27 abril

No voy a extrañarme

 

 

¿Cómo y cuándo nos volvimos tan vulnerables? 

 ¿Cómo es que cada día dejamos de pensar en el mundo como nuestro lugar, como nuestra casa?

   No es raro este enfoque si tenemos en cuenta que ya dejamos de pensar en nuestro propio barrio, nuestra ciudad, nuestro país, como un lugar del que tuviéramos que sentirnos responsables. 

  No podemos siquiera detenernos seriamente a mirar alrededor, solo televisores, solo buenas noticias, solo gatitos de peluche o perritos heroicos podemos ver, rescatando loros mojados, y a través de la pantalla. Es fantástico que la globalización permita un intercambio de información tan instantáneo y permanente, aunque lo cierto es que la mentira y la manipulación siempre tendrán más medios, más tiempo, mas minutos en el aire, y sobretodo, más gente destinada, decidida a creer. 

  Porque es completamente infantil dejar de trabajar para salvar un puto pato, o un arbolito de mierda, cuando ya salió el nuevo modelo de televisor de pantalla híper plana y sonido auto envolvente, si después podemos ir al vivero y comprar una planta de interior tropicalísima, que encaje sin contratiempos con la estética del buen gusto…

  No nos damos cuenta que nosotros ya estamos siendo tratados como plantas en maceta, cuando somos seres humanos. ¿Lo somos? ¿Todavía lo somos?

 ¿O es que han cambiado las definiciones para amoldarnos a esta híper realidad permanente?  …¡Y deberíamos apuntar a nuestra realización permanente!

  Y aunque la maceta parece cómoda, no podemos más que esperar desesperados la manguera que nos tire un poco de agua, el abono que nos permita estar lo suficientemente verdes, la luz que nos permita llegar hasta el amague de flor que terminaremos lamentando porque hace rato que se cosechan los pimpollos. 

  Como los morrones madurados con acetil, en las cámaras de los grandes mercados hortícolas, cuanto falta para que maduren a nuestros hijos en la cámara oscura de la escuela, a gusto y conveniencia de las empresas, de los gobiernos, de los intereses más oscuros del mundo…

  ¿Aaahhh que? ¿Queee? ¿Que ya está pasando? Pero si yo no me había dado cuenta, por dios ¡¡¡¡Si siguen hablando de San Martin y números naturales, como cuando yo era chico…!!!!

  Algunos tienen la mala suerte de no ir a la escuela, de ser analfabetos y perderse la mitad del mundo, no saben que no se pierden gran cosa.

  Somos esclavos, definitivamente: somos esclavos del confort, de la mirada, de la necesidad, de la propaganda, de las definiciones, del estatus, de los estatutos, de la pretendida grandeza del ser humano.

  Ya no hay una solución que parta de seguirnos mintiendo a nosotros mismos, ya no la hay.  Cuando nuestros hijos nos pregunten papa… mama… ¿Qué estabas haciendo? 

  No podremos responderles con la misma mentira que elegimos consumir hoy mismo, glotones de calidad sin culpa, de diversión sin escalas, somos el socio perfecto de las empresas más inescrupulosas del planeta, y seguimos peleándonos por poner a uno u otro de sus vicepresidentes al frente del gobierno, cuando ya no hay diferencias en la delegación, cuando todo el poder que se vuelve ajeno es absorbido sin dejar resaca ni rastros por las más grandes corporaciones.  

  Ciclopes autónomos de la destrucción, ya no necesitan leyes ni dueños ni nacionalidad, les alcanza con vivir de nuestra estupidez total, nuestra irresponsabilidad como individuos, nuestra ambición de manual barato para conquistadores modernos.

  Todo el poder es absorbido sin miramientos, no estamos delegando nada, solo perdiendo para siempre, solo regalando nuestra vida y las consecuencias hacia el futuro, solo dejando en manos de verdugos rutinarios lo mejor de nuestra vida, de nuestro tiempo sobre la tierra, de lo que pudiéramos ser…

  Si tuviéramos que detenernos a pensar, parecería horrible que fuera nuestra propia decisión lo que nos condena, pero hacemos de cuenta que no es nuestra vida, que no son nuestras decisiones.  

  Votamos por uno u otro, y no nos parece raro que el cambio no cambie nada, que la cadena siga atada a nuestros tobillos, a nuestras muñecas a la pared del cubículo donde nos indicaron que se desarrollaría nuestra vida de ahora en más, para siempre, hasta que nos libere la jubilación para poder disfrutar de la vida.  Hasta que nos libere el Quini Seis para poder disfrutar de la vida, hasta que nos libere el gran golpe para poder disfrutar de la vida, hasta que nos libere el puesto firme a la cabeza del poder para poder disfrutar de nuestra vida.

  Que extravagante espejismo, que salvaje autoflagelación, automutilación, que escuela de sometimiento total y permanente sostenemos con nuestras cuotas puntuales. 

  Sigamos consumiendo pretendiendo que vamos a detener a las empresas que fabrican el consumo, o empecemos a producir bienestar humano. Bienestar real, responsable, social de nuestra pequeña sociedad familiar, hogareña, o a lo sumo barrial.

   Preocupémonos de hacernos cargo de lo que podemos cubrir con nuestros ojos, desde la puerta de nuestra casa, y cambiaremos el mundo a miles de kilómetros de distancia, saquemos la vista del ordenador, de la Personal Computer, de la Tablet, de esta hermosa pantalla de veintiséis pulgadas, y miremos la noticia donde se genera 

 ¡Justo frente a nuestras narices! 

  Nosotros somos la noticia, el futuro llego. 

  Cuando entre los escombros de la decadente sociedad actual se investiguen las causas del desastre, cualquier historia será la tuya o la mía, quejándonos del calor y del precio de los Split, del precio de los alquileres y el color de las naranjas, del olor de los arroyos urbanos y los mosquitos y la falta de stock de insecticidas… 

  ¡Por que sacaron del mercado ese producto tan bueno! ¡Mataba todo, no dejaba ni un bicho! Y ruego a dios en las alturas…. Que no me deje faltar el dinero para la cuota, ni para el plan de medicina prepaga, ni para la jubilación privada, ni para…

   ¿Es que acaso hay garantías de que el mundo que pagamos por adelantado subsista siquiera diez o quince años más? Somos productos, no personas, es hora de que nos empecemos a hacer cargo de eso si queremos de verdad empezar a cambiar algo. 

  O dejar de tratarnos entre nosotros con la etiqueta gastada de “seres humanos” que ya perdió validez hace rato. Es hora de pensar en algo más que en el color y el lustre del cajón que no vamos a ver, como nuestra última decisión.

  El mundo es ahora. Somos ahora.

 

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