01 enero

Intercambio elemental

 

 

 


  No es que me falte confianza en el futuro, ni fuerza de trabajo, tiempo, ideas, diseño, proyectos, imaginación, sueños, creatividad, ni que no las pueda equilibrar con abulia, dejadez, desinterés, egoísmo, contemplación, incoherencia y estupidez… 

  No.  No es que me condicionen tanto la falta de recursos económicos o la escasez de materiales, el extremismo del clima… lo que pasa es que cada cosa que hago debe empezar por encontrar un sentido.  

  Cada proyecto debe derrotar la desesperanza,  y empezar como si los caballos, los perros, los niños, no fueran a pisar todo, para alegría de algún mal vecino, que, como siempre, condiciona la vida de todos los demás a 200 metros a la redonda.  Como si el agua siguiera saliendo de la canilla durante los cuarenta grados permanentes del verano.

  Pero debo hacer y delinear el futuro como si estos inconvenientes no existieran, como si no tuviera que plantar y replantar una y otra vez y mirar mientras, como se aflojan los alambrados por la furiosa búsqueda de pasto de los caballos en la sequía del invierno, en la sequía del verano.  

  Como se marchitan los brotes tiernos por el retozar de los gatos en los almácigos, el pasearse de los perros por los canteros enterrando huesos, el jugar de los niños entre las macetas ante el permiso tácito de los padres que miran para otro lado. 

  Pero no puedo tomar estos parámetros como reales, ni pretender que existen, debo negar la realidad y hacer todo de nuevo, una y otra vez, en vez de cerrar mi puerta con llave y rodear todo de estricnina y alambres electrificados, de púas y puntas y trampas hasta que yo mismo no pueda caminar…

  Y tarde o temprano las cosas se encaminan, y algo permanece lo suficiente para echar raíces, para dar semilla, para dejarse cosechar, para permitir dar un paso más y levantar una estructura confusa que vaya tomando forma apenas acompañando la necesidad.

  Es que, todo debe ir al punto justo, siguiendo la lluvia, el sol las heladas, el viento...el regenerarse de la tierra que no para de escupir cascotes, huesos  y alambres, plástico y cenizas apelmazadas. En la cada vez más acelerada ascensión de los yuyos, en cuanto descuido los canteros, se puede ver un avance constante de la fertilidad, y eso me reconforta.

  Pero no se puede ir más rápido que el viento si navegamos a vela, entonces todo debe estar oculto, todo va caminando al ritmo de la naturaleza, que avanza un milímetro y luego retrocede un metro, pero no, solo parece: cuando la rama parece seca, la yema se forma en su interior sin que lo sepamos, la vida hierve y humea, la flor nace desde el concepto de la vida misma para confirmarnos que no debemos dejar de mirar. 

  Cuando el invierno parece más cruel, una planta inteligente solo lo toma como información que envuelva a la semilla, para que encuentre la primavera y cuando el sol acaricie, y la lluvia caiga para mantener la tierra hinchada, se engrosen las ramas, la corteza reviente, y hojas aceleradas se apresuren a dar sombra para la micro fauna que mantiene todo en marcha como un tren.

  Las nubes derrotan una vez más a la muerte inminente, con una guerra de gotas pesadas y frescas, y el agua, después de redondear suavemente los contornos de la tierra, sigue su camino hacia abajo, para terminar en el estanque, entre bagres, sábalos y otras miles de formas de vida.  

  Mirando hacia adentro, en la isla, también  crecen arboles apresuradamente, beneficiados por la abundancia de humedad, acorralados entre las piedras, protegidos por el resto del sistema.

  A veces miento… definiendo mi casa como un hogar, una huerta, un estanque, un desordenado bullir de vida que se arrastra, camina, nada y vuela, canta y grita, como un proyecto que se integra oblicuamente a los engranajes de la sociedad. 

  Nada de esto es cierto, solo fabrico una metáfora para que el sol y la luna se deleiten, para que el rocío se pose, para que el viento se rasque. 

  Fabrico una metáfora para burlarme de la muerte y en medio de ella plantarme como una semilla, que germina criando espinas por necesidad, que se endurece para no llorar por los machetazos, y cambia de piel solo para comerse su cascara.

  ¿Y todo para qué? ¡Para soñar, para seguir pensando que hay una opción posible, que se puede alcanzar caminando descalzo! 

  Y todo para pretender seguir pensando que tengo derecho a fabricar mi propia libertad, a pesar de que, normalmente, solo me ofrezcan cadenas sucias y usadas. 

  ¿O es que solo debería importarme la membresía a un sistema de mutilación del ser humano? …Perseverar hasta terminar mirando las paredes pensando en cómo decorar la cárcel que me rodea: cárcel de personas egoístas, mezquinas, cárcel de ideas fijas, cárcel de la mente absurda sometiendo al cuerpo. 

  No.  Voy a morir mañana, no tengo ganas de ser tan iluso, no puedo pensar en vivir como un ratón de laboratorio solo para que me den de comer a tiempo. 

  ¡Moriré mañana! Es un hecho, si no ha pasado ya la semana pasada, o el año que viene.  Y quiero darme el lujo de elegir como: voy a morir sintiéndome vivo, aunque me arrastren atado de pies y manos.  

  Voy a morir acá o en la otra esquina, cruzando el mar o en cualquier país del mundo sin dejar de ser, y la herencia que deje se resumirá en un par de palabras gastadas: todo es energía. Todos somos personas.

  Luego, me hare lluvia y recorreré el mundo saludando a las semillas que se atrevan a buscar la tierra.

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