13 junio

Basura, respeto, revolución.

 

 

  Iba un tipo caminando por la calle, seguramente condenado al ajetreo diario de pelear sin descanso apenas para sobrevivir: sin tiempo de comer, llevaba un sanguche de jamón y queso en una mano, mientras con la otra esparcía el contenido del sobrecito de mayonesa en su interior.   

  Acto seguido abría su boca para darle el primer mordisco, y todo eso sin dejar de caminar,  digno, conforme a pesar de todo, ganándose su pan con esfuerzo.  

  No fue eso lo que me sorprendió, pues a veces hay que acostumbrarse a comer y dormir caminando, sino el gesto de tirar el sobre vacío al piso, con la misma atención que si lo estuviera embocando en un tacho de basura imaginario.  

  El gesto no era como he visto tirar desde los autos de lujo los paquetes, para mantener limpio el interior, o las personas apuradas dejando caer los envoltorios como hojas secas, mientras caminan a sus casas enceradas y libres hasta de telarañas.  

  No fue de ninguna manera un gesto inconsciente, automático, sino más bien como una queja sorda y un tanto hipócrita, un mensaje diciendo: en mi casa tengo un tacho de basura, y no tiraría esto al piso si hubiera uno disponible acá, mínimamente…

   Y la escases de recursos sicológicos para justificar esa actitud me hizo recordar a la municipalidad poniendo carteles ecologistas en la legislatura mientras se aprestan a destruir la provincia entera y el futuro de sus propios hijos  solo por llenarse los bolsillos.  

  Mientras en los suburbios su más grandioso esfuerzo pasa por amontonar y quemar montañas enteras de plástico, llenando todo de humo blanco o humo negro, mientras solo atinan a pasar una maquina topadora alisando todo, mientras el bosque, la costa, la fauna desaparecen sin resquicios de remediación. 

  Mientras los más obsecuentes y acríticos desesperados se ganan un lugar en un plan “cooperativo” donde aprenderán a descansar en las espaldas de otros, en un simulacro de trabajo en equipo donde aprenden a mirar ocho mientras trabajan cuatro, pero no importa, los municipales son peores aun…  tampoco se olvidaran de  cumplir con el pago de su deuda puntualmente en cada acto que se los convoque.

  Mientras, forjan kilómetros de veredas de hormigón armado en los barrios de las afueras para que facturen sin pausa las canteras del gobernador, bastante atareadas por cierto, abasteciendo cada obra vial que comienza solo cuando todos los hilos están atados, bien atados a la misma mano… 

  Esto no quiere decir que en los caseríos de calles de tierra, poder pisar en lo firme cuando el agua de lluvia convierte todo en una pasta pegajosa, no sea un avance hacia la estratosfera, histórico en el devenir de sus días, que corren paralelos a los de la ciudad de cemento.

  Entonces aprendemos a no cuestionar nada por las dudas, que se nos corte el chorro, y a hacer la vista gorda ante cada pequeño acto de corrupción que drena los bienes comunales, para beneficiar a un particular. 

  Lo importante es lograr ser el  próximo particular, o el próximo empleado municipal impune, incontrolado, que pueda manejar el camión para su beneficio, la máquina para sus caprichos, el personal a su antojo… changuitas que les dicen, subsidiadas por todos nosotros.

  ¿Soluciones? No, solo aumentan el problema, porque el problema es estructural de las conciencias ciudadanas, el problema es ético, el problema es de sensibilidad hacia el daño que se produce a los demás.  

  Pero no importa si una plaza se cae a pedazos mientras la mano de obra se ponga puertas adentro  ¡si mis hijos juegan en casa, no ahí donde se juntan todos esos vagos y futuros delincuentes…!

¿No hay fisuras en el discurso? Nunca más.  Se aprende, se acostumbra a ser subsidiado, mantenido, a preguntar ¿Vos que cobrás? En vez de ¿En que trabajás? 

