Realmente, hay días que me apena bastante ver el entusiasmo y la prolijidad con que se desperdicia la raza humana en su propia y mutua destrucción.
¡Pero no es que no se pueda cambiar, sino que no se
puede hacer desde la web! Estamos sumergidos en un formato de vida que se
valida en forma virtual, y actuamos o pretendemos hacerlo a través de la
idolatría o el rechazo hacia otras personas, hacia otras políticas que aparecen
y desaparecen de nuestra pantalla…
¿Cómo se defiende un derecho? Ejerciéndolo claro, de ahí a que te maten, te encarcelen, o te corten en tiritas ya es otra cuestión! Y otra posibilidad que veremos de evitar, pero la única opción combativa real, es ponerse en marcha, aceptar el valor de la vida como total y supremo, y a la vez insignificante, transitorio, en cuanto se trata de oponerlo a las bases fundamentales de nuestro sentido en el planeta, como son las posibilidades de ser libres y desarrollarnos…
El tema es que nos hemos acostumbrado tanto a escuchar mentiras sin preguntar, que nos hemos vuelto de papel, y solo podemos volar con el viento o degradarnos, sin llegar a formular ni siquiera una imagen de nosotros mismos, pues no la tenemos.
En su lugar corremos cada día para conseguir una nueva pieza del rompecabezas que armamos de nuestra persona, con miles de retazos externos que elegimos de la avalancha de la moda y el consumo, de la estupidez y el patrioterismo, de la ideología bancaria y el reloj.
A esas penosas elecciones que solo apuntan a nuestra descaracterizacion, les llamamos libertad, es como si, al final, después de tanto progreso, nuestra libertad pudiera expresarse eligiendo blanco o negro, un alfajor, de chocolate blanco o negro, más exactamente, ya que tenemos el dinero para comprarlo, hoy, eventualmente.
Pero la libertad no conoce de imposiciones superficiales, ella exige elecciones difíciles, como comer o no comer, directamente, como resultado de su preferencia, pero vivimos atados al alfajor, su publicidad, su adictiva felicidad de dos minutos.
Entonces, ser, solamente ser, es un dilema antes que un desafío, ya que hemos sido avasallados desde nuestros primeros días en un sistema social aplastante, en un sistema educativo que nos degrada y achata, en un sistema técnico-legal que nos impone restricciones a cada paso que damos.
Ingenuamente pretendemos que el mismo sistema que nos ata con una mano, nos ofrece una salida con la otra pero no, es solo una falacia para capturar a los descontentos, no hay salida, la única opción la única decisión y conocimiento saldrá de nosotros mismos, de nuestro corazón, nuestra piel, nuestra conciencia de existir sobre un planeta, la única rebelión posible urgente y necesaria es recuperarnos como personas, y solo ahí tomar la decisión de enfocarnos hacia algo más grande, o no.
Pero es necesario desligarse de mucha ideología,
de mucha publicidad, de años y años de adoctrinamiento y educación humana, de
nacionalidades, de futuro y arquitectura, de autoridad y autoritarismos, de
tradiciones basadas en el poder de destruir a todo lo demás.
Pero claro, eso es muy trabajoso. Mucho más que poner “me gusta” o “compartir” en una publicación cualquiera, aunque no tengamos ninguna afinidad real ni intención de actuar en consecuencia más que dar una imagen hacia los demás, que tampoco esperan más que eso.
La única opción es actuar, desde el nosotros que esta atrás de la máscara, desde el corazón indómito que se esconde abajo de esa montaña de basura que hemos ido acumulando a lo largo de los años, él sabe que somos seres vivos, no marionetas, y que el deber es latir, no esconderse, para poder ser, no simular, no actuar, no representar…
Se acabó el tiempo de las alianzas espurias, de los corralitos ideológicos, económicos, sexuales, de género, de raza, territoriales, de edad o cualquier otra cosa, hoy en día, la única posibilidad de generar un cambio es desde la misma individualidad, defendiendo el mundo, la libertad, la vida, desde nosotros mismos y nuestras preferencias indiscutibles como seres soberanos, nuestros derechos como inalterablemente prioritarios sobre cualquier otra exigencia sectaria de las mayorías artificiales.
No
es así de fácil, claro, ahí al lado nuestro corre el engaño de la pertenencia,
de la sujeción a la idea, asociaciones, ejércitos, partidos políticos, clubes y
países, todo va al mismo vertedero donde se desvirtúa la persona a favor de la
institución, que luego destruye al ser humano para atarlo a un alfajor y
convencerlo de que es libre porque elije negro o blanco.
Hoy podríamos empezar a preguntarnos sinceramente si nuestro desarrollo depende de tener más propiedades u objetos, o conocimientos heredados sistematizados, o poder de decisión sobre la vida de otros seres, o dedicarnos a descartar falsos dilemas aceptando nuestra única ganancia cierta en la expansión de la conciencia de ser, de nuestra percepción del mundo.
Hoy podríamos empezar a aceptar nuestro transito como algo integral, ajeno y a la vez conectado a todo lo demás, pero tan lleno de vida y con el mismo derecho a existir, y nuestra esencial, ineludible responsabilidad en mantener nuestra cuota de equilibrio como seres vivientes.
Desde ahí, las opciones se
multiplican, aunque sean difíciles, desconocidas, nebulosas y fluctuantes, pero
son únicas, propias, y reparadoras, en principio, de nosotros mismos. O
prendamos la televisión a ver que nos quieren hacer creer hoy que es el mundo…
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