Claro que no me importa, pero no quiere decir que no esté pasando. Luego de que el oficial Riquelme me eche de la seccional primera -en una discusión que termino siendo observada por el resto del personal de la comisaria- junto con el testigo que iba a aportar datos clave al asunto del robo de mi casa, habíamos derivado finalmente hacia los tribunales: la fiscalía, donde la arbitrariedad y la incompetencia son acotados por el imperio de la ley escrita en códigos recopilados para el beneficio común.
Teóricamente.
Esta situación no era muy distinta al momento de la denuncia, que me llevo, ya en ese primer momento, cuarenta minutos de debates, donde el oficial a cargo insistía que hace un mes y medio no había detenidos en esa jurisdicción, donde impunemente arreglan con cada vendedor de drogas a vista y repulsión de todos, por lo que mis versiones de que uno de los ladrones había sido detenido con alguna de mis pertenencias, serian sin duda falsas porque les habrían avisado a ellos y estaría alojado en la susodicha comisaria.
Muy lejos de mis intenciones estaba enredar mi vida con esta anacrónica institución, pero para recuperar algo, debía empezar por la formalidad que permitiera poner en marcha las comprobaciones, y así había llegado a una de las oficinas más corruptas de concordia…
Finalmente, el oficial Ramos, como quien le abre a un perro que rasca la puerta
sin parar solo para que no moleste más, accedió a sentarse frente a una
computadora y redactarla.
Como demostrando la política de la desigualdad total, el delincuente había sido apresado en un lugar no muy lejos del centro, con solo intentar entrar por el techo en una casa: habiendo sido advertido por una vecina, motivo su sucesiva llamada la inmediata presencia de una camioneta policial.
Muy lejos, muy diferente del momento, un rato antes, en que se treparon al techo paseando escaleras para espiar por el ventiluz del baño, luego rompiendo los vidrios de mi ventana, y minutos más tarde, logrando con gran estrepito destrozar la puerta de mi casa para manotear rápidamente lo que había a mano…
Obviamente, esto no motivo la presencia policial, en un barrio donde hace casi dos meses que no hay detenidos, no se puede catalogar de delitos este tipo de cosas, ni atender a denuncias ni ver ni escuchar ni decir nada.
Claro que el destino es inescrutable y la
computadora robada impunemente en el barrio pobre, quedo descansando bajo un
frondoso jazmín en el patio delantero que tras las rejas, enmarcaba la hermosa
casa céntrica, y esa noche, a los diferentes actores. Y solo por eso fue
recuperada.
Ahora me resulta hasta cómico, cuando pretenden avasallarme, intimidarme, como anoche, como si yo no estuviera mirándolos también a ellos atrás del desprecio y el asco, por corruptos, delincuentes y narcotraficantes, arruinando aceleradamente una generación de jóvenes que no alcanzan a ver otra opción que ensimismarse en la intoxicación nocturna con los productos más baratos y adulterados del mercado.
Mientras me hacen abrir la mochila, les explico que llevaba a devolver una
garrafa prestada a sus dueños y que iba para el lado del cementerio y no sabía
exactamente la dirección, y siguen revisando los bolsillos de mi mochila (lo
cual ellos y yo sabemos que es ilegal) y sacan a relucir la vaina de mi
hermoso cuchillo panzón (o verijero, con el cual he capado animales de más de
300 kilos) con un agujero en la hoja para pasar el dedo índice, una artesanía
total…
-¡No podes andar con esto!
-¡Por quee! ¿Es un delito?
- ¡Porque es un arma!
- No, no, eso es un cuchillo, una herramienta,
sería un arma si yo se lo clavo en el cogote a alguno, soy jardinero, todos los
días ando con machetes tijeras y serruchos, es una herramienta permanente de
trabajo ¿Pero si quisiera matar a alguno cualquier cosa podría convertirse en
un arma no? (y me contuve las ganas de decirle: ¿Querés probar?)
