Si hago cosas nuevas es para aprender, para poner en juego el instinto, la mente, más allá de las matemáticas. Para renovar las células y los pensamientos, descartar los prejuicios, y poner colores donde antes solo había territorios lejanos.
Si hago cosas nuevas es para mantenerme nuevo, salvaje, impredecible, para no quedar atado a mí mismo. Si hago cosas nuevas es para poder ser otro si la casualidad me lleva a pasar por el mismo camino, para poder crecer y mirarme desde otro lado.
Si hago cosas nuevas es por amor, por poner un freno a la salvajada, por mirar atrás algún día, cuando se me ocurra mirar atrás, y no ver manos saliendo de la tierra para agarrarme los tobillos, para saber que lo poco que deje para mis hijos, para sus hijos, para el futuro de mis propios pasos vacilantes será de lo bueno lo mejor, de lo que alcance a ver, solo para poder elegir, y elegir realmente entre cosas que me alimenten, entre caminos que descansen mis pies, que adormezcan el grito del vampiro que quiere saltarte al cogote para morder y ser igual que ellos, y un día descansar sólo porque estoy rodeado de rejas y guardias y alarmas sincronizadas.
O solamente quedaría caer en la rutina avasallante de la creación de lo mismo de siempre, la estupidez de creer que no podemos morir dentro de cinco minutos solo para pensar el mundo y las personas como fichas en un juego que vamos a ganar.
Como si ganar tuviera sentido, como si existiera ganar, como si algo tuviera más sentido que todo lo demás. Como si una vida cualquiera valiera más o menos que otra, como si el mosquito que mato no mereciera matarme a mí, o a Obama, o a Osama, o a Gandhi, o a Guachiturro en su mundo de alcohol y ciudades desconocidas.
Los miro buscando un punto fijo, una piedra donde poner los pies cruzando la laguna, como si mojarse las patas fuera a matarlos… como si el mundo de monstruos marinos de Cristóbal Colon fuera a saltar en cualquier momento.
Como si el mundo de cristal culón donde viven no fuera a saltar en cualquier momento, leyendo los titulares de los diarios, enfermos de miedo de ser el próximo que asalten, que maten, que le rayen la casa con aerosol, que el seguro del auto sea trucho, que el trabajo se termine antes que las cuotas…
Miran con alegría que otro se volvió loco, que
otro fue el que murió, hasta que empiezan a sobresaltarlos los nombres
conocidos, y la conciencia de haber dedicado la vida a juntar basura
cuadriculada, estúpidas obras de arte conceptuales que no dicen absolutamente
nada, y ocho mil pelotudecitas sin función alguna más que cubrir las mesas y
los muebles que están llenos de cosas sin utilidad más que generar estatus, más
que fijar sus mentes a la flecha segura que va al centro junto con miles de
millones de flechas que van directo al centro.
Pero el vuelo es largo, la flecha no llega nunca y la hora de triunfar se empaña antes de disfrutarla con solo mirar al costado ¡Cómo avanza la resaca con cada marea!
Como toda la basura que
tiraron va y viene con el viento, y mirar alrededor es quedar solo, sabiendo
que solo pueden seguir la flecha que va al blanco. ¿Qué blanco? Un día
cualquiera lo mueven y quedan nadando en su mugre, trepando a los hombros de
uno más débil que solo servirá de salvavidas, hasta que se hunda.
Pidiendo socorro a los incorregibles que decidieron jugar a otra cosa, y siguen
igual que siempre, pero siempre es mejor hoy.
Y solo queda enfermarse, morir de un infarto para entrar en las estadísticas médicas, gritar finalmente desde la tumba que la vida merecía vida, para los que toman la posta y se ponen inmediatamente a moler gente para hacer adornos de cristal plateado, como si no fueran los próximos, como si no fueran a caer asimismo en la marea que reclama vida, sin discriminar, sin hacer diferencias...
Como si no fuéramos todos iguales
al agua, al cielo, al mar, a las piedras que tiran los niños contra las
botellas, a los perros que duermen con la cola entre las patas hasta que los
corren del barrio, a las balas que rebotan contra los paredones y a la carne
que se abre por el acero caliente de la batalla.
No tiene sentido matar para morir, no
tiene más sentido vivir para matar, es necesario empezar a sacar las cosas a la
vereda, para entender que nuestra casa como el mundo reclama soluciones
simples, que la vida es la simplicidad misma, que el espacio no se puede llenar
con imágenes de nuestra grandeza sin castigar a los niños con el silencio y la
corrección, con la siesta y la prolijidad y el orden que nos cuesta la vida.
Se vuelve completamente urgente dejar de alimentar monstruos decadentes y cansados, encadenados a su propia monstruosidad, es necesario procrear la vida, como si fuera sagrada. Como si cada pedazo del mundo pudiera reclamarse para plantar una flor que no será cortada para el velorio de los que dejamos morir en el futuro irresponsable de seguir así, así como venimos, comiendo datos y metadatos acomodados a las estadísticas perfectas.
La resaca de los muertos que nos dicen que no mataron, que no murieron, ya llega a nuestros puertos, y finalmente el camión de soldados perfectos de todas las películas para en nuestra cuadra y nos apunta a nosotros, que no podemos dejar de admirarlos, en su lustrosa perfección, en su implacable disciplina, en su tecnología de avanzada que dibuja imperios estúpidos.
Y sin embargo seguís ahí, mirando televisión, eligiendo cartas de un mazo marcado, dándole de comer a los Gitanos sangrientos que nunca desarman la carpa. Y están mirando tu patio. Adóralos, pero no creas que vas aganar más, que vas a vivir más tranquilo, que te van a llevar al cielo que te prometieron, que te venden por DVD cada día.
Están saliendo porque no queda más remedio,
como Aztecas del pantano, se prometieron a sí mismos un nuevo mundo, y sin
embargo lo pintan de viejo, de todo lo conocido y malo, de cada miseria que pueden
fabricar…
Y yo, vivo y muero acá donde podes
encontrarme, donde soy completamente vulnerable, indefenso como una piraña
fuera del agua, y tal vez te encuentre tirando el televisor por la ventana, tal
vez te encuentre incendiando autos, tal vez leyendo un libro a la sombra del
sauce viejo y silencioso donde podes meter los pies en el agua para sentir las
mojarritas, tal vez llorando solo por sentirte vivo, por sentirte viva, como
cada vez menos nos pasa.
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