Niños, en principio son inocentes, puros, les resulta incomprensible el dinero y el valor de las cosas, las prisiones y el delito, la compulsión al trabajo, el abuso de poder, la desigualdad que ven en la calle apenas asoman la nariz.
No le ponen precio a los abrazos, dan, regalan.
Cambian un barco
por una piedra chata que tiraran al agua sin sentirse en pérdida, exigen y
brindan libertad, amor, felicidad…
Creciendo como plantas, como cachorros, rodando como piedras desde la ladera de la montaña, estancándose en masa, como el agua, ante la maravilla de la vida que se expresa en una hormiga o un paisaje que los asombra, una flor, un pequeño pez, una historia…
Concentran su vivacidad y, luego, rompiendo la presa, se desbordan, corriendo sin objeto ni control, cayendo,
embarrándose, raspándose las rodillas los codos y las narices, las orejas,
convirtiendo su ropa y su pelo en una masa confusa de pasto, polvo y alegría,
curtiendo los pies descalzos o destrozando las zapatillas.
Siempre será así, aún no han logrado extirpar el espíritu humano con manipulaciones genéticas, aún siguen naciendo humanos.
Y como todos, son una masa de energía, curiosidad, confianza, temeridad, y una simpleza que se derrama del corazón, resolviendo todo sin hacer la guerra. ¿Pero a quien le conviene esto? ¿Cómo van a comprar si aceptan como hermana a la naturaleza?
¿Cómo van a hacer la guerra si
comparten y toleran?
Los niños no necesitan ser educados en el formato devastador que hemos instaurado, sino aceptados en su necesidad de expansión que les hace reclamar el mundo como propio, apreciados en su inmensa capacidad generadora de soluciones, en su mirada desprejuiciada y libre sobre las personas, sobre las cosas, sobre el futuro.
Que panorama tenebroso para los poderes hegemónicos, para los fabricantes de conflictos petroleros, si una masa enorme de niños a lo largo del mundo pudieran ser liberados del bombardeo infinito de los canales de televisión y el tropel de maestros voluntarios que los adoctrinan en la ley del más fuerte.
¿Qué pasaría si salieran a jugar a la calle sin preocuparse del color de sus amigos, entendiéndose alegremente por señas y abrazos sin importarle el idioma ni la nacionalidad de sus compañeros… ?
No es una utopía más, es una realidad posible a cada paso, a cada día, en este
mundo de nacionalidades dispersas, de inmigración permanente, de posibilidades
abiertas a la cooperación en cada mirada nueva sobre los viejos problemas.
Aun así, el monstruo que muerde el planeta, que alimentamos de mil maneras antes de declarar “yo no fui” no va a caer sin dar tremendos coletazos, como estamos viendo ahora mismo, alrededor del mundo.
Y claro, lo hace con nuestra colaboración, como fue siempre,
sembrando las semillas del racismo la intolerancia y el odio, el miedo que
apadrinamos mediante la repetición y la copia de versiones periodísticas a las
que asistimos hipnotizados en lugar de mirar a nuestro alrededor.
Solo nos han enseñado a tener miedo del apocalipsis, de la crisis económica, energética, alimentaria, global, mundial, mientras nos hunden más profundamente intentando cortar de raíz cualquier propuesta que surja de la gente, sin el control de las multinacionales.
Descartamos cualquier solución que genere libertad y soberanía individual en vez del estancamiento esclavo que aprendimos a aceptar.
Seguimos apostando a una sociedad patriarcal que promueve el filicidio, solo porque estamos huérfanos de ideas, y todo eso lo imponemos a nuestros hijos porque nos lo han impuesto a nosotros.
Ejercemos nuestro "deber" mediante la coerción y la violencia, cada día, sin caer en la cuenta
de que solo estamos manteniendo y multiplicando la fuente de los males que nos
acorralan cada día más cerca del precipicio.
Entonces golpeamos, castigamos, reprimimos, adoctrinamos, y todo sin derecho a réplica, todo sin ninguna revisión, sin una sola queja interna aplastamos una y otra vez la voluntad de las pequeñas criaturas hasta volverlas sumisas y manejables.
Y así, las lanzamos
atadas de pies y manos al mundo para que los poderes perversos que lo recorren,
aprovechen y profundicen el trabajo, delineando adultos obedientes y apáticos,
insensibles, autoritarios…¡Que vuelvan a criar a sus hijos de la misma manera
mientras el sistema los corta alegremente en pedacitos!
No estamos castigando a nuestros hijos porque nos hacen más caso así, estamos castigándolos porque así lo promueve el sistema, lo necesita: bastaría una sola generación que pueda crecer libre para que todo el andamiaje mundial de bombas atómicas y telecomunicaciones, espionaje y petróleo malgastado colapse hacia un mundo libre, fraterno y feliz.
Un planeta donde cualquiera pueda disfrutar de ver brotar una semilla, donde un ser humano se pueda tirar en el pasto a mirar el cielo sin temer que lo arresten, sin sentir que está perdiendo dinero.
Pero tenemos una inmensa ayuda, un
tremendo abanico de imágenes y espectáculos que los acostumbran a la muerte, a
la muerte ajena claro, a la muerte por motivos de estado, a la muerte de los
malos.
Contamos con millones de imágenes y actitudes que desvirtúan el cuerpo, el sexo, que es tan natural como intrascendente para ellos, haciéndolos desde pequeños adueñarse de posturas machistas que no son buenas ni en los adultos, haciendo de las niñas pequeñas marionetas consumidoras de cosméticos, que crecerán odiando su cuerpo por no ser tan perfecto, tan sensual como las plastificadas triunfadoras que les sirven de guías.
Niñas que avanzan sin más herramientas que un par de tetas y una
sonrisa tonta y permanente.
No trabajamos para darles felicidad, bienestar ni confort, ya que para ellos el tiempo compartido, el del afecto y la comunicación es el de mayor valor.
No trabajamos para darles de comer mejor ya que no nacen con preferencias y caprichos, no nacen adictos a los caramelos y dulces ni a la comida chatarra, no nos volvemos esclavos para darles salud, ya que día a día los enfermamos cuando ellos nacen sanos y salvos.
Trabajamos porque amamos nuestra esclavitud, y así está determinado que la transmitamos, llenando la infancia de cadenas y ataduras, de oscuridad y miedos fabricados para consumir su voluntad de sentirse vivos.
Entonces, los
ofrendamos, como pequeños corderos, para que la sociedad de la masificación
total los engorde hasta el día del sacrificio.
Entonces, los lanzamos indefensos al
mundo, mientras les decimos “Eres libre, haz lo que te plazca”
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