Pero ellos tenían mi cuchillo, admirándolo y envidiándolo en el patrullero, yo ni me había bajado de la bicicleta, nariz con nariz contra el patrullero, lo había visto venir en el reflejo de las luces, y aparearme y luego hacerme señas, frenando, pero yo había seguido unos metros más, girando en redondo como diciendo, paro porque yo quiero…
Pero no tenía documentos y pasaban mis datos “…presas, con Petrona…” con esos códigos infantiles que usan remplazando un nombre para cada letra.
Y yo que ya escuche esto mil veces y no pienso subirme de nuevo a un patrullero, ni volver a dormir estúpidamente en el frio cemento de una comisaria y tampoco perder mi cuchillo para que un policía corte feliz el asado del fin de semana, pero sé que no tengo el menor antecedente policial, así que esperaba que iban a hacer…
Entonces me dice bueno presas, y me lo entrega “no vayas a lastimar a nadie” a
lo que me encogí de hombros, como si necesitara recomendaciones. En el
camino me volvieron a cruzar un par de veces más, ¿Era el mismo patrullero? Y
otra camioneta… apuesto que mientras tanto estaban robando una o dos casas sin
que ellos se enteren.
Pero semanas antes de eso, ya recorría los pasillos de la jefatura y el comando radioeléctrico, a cara de perro, interrumpiendo las mateadas y las siestas, hasta lograr una fotocopia de la actuación policial y la certeza de que mi maquina estaba depositada en la fiscalía, era eso, la computadora, lo único que la extraordinaria suerte me permitiría recuperar.
El comisario, gentilmente, me había recomendado que me hiciera fabricar una factura para recuperarla, ya que me iban a pedir un comprobante que demuestre que era mía, pero no, es mía y punto, no voy a falsificar nada, así que por suerte, con solo un par de días de gestiones, logre que la fiscal me permitiera el acceso a la prueba envasada al vacío…
Y me
la llevé, adjuntando copia de la actuación del comando y de mi denuncia, lo cual
no relacionaron -aunque se supone que es el organismo que fundamenta y
ordena las investigaciones- a pesar de devolverme la máquina.
Por las dudas, intente expresar que estaba dispuesto a una mediación penal, porque me parece que no vale la pena mandar a una persona a la prisión por tan poca cosa cuando puede resolverla, compensarla, arreglarla y quedar libre, aunque tal vez ya lo estuviera.
Entonces me hacen firmar un acta mal copiada donde me entregaban el cuchillo secuestrado junto con el cinto y los cordones, que te sacan cuando quedas detenido para que no te vayas a ahorcar comprometiendo al personal.
Corregido lo cual y sin llevarme lo que no era mío, nos
retiramos con la abogada, amiga, que había ofrecido acompañarme para darle
agilidad al trámite, y había quedado charlando con algunos colegas en otra
oficina…
El día anterior, mientras esperaba que le tomen declaración infructuosamente a mi testigo, me había lastimado la visión de algunos reos esperando para declarar en fiscalía, perdiendo su libertad por quien sabe que hechos, porque objetos o violencias estaban quedando entre rejas, encerrados como animales feroces, resignados, esposados, acostumbrados, charlando con sus cuidadores…
No hay mayor aberración social que el sistema judicial de seguridad y reclusión que todos sufrimos y defendemos alternativamente sin que por eso deje de multiplicar las causas del delito y la violencia social, consumiendo de paso, enormes presupuestos para, cualquier día, hacer estallar la ciudad impunemente.
Mientras, los grandes ladrones
se sientan en sillones tapizados y roban a través de lapiceras enchapadas en
oro o con un solo clic del mouse, o a través de obras y trabajo estatales que
también terminan cayéndose sobre nuestras cabezas…
Pero ya me estoy yendo del tema, además
que el resto de la historia es aburrida, quedemos hasta acá.
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