28 abril

La era de la felicidad

  


   Crecimos soñando con argumentos de películas, mientras nos acostumbrábamos a esperar, a tolerar todo, a durar hasta que las cosas cambien, y claro, no llegamos al final feliz ni el hada madrina universal toco con su vara la realidad que despreciamos.  

  Vivimos en la era de la infelicidad, y en base a eso fundamos nuestras relaciones: la queja como un ruido constante que envuelve la comunicación, la seudoindignacion que nos protege de la responsabilidad, de la acción, del pensamiento constructivo, la ambición que siempre corre diez pasos adelante, fogoneada, acicateada para tenernos atrás de un sueño estéril  y destructivo.

  Mientras tanto, nos hallamos sometidos al poder demoledor de la burocracia, intentando sacar la cabeza a flote en el turbio mar de la legalidad, rehenes de facciones y sectas políticas, de empresas que deciden día a día desangrarnos, comerciantes que se adueñaron del aparato productivo, multinacionales que abusan a su gusto y conveniencia de los recursos naturales.  

  En este contexto, el ciudadano intenta y busca día a día nuevas maneras de olvidar sus cadenas, escapar al estrés, oponerse al cruel determinismo en el que nos hemos encerrado solo para oxidarnos y ver pasar los ejércitos por televisión.  Y sin embargo solo llegamos a oponernos al temido lunes, con el humor torcido de los prisioneros, y un fin de semana de venenos químicos y sicológicos: furia de animales monogástricos arremetiendo contra los comederos…

  Fundamos las ciudades para protegernos, para acceder a un mejor “nivel de vida”,  sin embargo se convirtieron en gigantescas trampas, donde el único salvoconducto que nos protege hasta cierto punto es el título de “consumidores”, porque demuestra nuestra utilidad al sistema.  

  Fuera de eso, estaríamos en peligro si nos dedicáramos a explorar otras opciones, pero no, no hace falta, estamos más cómodos como turistas del desenfreno, de espectadores ilesos del desastre, aunque no hace falta esfuerzo para mirar como el futuro despejó sus nubarrones para descubrir un paisaje de esclavitud voluntaria y sumisión suicida.  

  Tampoco hace falta salir de la mediocridad para correr a refugiarnos a nuestra cueva, donde nos sentiremos seguros hasta el día que quiebren la puerta a patadas.  

  En la era de la ecología, reciclamos hasta el final nuestra misma caduca forma de pensar, reutilizamos diariamente nuestro egoísmo, y reducimos el concepto de mundo hasta volverlo un solo desierto bordeado de humo y escombros. 

  Claro, es mucho más difícil construir, ser coherentes, intentar soluciones, porque lleva más tiempo, porque hay que luchar contra decenas de inadaptados y cínicos insensibles que destruyen y matan por diversión, porque dejamos la inmediatez y el reconocimiento por el sacrificio y la tenacidad en busca de un resultado que apenas si tenemos esperanzas de lograr.



  Porque no es fácil seguir adelante solo a base de fe, esquivando las moles de un mundo que va a contramano, haciendo lo que debiéramos aunque nadie lo note, solitarios, conceptualmente aislados entre las miradas cómplices del desastre…  

  ¿Todo para ganar qué? Si solo se puede perder pie, quedar afuera, desgastarse buscando darle un rasgo humano a la rutina de sobrevivir para votar, comer basura, y dormirnos en brazos de una nueva farsa...  

¿Pero no es poco no? Antes que volvernos completamente estúpidos y manejables, antes que ser los asesinos impiadosos de las futuras generaciones, deberíamos hacernos responsables de morir intentando asegurar la libertad y la vida, el amor, la esperanza, aunque sea en pequeños rincones, en invisibles cornisas, en mágicas balsas a la deriva, aunque estemos condenados a perder la fe en el medio del mar.

  No la tenemos tan fácil como Cristóbal Colon!  Solo descubrimos lugares de los que escapar, mientras cosemos a retazos el nuevo mundo en que viajamos para que no se hunda, tan frágil que todavía lo dejan navegar.  

  ¿Hasta cuándo será así? No nos quedan muchos años antes de la debacle total, lo único que vale es fortalecerse y cambiar, convertirnos en nuestro propio puerto donde amarrar, no hay garantías de que algo más quede en pie: calman con náufragos a los tiburones, con misiles construyen la paz, y con fábricas de tumbas sin nombre combaten el hambre en todo lugar. 

  Indefinidamente amanece el mundo a una nueva guerra fría entre la historia y la causalidad, entre la inacción y la resistencia, entre el compromiso y la ceguera total, entre el corazón y la racionalidad. 

  Estamos en la era del ataque frontal, en ningún lado hay esperanzas de fingir, ya, neutralidad.  

  No hay más que este planeta, es importante saber de qué lado vamos a estar… 



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