared, pisando los cascotes para no hacer ruido en el agua, la noche no podía ser más oscura, le llevaba un par de segundos enfocar donde meter cada paso, rodeando el rancho, los tuvo a la vista cuando ya habían empezado a hablar.

  …No nos estas dejando opciones.  No queremos quemar la casa ni romperla, si salís tranquilo nadie te va a tocar, llevate tus cosas y andate o no vamos a esperar toda la noche… El Cara de Tomate hablaba como un doctor, como un abogado, y todos al costado.  

  Esperaron un rato y seguían gritando lo mismo hasta que empezaron a apuntar, iban a tirar a las paredes, sabían que estaba todo tapiado.  Algunos iban irónicamente vestidos con su ropa, pero los miraba sin tenerles ni siquiera el odio que lo había consumido toda la semana, iba a esperar que descarguen al pedo y después iba a bajar a los que pudiera. El palo con clavos venia después a la cabeza, a matar o morir, matar o morir.  

  Matar o morir se repetía apuntando a la cabeza del Marquitos, hijo de remil puta, vas a ser el primero.  Ellos miraban a la casa y tomaban distancia, en silencio, tratando de escuchar algún ruido que les permitiera orientar los tiros.  El Marcos que repetía ¡Se la buscó el hijomilputa!  ¡Salí puto! ¡Morite entonces hijomilputa!  

  El dedo se le agarrotaba, mientras tiraban a media altura y abajo, como buscando la suerte. Agarro el palo y se corrió un poco más para el costado por las dudas, mientras sonaba el inconfundible chasquido de las balas rebotando y astillando la madera.  Aguantaba mirando el reflejo de los fogonazos en las caras de bronca, en los ojos saltados por el alcohol y la merca.  

 Ahora lo podrían ver si llegaban a mirar para el costado pero el Cabeza de Tomate ya abría un bidón y mojaba una antorcha, nadie recargaba, como si esa etapa ya hubiera terminado, escuchaban y el Tomate hablaba de nuevo, todos puteaban, el Negro con lastima: dale Chito rescatate deja lado que nadie quiere bajarte a tiros.  

 Estaba claro que iban a quemar el rancho, se acababa el tiempo, ahora sí, iban a dar la vuelta…



  Miraban.  Concentrados miraban al Chupete que prendía la antorcha con un encendedor tratando de no quemarse, o al rancho quieto, como esperando que salga corriendo como un animal.  Los fierros ya en la cintura.

  Nadie vio la camioneta, nadie la escucho, silenciosa por el medio de la calle angosta, la caja llena con la gurisada, el caño doble de una escopeta se recortaba contra la oscuridad, y abajo la sonrisa salvaje del Tacu que agachado escuchaba a la Marianita que le hablaba al oído, la China y Batata ya saltaban al suelo cuando desde enfrente gritaron ¡¡Guardaa papiii!!  Alertando a los invasores, y su dedo índice ya se había cerrado contra el gatillo. 

  Imagino o vio la bala que surcaba el aire rumbo a la oreja del Tomate (había cambiado de blanco en el último segundo) cuando ya otra seguía en la misma dirección, y ahora si los veía caer de a uno, y tiraba sin dejar de mirar el bidón de nafta, la antorcha ardía en el suelo a medio metro.  

  Caían acribillados, tiró el revolver al suelo y agarro el palo, midió al Negro en el piso que lo miraba atajándolo con las manos y se lo bajo a la cara, no veía nada más, ni siquiera escucho el griterío que empezaba a salir de la vereda de enfrente, solo escuchaba una voz en su cabeza que le decía que era a matar o morir, no iba a parar mientras uno solo se siguiera moviendo…   

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