05 enero

Sangre ajena


 

 

A matar o morir 

  ¡Violencia!  ¡Como llena todo! ¡Cómo se cuela en la sociedad tan naturalmente!  Hay un flujo tan continuo, tan inacabable que nos bombardea que se va sedimentando en la percepción del mundo como algo inherente al roce, a la interacción, a la concepción del mismo.  Con solo prender la televisión somos abordados por un caudal de  morbosidad sin asomo de crítica que consumimos cada día hasta generar en nosotros como espejo, el mismo formato de interpretación: ninguno.

  Entonces, ya que la fijación de la pantalla chica nos produce el efecto de asimilar como propia su seudoverificacion, a la larga estamos listos para ser manipulados, y  todos los males del mundo acechan para justificar el racismo, la xenofobia, el fanatismo, el miedo, el odio a las minorías, el culto al consumo, y tantas cosas que tragamos sin preguntar.

  Claro que siempre los casos ejemplares son extremos, aterradores, el demonio acecha el mundo entero, el continente, el país, el barrio, nuestros hogares y familia.  Y lamentablemente debe ser exterminado aunque sea árabe, portorriqueña, gringa, pobre, negro, cristiano, demócrata, lesbiana, chino, analfabeto, latino, heterosexual, de Kaliningrado o Minneapolis.  

  Para cuando nos damos cuenta de que la guerra total es contra el ser humano ya estamos en la trinchera.  Aliviados, por no decir felices, vemos pasar las filas de los condenados, para llenar las cárceles y las tumbas sin nombre, ignorando que sus pasos solo van por delante de los nuestros.

  Generaciones lleva afinándose la manipulación, con o sin la apatía de las masas, con su colaboración o activa disconformidad, desde los verdes y bucólicos prados donde descansan los estadistas, o desde los polvorientos campos de batalla donde el viento muele los huesos de los equivocados.  

  Como resultado vivimos en un mundo tan ajeno que somos deudores desde que nacemos, y (pareciera que) nuestro destino es aceptar o luchar contra eso sin darnos la oportunidad de ser solo seres humanos. Pero no es necesario: todo debe ser repartido de vuelta.

  Es nuestra responsabilidad, ya que se viene finalmente “el apocalipsis” de ser conscientes de nuestro aporte al racismo, a la militarización, a la discriminación y las guerras del planeta.  Asumir la responsabilidad de llevar los pensamientos a los hechos cotidianos, expresando nuestro deseo de paz en la interacción con las personas y el medio que nos rodea. 

  Es hora de analizar lo ficticio de nuestra relación con la maquinaria que asfixia el mundo, de nuestra increíble delegación de poder en manos de personas que a su vez delegan el poder sobre las decisiones de nuestra vida a otras personas que tampoco conocemos…

    Y pienso sin embargo en todo esto mientras me cuelgo en internet para mirar como cotizan mis acciones preferenciales de Petrobras, porque también hay que hacer dinero.  Mucho dinero para vivir. (¡Maldita guerra! Hoy gane mil dólares) 

  Volviendo al tema, lo importante es retornar a ser conscientes de nosotros mismos, dejar de ser objetos de consumo.  El conocimiento que se intenta desterrar de la memoria y la búsqueda colectiva como individuos, resiste y rinde sin embargo sus frutos en los más pequeños espacios, en las más tímidas macetas.  

  Tal vez en la memoria genética como especie, en cada uno se esconde.  Mientras tanto, la imposición de un modelo global automatizado, funcional, predeterminado (como personas) vuelve a encallar como siempre entre las contradicciones y la falta de respuestas del mismo a la sed de libertad que es propia del fondo de los seres humanos. 

  No es raro, por lo tanto, hoy en día, que este reclamo se encienda de un rincón al otro del globo, en las aldeas y en los más grandes centros de poder, finalmente nos damos cuenta que la muerte del otro no nos beneficia, que todos somos ciudadanos del mundo, a pesar de las fronteras que insisten en trazar en nuestras mentes.  

  A pesar de la apropiación total del territorio para fines antihumanos que aceptamos desde que nacemos ¡cuán tarde nos dimos cuenta que somos rehenes! Aunque, a decir verdad, el territorio más vital que dejamos conquistar somos nosotros mismos, simbólica social y culturalmente, entregando y entregándonos como cosa resuelta a un sistema que nos constriñe, que nos dictamina anticipadamente hasta en nuestras facetas más íntimas.

  Como era esperable desde que se intentó por primera vez, cada persona suma su consenso a la esclavitud solo a medias, sumándose aparentemente a una fábrica de seres humanos con la paciencia del preso, con la tenacidad del helecho en la cornisa. 

  Ya nadie cree que la libertad y el bienestar se ganen apresando malhechores y vagos, que la paz aumente cazando terroristas, acribillando sospechosos (sospechosamente parecidos a nosotros mismos) que la libertad se fije manchando hojas de papel en las que amarillean todas las leyes del mundo.

  Mientras tanto, la justicia sigue siendo una utilitaria utopía y un estereotipo que a prácticamente nadie representa.  ¡Y a cuan pocos beneficia!

  pero la fábula eterna de los medios nos hace sentir más buenos, porque no descuartizamos a nuestro vecino, porque no prendimos fuego a nuestra mujer, porque no vendimos a nuestro hijo de ocho años… y podríamos seguir enumerando noticias tipo que todos los días nos encasillan automáticamente en el lado sano de la humanidad, solo por comparación.  

  Aprendemos la moraleja y seguimos aceptando que el policía tira porque era necesario, que el soldado tira porque era necesario, que el político roba porque era necesario, que agachamos la cabeza porque era necesario… en realidad, lo único imprescindible es que nadie se salga de su libreto, así los candidatos a vivir o morir puedan ser identificados con claridad para que las cosas sigan funcionando tal como están, mil años más.

  ¡Ilusos! Ellos y nosotros, ya no se puede garantizar un segundo más de lo mismo, no deberíamos tampoco permitirlo, nunca más. Hasta que el poder vuelva a cada persona, seguiremos viendo como muere el desconocido de al lado, por la misteriosa casualidad de que él no tenga que vernos morir a nosotros, por azar.

  Y mientras vuelvo a casa, dejo vivir indiferente a los policías, y acomodo mi flamante revolver en la cintura… solo por fortalecer mi noción de sociedad, de justicia, y de paz.

 

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