15 julio

Materialismos

  

 

  Mi abuelo, que era millonario… si ¡Era millonario!  

  Benefició en su camino a tanta gente y tal vez perjudicó seguramente a otros también, a mí me trato con dedicación y justicia, con respeto, y es por eso que lo amaba y respetaba.  Luego el dinero siguió otros caminos que me esquivaron generosamente, pero esa es otra historia, a lo que iba es a que se tomaba el tiempo para dejar a un lado sus negocios y charlar largamente conmigo y con el resto de sus nietos…

  Siempre decía que a él le gustaría volver a vivir en la época de los indios, donde no había maquinas, donde la simplicidad era la norma, tomando agua de los arroyos y cocinando al fuego en el medio del campo, viviendo en una choza, cazando y pescando… 

  Y se ocupó de recordarnos su propia historia, de recalcarnos como en la colonia de inmigrantes comían sopa con los huesos prestados por la familia de colonos vecinos, que habían carneado un animal.

  Y como cuando ellos carneaban alguno, venían los vecinos a pedirles los huesos, como toda la familia comía día tras día polenta dura cortada con alambre, en fetas, y a los trece años dejo la escuela para trabajar… 

  Y así día tras día escucharlo era una fuente de sueños, enseñanzas y valores humanos…

  Él decía que a un pobre no le hacía mal quedarse sin plata, no le quitaba la alegría, porque estaba acostumbrado a arreglarse con poco, a buscar soluciones, a compartir, a ser feliz con lo que tenía, pero era muy distinto si se fundía un rico.

  El rico, acostumbrado a un nivel de vida de lujos, derroche y ostentación, se convertía en el ser más infeliz del mundo, porque no estaba acostumbrado a pasarla mal, no conocía el hambre, no podía asumir el golpe de  bajar de nivel de vida, no podía concebir soluciones que no pasaran a través del dinero… 

  Aunque no recuerdo bien sus palabras, a veces me hablaba de esas cosas mientras recalcaba que el agua del mate debía estar a 82 grados.

  A veces íbamos a los arroyos o tajamares a pescar tarariras, en el campo que cuidaba palmo a palmo, no permitiendo que se corte un árbol, que se mate un animal silvestre, mientras miraba alrededor y enumeraba el nombre de los pastos, el pelaje de los caballos, las costumbres de los ñandúes, mulitas y zorros.  

  Creo que con el aprendí a trabajar, a luchar con tenacidad para lograr un resultado, a respetar a un mendigo o caminante de la misma forma que a un funcionario o personaje “importante” pero antes que eso a disfrutar, a darle lugar a ser feliz con poco, con lo simple, con el milagro de estar vivo. 

  Y hoy en día, cuando cada árbol que cuido fue talado y quemado por sus sucesores para darle lugar a la soja, cuando cada arroyo, cañada y tajamar esta envenenado  y muerto por la ambición y las malas prácticas, las casas derrumbadas, los alambrados caídos, la gente expulsada del campo, recuerdo su visión del mundo, al enfocarme sobre los problemas urgentes que enfrentamos como sociedad a través del mundo.  

  Vivimos enfrascados en un falso dilema publicitado por las corporaciones, que nos quieren hacer creer que el único remedio es extender cada vez la enfermedad, y que la producción orgánica, las nuevas tecnologías portátiles, ecológicas, sustentables, auto generables, son las que nos ponen en riesgo.

  Mientras tanto, el consumo desenfrenado y acrítico, la acumulación de poder, la concentración monopólica no son más que instrumentos de felicidad.

  Pero avanza el cáncer y todo tipo de dolencias, la miseria, la pobreza espiritual, y sin embargo seguimos comprando Coca Cola porque es la más rica, bueno, tal vez hoy nos alcance solo para la Manaos… Y seguimos soñando con un súper auto, con la súper casa, con ser patrones y reyes, y llegar a comprarnos una isla donde encallar indolentemente nuestro yate sobre cuya cubierta de teca lustrada el viento haga bailar los corchos de las botellas de champan.

  Mientras tanto el planeta ve perder sus últimos lugares vírgenes, equilibrados, hemos destruido el 95 por ciento del territorio y los recursos, sin que por eso el bienestar idílico supere la barrera del cuatro o cinco por ciento de la población… 

  Entonces nos siguen embozalando con la publicidad -que lo primero que vende es racismo, prejuicios y autoexclusión-  con la sed de posesión y consumo, que es lo único que nos queda, ya que la libertad, el territorio, el acceso a la autonomía han sido y continúan siendo devastados día tras día de la forma más violenta y cínica. 

 Pero no alcanza para todos, y ya ni siquiera alcanza el mundo para que no alcance para todos, en este formato de producción y consumo, barriendo cada día hacia el margen desértico, hacia las favelas y barrios nuevos, chabolas, villas miserias, o como se llamen a lo largo del mundo, a un sector cada vez más grande de la población.  

  Tal vez como única salida se le ofrezca a esa masa de desesperados la posibilidad de ser carne de cañón en el negocio de las armas, drogas, prostitución, trata de personas y delincuencia corporativa que llena los bolsillos de los poderosos mientras desparrama algunas monedas en los “trabajadores” ilegales, que sin saberlo, o tremendamente conscientes de eso, apuntan a una vida de intensidad total que compense su inexorable condena a muerte.

  Entonces nadie quiere sufrir, nadie quiere bajarse del nivel de vida usufructuado o pretendido (en realidad nos consumimos sin resultados intentando acercarnos a estereotipos que nos envilecen) aunque solo recolecten frustraciones y esclavitud, estrés y decadencia.

  Seguimos destrozando el planeta por un premio irracional, pero sufrimos si no podemos hacerlo porque no sabemos vivir de otra manera, no vemos fácil el acceso a nuevas opciones, nos han llenado de miedo a perder lo conocido, que nos venden 24 horas al día.  

  Y apostamos a una máscara que nos haga ver preocupados por el planeta, mientras evitamos saber adónde ira finalmente a parar esa botella que dejamos tirada ahí, donde la terminamos de consumir…O no, la dejamos por la mitad porque el derroche es símbolo de estatus, gastamos 54 litros de agua solo en lavarnos las uñas después de despegar un chicle de abajo de la mesa, gastamos la mitad de nuestro dinero en alimentos que nos envenenan.

  Compramos y tiramos, asumimos como ciertas las campañas mediáticas mas perversas que justifican la muerte, la tortura de seres humanos y la destrucción de vastísimas zonas del planeta, porque están lejos…  

  Intentamos evitar sobre nosotros las consecuencias de tanto cinismo, de tanta acumulación, tanto despojo, pero tarde o temprano habremos de darnos cuenta que estamos en guerra, o la guerra llegara a nosotros inexorablemente, porque está adentro nuestro.

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