Escuchaba una canción de Gustavo Cerati, un músico hoy postrado, inútilmente (¿Lo mantendrán vivo por cien años si su situación sigue generando ingresos?), por el estrés y los excesos: La ciudad de la furia.
Alcancé a vislumbrar el amor, la entrega de su poesía despiadada, al escucharla cantada por una persona que había compartido sus días con el músico, y que sin embargo hoy en día no tiene más nada que perder, ni cuentas que rendirle a nadie.
Vive en la calle, alcoholizado, pero vivo, con sus huesos tirados en el pasto o las baldosas en vez de una cama de hospital, y comparte lo que tiene con la gente de la calle, porque “lo que está en la calle es de la calle” aunque no con cualquiera.
Lo he visto echar de su lado a gurisitos descalzos, por
robarle rastreramente la frazada, y también gritarle su indignación a una madre
que le tiraba del pelo a su hijita de cinco años.
Peleó en Malvinas y fue herido, paso dos años en la isla soledad, prisionero de guerra, y dice que si tuviera que volver, volvería.
Un argumento que escuche de varios excombatientes, que vivieron el contexto de la pelea monstruosamente desigual, el valor, el sacrificio, el compañerismo, y el intenso frio.
Un día vimos un video sobre Malvinas y describía cada fusil, cada sensación, los boquetes en las corazas de metal, la admiración por los pilotos de los Pucará volando a ras del agua para no ser detectados, las balas trazadoras.
La falta total de previsión, la irresponsabilidad de los
mandos contra la valentía y la entrega de cada soldado.
…Soldaditos, con 18 años, muriendo en tierras desconocidas. El Subteniente de ayer bebe y come y duerme mirando a casi todos los jóvenes de hoy pensar que coctel se van a hacer para seguir derramando su vida en el más absurdo desperdicio de sentido, luchando por ser cada día un poco menos libres.
¿Qué razón lo va a sacar de su abandono?
Entonces hoy escuchaba esta canción en casa, y me lleno de amor, como un descubrimiento, una comprensión, como algo palpable que se transmite a través del parlante en una capacidad de admirar la belleza del mundo… la verdadera belleza.
Y sigo pensando que el amor está en todo, en todos lados, y sin embargo decir “amor” es tratar de encajonar una sensación que se multiplica a sí misma en miles de facetas por segundo, y aunque se exprese mejor en su perfección, a través del contacto con otra persona, no deja de ser más que una manera de ver el mundo, un formato de interpretación superficial para el desarrollo y la expansión como seres humanos.
Podría ser otra palabra, y no cambiaría nada, como no
cambian su esencia los miles de asesinos que pululan por el mundo matando en su
nombre.
Sin embargo, creo que todo en mi
vida lo he hecho por amor, y no me arrepiento de eso, vivo, con la libertad y
la confianza de transcurrir por el planeta en una relación que construye y crea
en su nombre.
Sin embargo… casi siempre han sido demolidos los frutos de mis esfuerzos por personas que solo aman el dinero, cínicamente, intentando mantener y aumentar sus ganancias destruyendo lo que estaba bien, acorralando personas, tomando de rehenes hasta a los niños.
Todavía hoy insisten y malgastan la vida.
Omiten
ver que su esclavitud se desnuda cada día y se cobra en su propio cuerpo el
frenesí que los empuja a correr desde que abren los ojos atrás de un premio que
nunca colmara su ambición.
Entonces debería cambiarme de bando, y correr hacia la estupidez de derrotarse a uno mismo, de entregarse a las corporaciones, al consumismo, al prejuicio, a la seguridad a cualquier precio, a la posesión de las personas como norma humana civilizatoria.
No.
No voy a hacerlo para poner una trinchera que solo me deje encerrado, para iniciar una guerra conmigo mismo.
Prefiero disfrutar del viento en mi cara antes que la
mentira del aire acondicionado, amasar mi pan cuando tengo harina en vez de
venenos en formatos súper publicitados, inyectados en la voluntad de consumo a
contra de toda valoración nutricional de los mismos. Comer es una metáfora.
Pero soy un pacifista cabal, capaz de recorrer el mundo entero para encontrar el juguete perdido de un niño.
¿O cabría hacer menos? Para ponerme en guerra a mí hace falta mucho más que estupidez, más que mala onda… solo peleo por amor y por el espíritu humano, y no me guardo nada al momento de cambiar mi vida por un símbolo que no sea de tela.
Tampoco hay que olvidarse de avisarme cuando termina, porque no recuerdo haberme rendido. Solo he visto a mis verdugos correr la mortaja sobre mis ojos, y caminar tranquilos hacia el horizonte que creían conquistado, los he visto creer que había caído y cometer el error de no rematarme, tal vez porque eso era lo justo.
Hay cosas que
solo las puede decidir el destino.
Solo me rindo al mismo poder que hace salir al sol, palabras solo son letras, y todo esto no tiene más sentido que escribirlo, ficciones, para que se ericen las almas cándidas.
La
vida no puede ser más que comprobada, toda apreciación ajena es improcedente,
sigo en mí, no hay otro lugar donde buscarme.
Algunos piensan que vivo en la
costa del rio…
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