Me han regalado una planta, envuelta en un diario viejo, de unos cuantos meses atrás…y aprovecho a leerlo ya que una o dos veces al año leo el diario.
Habiendo asistido hoy al duelo de absurdos y desmentidos, de humo y nuevas primicias falsas, después de meses de desarrollo, veo el origen de las viejas noticias, en sus formatos alienantes, las que todavía no eran mentiras.
Análisis y opiniones, que aun parecían posibles, plausibles, o por lo menos lo simulaban en las páginas del prestigioso medio.
¿Prestigioso? Me pregunto y me contesto ¿prestigioso para quién? Como es posible que nos sometamos al látigo afilado de la prensa cada día, que dejemos acicatear nuestras emociones, o directamente fabricarlas, aun comprobando cotidianamente que lo leído el día anterior era una flagrante mentira dedicada a nuestra manipulación.
Y eso sin pasar a hablar del formato igual pero más veloz de la radio y la televisión, de las paginas digitales (campeonas absolutas del error, de la noticia y la foto falsa y nunca verificada.
Pero no, no hay, obviamente respuesta, a no ser la necesidad imperiosa de desligarse del significado cada día, de la responsabilidad de pensar, del poder de decisión y control sobre los actores sociales que forman las políticas, las alianzas, el futuro, los presupuestos y todo lo demás a costa de nuestra pulida indiferencia.
Y puedo ver grandes novedades por todos sabidas y
olvidadas, crímenes expuestos a la publicidad al fin que todos conocían, y un
goteo informativo en la medida suficiente para que nadie se entere de nada
antes de tiempo.
¡Pero claro! Si los diarios y todo lo demás solo juntaron en un gran manojo, acorde a los intereses que representan, a los discursos, las intenciones más representativas del discurso social.
No iban a terminar en otra cosa, cuando en cada esquina cada barrio, bar o club, las personas se dedican a fabricar versiones sobre la vida ajena, sobre los negocios que otros tienen en marcha… y así, en el papel barato, solo se termina reflejando el devenir informativo de una sociedad que no tolera nada que no sea el éxito o la tragedia, la cumbre o el caos.
Y como en cualquier reunión, en la sala de prensa se estiran los últimos rumores, añadiendo con elegancia cuantos elementos puedan soportar sin perder completamente la credibilidad.
Como en cualquier negocio, se fabrican
eslóganes pegadizos, verdades que vendan, promesas que enganchen el crédito
social, y se fía la garantía en un documento llamado “fuentes confiables” cuyo
recuerdo se diluye rápidamente entre otras noticias espectaculares, que también
cumplirán su ciclo….
Y como espectadores, asistimos a la danza, el vals eterno de los grandes medios, donde juegan a la guerra hasta perder todas las cartas, cambian de equipo y vuelven a repartir, mientras nosotros, ilusos estúpidos, tomamos partido por uno u otro, pretendiendo que no nos engañan, que alguno nos representa solo por estar a favor o en contra del ultimo anzuelo donde quedamos clavados.
Y así seguimos, hermoso cardumen, derivando en la corriente, de un lado al otro de este mar informativo que de vez en cuando se hace tan rápido que algunos quedan rezagados y… ahí vienen los tiburones, sin piedad, de dientes triangulares, haciéndose cargo de los desorientados, que patalean en vano al ser despedazados, sin que nadie mire atrás.
Es el precio de la permanencia, y ya nadie se atreve ni a soñar con cuestionarlo, hay que darle de comer a los peces gordos que pagan el espacio, que mantienen las rotativas en funcionamiento, hay que hacer sonreír a los empresarios en sus oficinas para que mantengan su publicidad, a los ministros en sus gabinetes para que mantengan su publicidad, a los ciegos sordos y mudos en sus casas para que consuman su publicidad.
Y así vivimos, cultivando conscientemente una matriz venenosa que ahoga la realidad, como una enredadera extraña tapa y seca el grandioso árbol que nos daba sombra sin dejar de cautivarnos con sus hermosas flores sin fruto…
Pero no somos víctimas, solo cómplices, ya que si tenemos la oportunidad de confrontar las noticias con los hechos, por tener la oportunidad única de ser testigos, terminamos negando los segundos, catalogándolos de excepciones, de maniobras, de casualidades o quien sabe qué cosa, para no dejar de escuchar las construcciones metafóricas, metafísicas, meteóricas que los reemplazan en tinta negra sobre papel blanco.
Tal vez en la calle hayan quedado manchas de sangre roja sobre asfalto mojado o tierra negra arrasada. Tal vez ahora mismo en los márgenes de los campos de batalla o entre los despojos de las masacres viejas, repetidas, inalterables, artistas de la imagen arman escenografías para la foto de tapa ¡grandioso poder de la imagen!
Mientras eunucos de traspirada frente, mal llamados periodistas, esquivan las cenizas tratando de no distraer su mente de la intensa labor de suplantar el contexto, el marco histórico, y las gotas de sangre que los salpican al paso de los camiones, por una fábula inofensiva, una aventura romántica, o un himno triunfal, según como lo requieran las circunstancias.
También, claro, pueden hacer las tres
cosas a la vez, o sucesivamente, en forma aleatoria, pues el buen mercenario no
tiene patrón fijo, y el buen patrón juega de los dos lados de la cancha.
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