01 enero

La rebelión de las masas

 

 

Posesión, objetos, brillo, aprobación…como hemos dejado que nos eduquen así…

Con el ojo fijo en la vidriera, con esa sed de tener que nos arrastra hacia las causas de nuestras propias desgracias.  

  ¿Es que no vamos a empezar a cambiar la mecánica, o solo podemos trasladarla de generación en generación?  

  ¿Enseñándola a través de nuestras ansias? ¿De nuestra irracional forma de establecer valores materiales como dominantes, fundamentales, en nuestro devenir cotidiano? 

  Ansiedad, lujuria: vivimos como gusanos enloquecidos encima de una osamenta que se esfuma entre vahos putrefactos.

  Dejamos el cuero en el agitarnos soñando con algo que olvidaremos después siquiera para qué lo queríamos, para qué le dedicamos nuestro tiempo luchando centavo a centavo hasta poder adquirirlo. Hipotecamos en este camino el sol, el viento y las ganas de soñar.

   Encarcelamos el tiempo, la creatividad, y el afecto persiguiendo el destaque y el ascenso social, prisioneros de un universo en cuotas que contra toda lógica, se hacen más caras cada mes. 

  Pero es una sana costumbre según los parámetros que alimentamos al cumplir con los determinismos, según los cuales se alinean los hilos conductores de la conciencia colectiva.

  Esta red invisible siempre prolijamente enhebrada por el ojo de la cerradura de la caja de caudales, ultimo dios al que, en definitiva, estamos obligados a postrarnos cada día.

  Porque así vamos naciendo, endeudados, cada vez más determinados, en un mundo ajeno, alquilado, que solo nos tira las sobras en forma de comida chatarra y productos obsoletos a fecha fija, un mundo de plástico que se extingue con el riesgo de arrastrarnos con él.  

  Y todo formateado en un ideal de necesidad absoluta que nos deja impunes a la hora de pagar los daños, ya que no podría haber sido de otra manera, y felices nos sumamos a las modernas rebeliones de esclavos, que van día a día buscando y cercenando libertades ajenas, arrasando derechos comunes, espacios públicos, países y comunidades por televisión.

  ¿Pero tienen alguna defensa los niños?  

  No, en la mayoría de los casos, solo son espectadores de su adoctrinamiento, en un nivel tan avasallante que casi siempre termina formateándolos a imagen y semejanza de las necesidades sociales, clasistas, territoriales, económicas y administrativas…

  Y en esas páginas en blanco, escribimos sin tristeza un párrafo más cada día de racismo, intolerancia, ambición, volviéndolos ajenos a sí mismos hasta un punto en que dejan de preguntarse, dejan de ser para parecer.  ¿Qué los hijos se parecen a sus padres? 

  Tanto como un sillón a un televisor… solo en la medida del estándar necesario de asimilación del mundo, pues en este mundo fugaz, veloz, de esclavos atentos al silbido del dueño del juego, cada nuevo ser solo obedece a las reglas del mercado, a la genética de la moda, a la visión del sueño uniforme y permanente de los medios de comunicación. 

  Y felices como espárragos en aceite, orgullosos los vemos encadenarse a una ilusión de la cual ya nos han caducado, corrido, y relegado al lugar de espectadores, utileros… en esta comedia superproducida, solo unos pocos pueden mantener sus lugares en la tribuna de los fabricantes de risa, atentos al cartel que les mande largar la carcajada, resignados a mirar desde afuera, pero sin perder la ilusión de ver de cerca a las estrellas.

   Y los niños, inocentes espectadores de un juego que los devora, que los formatea como premio, como insumo, o como residuo despreocupado de la sociedad, no alcanzan felizmente a ser conscientes de su papel.  

  Derrochan felicidad, imaginación, y despreocupadamente se toman todo como un juego, sin darse cuenta a tiempo que en cada vuelta cambian las fichas, el tablero y los premios (¡y los castigos!).

   Como cachorros en un zoológico, no saben de otro contexto que les permita juzgar y comparar, y solo esperan, al crecer, el timbre que pone en marcha el día, puntualmente, para pavonearse atrás de las rejas, para un público aburrido que tampoco pudo elegir, y solo conoce los parámetros del otro lado.

  Somos el futuro, los seres humanos, somos el futuro de la raza… el planeta es un espejo que se refleja a si mismo ¿No podemos entenderlo, verdad? 

  Nadie va a salvarnos, no vamos a salvar a nadie, somos como una polilla navegando en un pedazo de tela, ansiosas por comer todo lo que podamos antes de que se acabe… pero compramos verdades fabricadas, ideales, vidas, miedos, expectativas, prejuicios fabricados… colgando de la mano, en nuestro caminar apresurado van nuestros hijos, directo al cadalso de la conciencia.  

  Podríamos soltarlos, insinuarles un segundo de libertad, pero no lo hacemos, encadenados a los remos de un barco que se hunde, queremos enseñarle el oficio hasta el último segundo, por las dudas que haya un último premio.  

  Y así llegamos un día, al final, acorralados, estafados, desorientados, buscando un instante de vida después de tanta entrega, pero solo nos queda mirar atrás, y sentirnos orgullosos de haber hecho lo que nos tocó, colaborando en el colapso de una nueva generación.




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