Hoy
Hermosa palabra, cada vez más alterada, cada vez más convertida en mañana y ayer por medio de agendas delicadamente encuadernadas, programas vacíos de televisión, diarios que venden noticias que ya eran viejas al momento de ocurrir
¡Como si fueran primicias! Radios que fluctúan entre los clásicos de ayer a la vanguardia comercial inyectable sin intermedio, y más noticias que deforman con interpretaciones-viajes al tiempo de las causas.
Qué oportunidad tiene una mujer de hoy, un hombre de hoy, de vivir como si fuera importante el día, solo espera la tranquilidad de la noche para poner en orden los recibos y pagares, las deudas, ingresos y futuros pagos en una balanza que jamás controlara.
Cuando gane un minuto, un peso, todo será cambiado.
Y como corremos atrás de promesas, eternamente, escuchando cuentos de hadas para grandes como si fuera la primera vez, votando a los piratas más descarados para que administren nuestras vidas, todo pasara en el futuro, cuando puedan actuar, cuando nuestro poder acumulado este finalmente en sus manos…
Y confiamos, o no, pero igual creemos… o no, pero igual elegimos mal una y otra vez, porque alguien tiene que hacer las cosas y nosotros no tenemos tiempo, no entendemos, no queremos.
No queremos comprometernos, no queremos ser responsables, culpables, no queremos más que vivir bien en nuestro nido resuelto… pero cada noche acomodamos los papeles, las mentiras, las promesas incumplidas, y nos acostamos un poco más enfermos, un poco más lejos del paraíso.
Pero no es culpa nuestra, sino de
Adán y Eva, que comieron la manzana envenenada del tiempo, y que vamos a
cambiar, si ya paso, si ya lo hicieron y dejaron esto que tenemos, que no
podemos cambiar!
Cuando éramos niños nos cambiaban un caramelo por un beso, y hoy somos frutos de ese chantaje, incorporado en lo más hondo de nuestro devenir social… y así de natural nos parece chantajear a los niños, manipularlos, volverlos adictos y dóciles, manejables, estúpidos y mediocres como nosotros, así no corremos peligro que nos desbanquen las futuras generaciones.
Insultando y denigrando a los niños no vamos a salir del pozo, solo perdemos la poca dignidad que nos queda como especie… pero ellos no lo saben, abren los ojos al mundo y comienzan a vivir, sin parámetros, sin puntos de comparación, inocentes páginas en blanco, indefensos tiernos retoños de un árbol podrido.
Y ahí nomás empezamos a robarles la libertad
con una promesa a futuro, de que la tendrán cuando sean grandes. ¿Pero
cómo? Si la libertad se construye a sí misma, ¿cómo se la vamos a
devolver? ¿De dónde la vamos a sacar, nosotros, viles esclavos del sistema?
¿Cómo van a reconocerla para tomarla si el miedo (que arteramente disfrazamos
de responsabilidades) nos impidió ofrecérsela?
Pero crecen y siguen pagando las
cuotas de sumisión destructiva… para cuando sean grandes. Hasta que
no cambiemos eso, no hay redención posible para los sueños utópicos de unos
cuantos teóricos del bienestar social, ingenuos y perversos conquistadores del
alma enmohecida de hombres y mujeres adultos.
Y mañana… mañana será un día nuevo, mañana será mejor… ¡Mañana empezaremos a cambiar! Por mí gracias, el futuro es impracticable, no hay forma de acceder a él, somos hoy y no podemos dejar de serlo, como fuimos ayer y no podríamos repetirlo ni cambiarlo.
Igualmente, nos comportamos como cirujanos externos, cuando no somos más que engranajes en una infinita maquina viva, a la que solo podemos ofrecer nuestra conducta impecable.
Claro, si cuando niños nos enseñaron tantas cosas erróneas antes que aprendamos a juzgar por nosotros mismos, ahora solo podemos apurarnos o frenar, como arrastrando nuestros restos entre tramperas a ver cuál tiene el mejor queso, a ver cuándo ponen el mejor queso.
Y así esperamos cuando tendríamos que ponernos en marcha, y aceleramos cuando necesitamos calma, todo sea por derrotar al ser humano según órdenes estrictas de los primeros educadores. No hay nada que necesitemos más allá de nuestra decisión para encarar cada segundo de nuestras vidas, pero envejecemos buscando parámetros, navegando estadísticas, comparando, cotejando.
Y como conejos sueltos en el jardín, vamos destruyéndolo todo sin dejar de probar suerte, con nuestras grandes orejas paradas a ver si hay alguna nueva novedad que nos permita achicar el margen que nos separa de la infinita distancia hasta la puerta de salida hacia el éxito.
Nos
conformaríamos con encontrar la salida de emergencia, pero somos ciegos, sordos
y mudos al presente devastador que construimos, es natural, cuando hemos dejado
que nos escamoteen el momento de volver a respirar con definiciones digeridas
de “presente”, cuando se han llevado el día y nos han dejado la actualidad.
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