  Y aceptar que las cosas funcionen así en vez de generarse espacios de interacción económica válidos, en vez de frenar el enajenamiento de los bienes públicos, la concentración y el monopolio, el abuso permanente de poder y la impunidad.  

  El desgaste social se siente en la calle, se palpa en el atrincheramiento, la polarización, el trote rápido hacia la doctrina y el fundamentalismo partidario, personalista.  En el apoyo legal y económico fuertemente condicionado por la ausencia total de crítica como condición fundadora de ciudadanía.  

  Y aunque los excluidos del nuevo sistema son muchos más de lo que parecen,  no tienen voz, ni tiempo de oponerse, solo corren atrás de un plato de comida, son los nuevos tontos del pueblo, no pertenecen ni a la oposición…

  Pero entonces… ¿en qué cambio la democracia? ¿Es que alguna vez fue mejor? 

  ¿O peor? 

  No sé, tal vez no confié en los libros de historia como para sacar conclusiones, pero puedo hacer algo por mí mismo y es equilibrar la balanza interna hacia el bienestar, poniendo en juego parámetros urgentes, insoslayables, hacia el futuro, como si de verdad fuéramos una sola nación, una patria, una comunidad, un planeta, una familia, como para pensar en una forma de vida sostenible, no solo económicamente, no solo ambientalmente, sino también mmm 

  ¿Moralmente? ¿Psicológicamente? ¿Socialmente?  Se acaban las definiciones sin llenar el vaso, un ser humano abarca todo.  Y todo es todo…

  ¿O es que el gérmen de los asesinos de esa hermosa mujer no está adentro de nuestras conductas, al imponernos a los gritos a nuestros niños, al chantajearlos, al someterlos a nuestros dictados fluctuantes? 

  ¿Y sería tan importante a los ojos de la sociedad si hubiera sido? (¿”si hubiera sido”? ¿Acaso no pasa cada día?)

   ¿Una mujer pobre y fea?  

  Es terrible que lo mejor de una persona se defina por parámetros estéticos artificiales… aparentemente solo imponiéndonos económicamente a nuestros vecinos logramos adquirir derechos, y eso no los resta a los demás, no señor por supuesto, solo aumenta los nuestros, y la lógica es que no alcance para todos, en un mundo de derechos limitados y obligaciones infinitas. 

  Entonces… a la única revolución, al único giro hacia la libertad, al único vuelco humano posible lo van a dar las mujeres, cuando se liberen de los estereotipos, cuando se expandan, derramando su libertad sobre sus hijos, sobre sus hijas.  Incluso deberían liberarse urgente del estereotipo feminista que tanta manipulación y mediocridad, tanto aislamiento produce.  

  No importa si fueron educadas como prostitutas de lujo, Geishas destinadas a ser la buena esposa de… o si nacieron sometidas a lavar y juntar y pegar los platos rotos de la decadencia familiar… o si las convencieron que ahora llegaba el tiempo de la venganza y había que imponer un nuevo imperio que equilibrara el daño de siglos de agachar la cabeza y correr hacia la cocina… o si…

  No pasa más que por ahí, en mi opinión, la solución posible a los problemas acuciantes de todas las sociedades, que reconocernos como seres humanos, explorar nuestro potencial, hombres y mujeres, y proteger a los niños para que puedan tener la oportunidad de decidir en libertad, la necesidad de expresarse claramente.  

  Entonces, tal vez naturalmente apaguemos el televisor y empecemos a derrotar a la globalización.  

  Entonces, tal vez recobremos el valor de una caricia, en vez de una red social mundial, y empecemos a inventar cuentos en vez de pagar DIRECTV, y construyamos la paz desde adentro de nosotros mismos, desde cada familia, cada comunidad, cada planeta virgen que habita en la inocencia de una criatura que nace, esperando que lo escuchen en vez de hacerlo callar.

 

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